El detective Steven McDonald de la policía de Nueva York, quedó paralizado del cuello hacia abajo por disparos. Limitado a una silla de ruedas y un ventilador, perdonó a su adolescente asaltante. Presentamos aquí la historia tal como aparece en el libro Setenta veces siete de Johann Christoph Arnold, escrito después del primer encuentro de Arnold con McDonald. Durante 20 años con el programa Breaking the Cycle, McDonald y Arnold hablaron juntos sobre la resolución no-violenta de conflictos en asambleas escolares de la zona de la ciudad de Nueva York. Además, hicieron tres viajes a Irlanda del Norte para hablar sobre perdón y reconciliación, acompañados del Padre Mychal Judge, quien se murió en los Torres Gemelos el 11 de septiembre del 2001. Tanto Arnold como McDonald fallecieron en 2017.
La historia de Steven McDonald ha tocado a muchos estadounidenses, pero parece que no son muchos los que ven en su acto de perdonar algo más que un acto de voluntad sobrenatural. Steven, un policía y detective de la ciudad de nueva york, fue baleado en 1986 mientras interrogaba a tres jóvenes en el Parque central, y quedó paralizado del cuello hacia abajo. Llevaba menos de un año de casado, y su esposa tenía dos meses de embarazo.
Shavod Jones, su asaltante, provenía de un complejo de viviendas públicas en Harlem, Nueva York; Steven vivía en un barrio de gente blanca adinerada. Su breve encontronazo podría haber terminado con prisión para uno, y toda una vida de amargura para el otro. Pero aún antes de que soltaran a Shavod de la cárcel, comenzó a cartearse con él en un esfuerzo de traer “paz y propósito” a la vida de ese joven. Steven escribe:
Preguntarme por qué me había disparado el muchacho era algo que estaba completamente fuera de mi pensamiento mientras miraba el cielo raso desde mi cama en el hospital. Estaba perplejo, pero descubrí que no podía odiarlo a él sino a las circunstancias que esa tarde lo habían llevado al Parque Central con una pistola escondida en el pantalón.
Para ese muchacho yo era una chapa, un uniforme que representaba al gobierno. Yo era el sistema que les permitía a los dueños de casas cobrar alquiler por apartamentos escuálidos en edificios deteriorados; yo era la agencia municipal que reconstruía barrios pobres y echaba a los residentes, mediante el «aburguesamiento», sin tener en cuenta si eran buenos ciudadanos que respetaban la ley, o criminales y traficantes en drogas; yo era el policía irlandés que se presentaba en una disputa doméstica y se iba sin hacer nada porque no había ninguna violación de la ley.
Para Shavod Jones, yo era el chivo expiatorio, el enemigo. No me veía como una persona con seres queridos, como hombre casado y futuro padre. Él estaba infectado con los mitos que circulan entre su gente: los policías son racistas, se vuelven violentos, así que ármate contra ellos. No, yo no podía echar la culpa a Jones. La sociedad, la familia, las agencias sociales responsables por él, los que hicieron que fuera imposible que sus padres se quedaran juntos – todos le habían fallado mucho antes de que Shavod Jones se encontrara con Steven McDonald en el Parque Central.
A veces, cuando no me siento bien, puede que me enoje. Pero me doy cuenta de que el enojo es una emoción derrochada…a veces estoy enojado con el adolescente que me pegó el balazo; pero más a menudo le tengo lástima. Sólo espero que él pueda cambiar su vida y ayudar a la gente en vez de hacerles daño. Yo le perdono y espero que pueda encontrar paz y propósito en su vida.
Al principio Shavod no contestó las cartas de Steven; más tarde, cuando lo hizo, el intercambio fracasó, porque Steven rehusó acceder a su pedido de ayudarle a obtener la libertad condicional. A fines de 1995, sólo tres días después de salir de la prisión, Shavod perdió la vida en un accidente de motocicleta. Steven continúa predicando su mensaje de amor y perdón desde su silla de ruedas.
Cuando visité a Steven en su casa en Long Island, inmediatamente quedé impresionado por su bondadosa manera, sus ojos chispeantes, y el alcance de su invalidez. Es bastante difícil para una persona mayor vivir confinado a una silla de ruedas. Que a un hombre lo arranquen de la vida activa a los veintinueve años es devastador; agrega a esto tener que respirar por una traqueotomía, y un hijo de diez años cuyo papá nunca ha podido abrazarlo – ahí tienes a Steven McDonald. Pero no percibí ningún enojo, ninguna amargura.
Con calma y con firmeza me abrió su corazón. Habló de aquel balazo como de una «bendición», una dura prueba de fe, que sin duda lo había acercado más a dios, y lo había obligado a enfocarse más en lo espiritual y lo eterno:
Al principio, el perdón era una manera de seguir adelante, una manera de dejar atrás aquel horrible accidente. Pero luego me di cuenta de que yo había vivido una vida pecaminosa y egoísta, y que yo mismo necesitaba perdón. Era muy simple.
Ahora, Steven ha encontrado un propósito para su vida: enseñar a perdonar. Regularmente habla en escuelas primarias y secundarias, y en ceremonias de graduación. Considera su trabajo como un encargo de dios. Puesto que perdonó, y compartió con otros su acto de perdonar, Steven tiene la esperanza de que la gente vuelva a descubrir a Dios.
Once años después del balazo, su esposa Patti sigue fielmente a su lado. Luchan a diario con la realidad de su incapacidad y los efectos que tiene sobre su matrimonio. A menudo Steven tiene que batallar contra el desaliento, y hasta ha luchado contra pensamientos suicidas. Pero cuando le pregunté si el perdonar en sí había sido una lucha, dijo que no, que era más bien un don, una gracia.
No debe ser fácil perdonar cuando uno ha sido tan gravemente herido. Pero aún en la agonía más profunda tenemos que elegir entre amar u odiar, perdonar o condenar, buscar reconciliación o venganza. Steven podría haberse amargado, pero escogió el camino de la paz y la reconciliación, y hasta el día de hoy está transformando la vida de otros.
Uno de los héroes de Steven es Martin Luther King Jr, el renombrado dirigente de derechos civiles (Civil Rights Movement). Durante nuestra visita pidió a la enfermera que le sostuviera un libro que nos quería mostrar; era una colección de los discursos de King, y nos leyó un pasaje favorito:
Hay tanta frustración en el mundo porque hemos dependido de dioses, en lugar de depender de Dios…Lo que tenemos que descubrir nuevamente es la fe en Dios…El perdón no es un acto aislado; es una actitud arraigada.
Antes de despedirnos, Steven me pidió que orara con él. Lo hicimos, y la cara le brilló de alegría. Rara vez he visto a un hombre tan contento, tan tranquilo y seguro del propósito que tiene su vida.