Un visitante del pequeño pueblo de Keilhau, en Turingia, Alemania —el hogar de ochenta y seis personas y la última parada en el callejón sin salida más larga de Alemania—, hace poco lo llamó “el fin del mundo”. Quienes trabajamos aquí sabemos que, en Keilhau los mundos rotos son sanados, y el instituto envía nuevos mensajes hacia el futuro cada año. Aquí Friedrich Froebel, el educador decimonónico que inventó el concepto del jardín de niños, fundó su primera escuela y escribió su obra La educación del hombre. Su premisa fue: la educación debería dirigir y guiar al ser humano hacia la integridad, la paz con la naturaleza y la unidad con Dios.
En 1817, Froebel miró el pueblo de Keilhau por primera vez desde un monte vecino y exclamó: “¡Qué valle perfecto para la educación!” Semanas después, se mudó a un establo abandonado con sus primeros cinco estudiantes. Entre sus lecciones, construyeron su primera escuela y exploraron las montañas de la zona. Afuera de la casa original hay una placa con las palabras de Froebel: “Quiero educar a pensadores independientes y personas que toman la iniciativa”.
“Los niños son los mensajes vivos que enviamos a un momento que no veremos.” –Neil Postman
Casi doscientos años después, Keilhau sigue siendo un refugio donde los niños encuentran paz e independencia. En sus inicios, Froebel acogió los hijos de los adinerados; no obstante, ahora Keilhau recibe a niños desfavorecidos con problemas de aprendizaje, muchos de ellos provenientes de hogares turbulentos. M, por ejemplo, llegó recién de un pabellón psiquiátrico. Suele pasar el recreo acurrucado contra la pared, sus ojos se ven llenos de pánico ante el caos de balones de fútbol, hula hoops y patinetas acelerando a su alrededor. Pero ayer lo encontré en cuclillas en el parque de recreo, olvidado de los otros niños. Me llamó la atención la diferencia. “Mira —susurró en respuesta a mi saludo— necesito proteger esta polilla, tiene rota una pierna”.
¿Cómo podemos ayudar a los niños más heridos y vulnerables? En su libro, Froebel responde: “El juego es la actividad del hombre más pura y espiritual […] Genera alegría, libertad, satisfacción, descanso interior y exterior, y paz con el mundo”. Con frecuencia observo a los niños representando sus temores, pero también los veo encontrando paz a través del juego.
J está en segundo de primaria y proviene de un hogar roto: “papá” puede ser cualquiera de los más o menos quince hombres que van y vienen en su vida. Hace poco llevamos a los niños al bosque, por la tarde, para explorar, construir chozas y descubrir insectos. Mientras los demás niños jugaron al alrededor, J se quedó sentado, en silencio, en una “choza” de ramos secos, contando y arreglando piñas de pino. La zona en donde estuvo se llenó de santa paz mientras ordenó a su vida.
El lema de Froebel, “La educación es ejemplo y amor”, se ha extendido a todo el mundo, desde este pequeño valle. Además de inspirar a educadores como Maria Montessori y Rudolf Steiner, ha impactado la educación del Bruderhof, la comunidad detrás de Plough, desde que Annemarie Wächter, sobrina nieta de Froebel, se unió al movimiento en 1932. Desde Keilhau, y desde institutos parecidos en todo el mundo, mensajeros son enviados hacia el futuro, listos para trabajar con las manos, deleitarse en la naturaleza y demostrar que los pequeños actos de amor pueden cambiar vidas.
Traducción de Coretta Thomson. Plough ha publicado un libro de extractos de Friedrich Froebel en inglés: Where Children Grow: Wisdom for Raising Relilient Humans from the Inventor of Kindergarten.