Michael Sattler nació en el pueblo de Staufen en la región de Brisgovia al suroeste de Alemania. Él fue un estudiante muy trabajador, lo cual lo convirtió en un hombre inteligente y bien educado. Ingresó al monasterio benedictino de San Pedro en las cercanías de Freiburg. Al igual que en sus estudios, sobresalió también en su vida monástica y finalmente se convirtió en superior del monasterio.

Pero en la mente de Michael había dudas y preguntas que comenzaron a dar color a su vida enclaustrada. Su estudio de la Biblia, particularmente las cartas de Pablo, lo llevaron a cuestionar algunos principios del catolicismo romano. Su incertidumbre se vio agravada por la hipocresía de otros sacerdotes y monjes de su comunidad. Para Michael, el seguir sus votos monásticos le otorgaban grandes molestias, otros monjes tenían amantes. 

Mientras esto sucedía en el monasterio, el fervor de la reforma estaba aumentando en toda la región de Breisgau. La conciencia de Michael fue perturbada por los campesinos revolucionarios que ocupaban el monasterio. Su crisis de convicción llegó a un punto crítico, hasta que el 12 de mayo de 1525 abandonó el monasterio en busca de un nuevo llamado.

Algunos de los campesinos que ocupaban San Pedro eran anabautistas y cuyas ideas impresionaron a Michael quien pronto se uniría al movimiento. Durante su búsqueda de la verdad espiritual, había aprendido el oficio de tejer y así solventarse a sí mismo. En un acto final de rebelión contra su antigua vida monástica, contrajo matrimonio con una mujer llamada Margaretha.

Aunque poco se conoce de Margaretha, se sabe que antes de casarse con Michael había sido una beguina, miembro de una orden religiosa de mujeres que vivían juntas como monjas y se dedicaban a cuidar a los pobres y enfermos sin tomar los votos de por vida. Un escritor la describió como “una pequeña mujer talentosa e inteligente”. Después de contraer matrimonio, ella y Michael se ganaban la vida tejiendo telas.

En ese tiempo, el rey Ferdinand I, cuya posesión incluía Brisgovia, comenzó su persecución, suprimiendo sin piedad cualquier herejía contra la Iglesia Católica Romana, pero señalando en especial a los anabautistas. En 1525, Michael huyó a Zúrich para unirse a los anabautistas allí. Sin embargo, él no se asentó en ese lugar regresando finalmente a su ciudad natal. Luego, huyendo nuevamente de la persecución, se trasladó a Estrasburgo, y posteriormente al territorio de Hohenberg en Wurtemberg.

Asentado en las afueras de la ciudad de Horb, Michael pronto reunió a un número considerable de seguidores y en febrero de 1527 presidió una conferencia de líderes anabautistas en Schleitheim de modo a desarrollar una declaración de fe compartida; esta sería la base para unir a los anabautistas de la región. Los presentes sabían que les aguardaba aún más persecuciones, pero Michael probablemente no tenía idea de cuán cerca estaba el peligro.

Las autoridades habían descubierto a los anabautistas de las cercanías de Rotemburgo, de los cuales extrajeron informaciones sobre los anabautistas de Horb. Así, cuando Michael partió de Schleitheim para regresar a Horb, con los siete artículos de la confesión de Schleitheim en su saco, los hombres del gobierno estaban listos para aprenderlo.

Jason Landsel, Michael y Margaretha Sattler, 2019.

Cuando él y Margaretha llegaron a Horb, fueron arrestados junto con varios otros. El gobierno incautó la confesión de fe que llevaba con él, junto con las descripciones de los planes y actividades de la iglesia.

Michael tenía muchos seguidores en Horb, y después de su arresto, los funcionarios de la ciudad temían un levantamiento por lo que los prisioneros pronto fueron llevados por el conde Joachim von Zollern, a la apartada ciudad de Binsdorf. Desde su celda de prisión, Michael escribió una apasionada carta a su congregación en Horb, llamándoles a una fe ardiente y confianza en Dios. Esperó en prisión junto con los otros durante tres meses mientras preparaban su juicio.

Finalmente, llegó el día del juicio y veinticuatro hombres armados trasladaron a los prisioneros a Rotemburgo para ser juzgados. Un gran panel de jueces fue presidido por el presidente de la corte, el conde von Zollern, un elocuente experto legal de Ensisheim. Eberhard Hofmann, fue el fiscal más prominente, quien exigía la sentencia más cruel posible. El alcalde de Rotemburgo, Jakob Halbmayer, fue nombrado abogado de la defensa, pero Michael rechazó su ayuda y decidió hablar en nombre del grupo él mismo.

Cuando comenzó el juicio, el conde von Zollern enumeró los cargos presentados contra el grupo. Siete de estos cargos fueron aplicados a los diecinueve prisioneros, mientras que Michael Sattler enfrentaba dos cargos adicionales. Primero, el grupo fue acusado de violar un mandato imperial (una referencia a la Dieta de Worms contra Martín Lutero en mayo de 1521). Segundo, se decía que los anabautistas habían rechazado la presencia de Cristo en el pan y el vino de la Eucaristía. Tercero, el grupo fue acusado de rechazar el bautismo de infantes. En cuarto lugar, fueron acusados de rechazar la extremaunción, practicada a los enfermos o moribundos. Quinto, los prisioneros fueron acusados de despreciar a María y a los santos. Sexto, se negaron a hacer un juramento a las autoridades gubernamentales. Séptimo, fueron acusados de partir el pan y tomarlo junto con el vino en el mismo plato. 

Michael por su parte, fue acusado además de romper sus votos monásticos al casarse con Margaretha. También fue acusado de enseñar a sus seguidores a abandonar sus armas y negarse a resistir a los turcos, en el caso que estos invadieran alguna vez su país. A esto Michael respondió que en el caso que la guerra tuviera justificación alguna, preferiría luchar contra los perseguidores, quienes se hacían llamar cristianos, esta opinión enfureció aún más al gobierno. Para aquellos que presenciaron el juicio, las palabras de Michael lo hicieron más que un hereje; lo hicieron un traidor al imperio.

Entonces Michael, hablando en defensa de los prisioneros, pidió que se repitieran los cargos para que pudiera estar seguro de abordar los puntos más delicados. El empleado se burló de él por su petición diciendo a los jueces: “Prudentes, honorables y sabios señores, éste se ha jactado del Espíritu Santo. Ahora, si su jactancia es verdadera, me parece que es innecesario concederle esto; porque si él tiene el Espíritu Santo, le dirá lo que se ha hecho aquí”.

Inquebrantable, Michael repitió: “siervos de Dios, espero que mi petición no sea rechazada; porque las cosas que han dicho aún me son desconocidas”. Esta vez, su petición fue concedida.

Después de hablar con sus compañeros, Michael abordó cada acusación en forma consecutiva. Primero, refutó la acusación de que habían desobedecido un mandato imperial que prohibía seguir la doctrina luterana. Aunque los católicos vieron a los anabautistas como una secta luterana, ellos no lo eran. Michael argumentó que ellos seguían solamente el evangelio y la palabra de Cristo. En cuanto a las otras acusaciones él las aceptó con facilidad. El cuerpo y la sangre de Cristo no podían estar presentes en la eucaristía porque Cristo estaba presente físicamente a la diestra del Padre, argumentó Michael. El bautismo, afirmó, debe ser precedido por la fe.

“De acuerdo con la carne, yo era un señor; pero es mejor de esta manera”

En cuanto al aceite usado para ungir a los enfermos, declaró que el papa no podría mejorar el aceite bendiciéndolo solamente. También negó la acusación de despreciar a María, solo dijo que no podía ser nuestra intercesora, porque Cristo es nuestro único mediador. Estuvo de acuerdo en que no habían jurado ante las autoridades gobernantes, porque Jesús ordenó a sus seguidores que no prestaran juramentos. 

La séptima acusación, con respecto a tomar el pan y el vino de una misma fuente, él no consideró que valiera la pena refutarla.

Los dos cargos presentados personalmente contra él, Michael lo describió cómo su estudio de las Escrituras y su observación de los monjes y sacerdotes hipócritas quienes influyeron en su decisión de abandonar la orden monástica. Explicó: “cuando Dios me llamó a testificar de su Palabra, y leí a Pablo, también consideré el estado poco cristiano y peligroso en el que estaba; contemplando la pompa, el orgullo, la codicia y la gran promiscuidad de los monjes y sacerdotes, decidí entonces ir y tomar una esposa, según el mandato de Dios”.

Finalmente, llegó la última y, posiblemente la acusación más condenatoria para la mente de sus oyentes. “¿Y si los turcos vinieran?”, él respondió, “no debemos resistirnos a ellos, ya que está escrito: no matarás”. Al abordar su reclamo, si las guerras tuvieran justificación y que él preferiría luchar contra los cristianos, y no en contra de los turcos, Michael dijo: “Tú, que eres cristiano y que te jactas de Cristo, persigues a los piadosos testigos de Cristo, con el espíritu de los turcos”.

Michael negó que él o sus compañeros se hubieran rebelado de manera alguna en contra del gobierno, o que hayan actuado de alguna manera contra Dios o su Palabra. Para probar verdaderamente sus afirmaciones teológicas, Michael sugirió que los jueces deberían traer expertos teólogos y así discutir sus argumentos, usando solo las Escrituras. “Si nos demuestran con las Sagradas Escrituras que estamos equivocados y en el error, con gusto nos detendremos y nos retractaremos, también sufriremos voluntariamente la sentencia y el castigo por lo que hemos sido acusados. Pero si no se demuestra ningún error, espero en Dios que ustedes se conviertan y reciban instrucción”.

Los jueces por su parte consideraron absurdo el último comentario de Michael y se echaron a reír. Hofmann, el fiscal, respondió: “Tú, monje infame y villano desesperado, ¿deberíamos discutir contigo?” “El verdugo discutirá contigo, te lo aseguro”.

Michael respondió a esto diciendo: “Hágase la voluntad de Dios”.

Frustrado por las palabras de Michael, Hofmann dijo: “Hubiera sido mejor si nunca hubieras nacido”. 

Michael entonces contestó serenamente: “Dios sabe lo que es bueno”. Ante esto, Hofmann se enfureció y gritó: “Villano desesperado y archi hereje, te digo que, si no hubiera ningún verdugo aquí, te colgaría yo mismo y pensaría que he hecho un servicio a Dios”.

Después de esto, los jueces se fueron a discutir la sentencia. La decisión no fue tan simple como lo había supuesto Hofmann, ya que tomó una hora y media determinar dicha sentencia. Mientras estaban lejos, la sala del tribunal se tornó en un caos. Los observadores reprendieron y se burlaron de Michael. Uno de los guardias dijo: “¿Qué esperabas para ti y para los demás? ¿pensaste que los habías seducido?” Sacando su espada, dijo: “mira, discutirán contigo con esto”. Michael permaneció en silencio. Otro hombre preguntó por qué no había “permanecido como señor en el convento”, ya que la alta posición de Michael en el monasterio parecía mucho más preferible que su estado actual. Miguel respondió: “De acuerdo con la carne, yo era un señor; pero es mejor de esta manera”.

Los jueces entonces volvieron a la sala. Los observadores hicieron silencio al escuchar la frase: “en el caso del Gobernador de Su Majestad Imperial versus Michael Sattler, se dicta el siguiente fallo: que Michael Sattler sea entregado al verdugo, quien lo llevará al lugar de ejecución y cortará su lengua luego lo arrojará sobre un carro, y le rasgará el cuerpo dos veces con pinzas ardientes; después de que haya sido llevado fuera de la puerta, será despedazado cinco veces de la misma manera. Luego quemará su cuerpo hasta convertirlo en polvo, como un hereje”.

Cuando los prisioneros fueron devueltos a sus celdas, Michael habló con Jakob Halbmayer, alcalde de Rotemburgo, a quien consideraba responsable de la terrible conducta del juicio. Le dijo al alcalde: “Sabe que usted y sus compañeros jueces me han condenado en contra de la justicia y sin pruebas. Por lo tanto, cuídese y arrepiéntase. Si no lo hace, usted y los demás serán condenados al fuego eterno en el juicio de Dios”. 

El 21 de mayo de 1527, Michael fue llevado al mercado de la ciudad. De acuerdo con la sentencia, el verdugo cortó una gran parte de su lengua, pero quedó lo suficiente para que los observadores pudieran escucharlo orar por quienes lo torturaban. Usando pinzas ardiendo, arrancaron dos pedazos de carne de su cuerpo, luego lo ataron a una escalera y lo arrojaron a un carrito. En el viaje de una milla al lugar de su ejecución, las pinzas se usaron para desgarrar su cuerpo cinco veces más. Una vez mas, les dijo a los oficiales, a los jueces y a las personas que veían que se arrepintieran y se convirtieran. Cuando la escalera a la que estaba atado fue levantada y colocada en el fuego, oró: “Dios todopoderoso, eterno, tú eres el camino y la verdad; como nadie ha podido probar esto como error, con tu ayuda en este día testificaré de la verdad y la sellaré con mi sangre”.

El fuego se arrastró lentamente hacia su cuerpo, quemando las cuerdas que ataban sus manos. Luego, utilizando una señal que había acordado de antemano con otros creyentes, Michael levantó las manos por encima de las llamas, los índices apuntando al cielo, lo que indica que el dolor era soportable y se mantuvo firme en su fe. A medida que se acercaba la muerte, repitió las palabras de su Señor, diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Tres de los anabautistas que estaban en el juicio con Michael también fueron ejecutados. Otros se retractaron y fueron desterrados del país. La esposa del conde von Zollern intentó convencer a Margaretha, la esposa de Michael de retractarse de su fe, pero fue en vano. El día después de la muerte de Michael, Margaretha fue ejecutada, la ahogaron en el río Neckar, aunque dijo que hubiera preferido unirse a su esposo en las llamas.

Wolfgang Capito, era un viejo anfitrión y amigo de Michael en Estrasburgo, éste escribió al consejo en la ciudad de Horb para defender a los anabautistas que aún estaban en prisión. También escribió a los prisioneros una carta de consuelo. Aunque Capito aún desconfiaba de ciertas creencias anabautistas, escribió sobre Michael: “mostró un celo tan grande por el honor de Dios y la iglesia de Cristo, a la cual se mantuvo puro, sin culpa y sin reproche para los que están afuera”. Otro líder, Martin Bucer, consideró a Michael como un verdadero mártir, a pesar de las diferencias teológicas. Bucer escribió: “no dudamos de que Michael Sattler, quien fue quemado en Rotemburgo, fue un querido amigo de Dios. . . No tenemos dudas de que fue un mártir de Cristo”.


De Siendo testigos: Relatos de martirio y discipulado radical.