El llanto de un bebé recién nacido cautiva el corazón humano. Nos dice: «Ámame, ayúdame, protégeme». Como adultos, nos consideramos como los que ayudan y protegen. Pero entre más lo pienso, más me convenzo de que nosotros necesitamos a los niños más de lo que ellos nos necesitan a nosotros.
Los expertos nos informan que la sobrepoblación está destruyendo la tierra. No estoy de acuerdo; son la codicia y el egoísmo los que están arruinando al planeta, no los niños. Ellos nacen para dar, no solo para recibir. También nacen para ser maestros, si somos lo suficientemente sabios para escuchar las verdades que nos comunican. En medio de nuestras complejas vidas como adultos, debemos dedicar tiempo para recibir las lecciones que solamente los niños pueden enseñar.
Los niños demandan honestidad y sencillez. Ellos esperan que las palabras armonicen con los hechos. Aunque los niños se puedan enojar rápidamente, perdonan igual de rápido, brindando a los demás el elevado don de la segunda oportunidad. Los niños tienen un fuerte sentido de justicia y juego limpio. Miran todo con ojos nuevos, y nos señalan la increíble belleza del mundo que nos rodea.
Imagina lo que sucedería si aplicáramos esos valores a nuestro gobierno, la política exterior, los modelos corporativos de las empresas, las decisiones ambientales y la teoría educativa.
Una sociedad que no les da la bienvenida a los niños está condenada al fracaso. Sin embargo, las cosas no parecen estar a favor de los niños o de quienes los cuidan, sean padres o maestros. Mientras el abismo entre ricos y pobres se sigue ensanchando sin parar, más y más familias difícilmente pueden siquiera suplir necesidades básicas como vivienda y seguro médico. En muchas ciudades, la condición desesperada de las familias ha requerido el aumento del cuidado infantil a 24 horas al día. Padres y madres que trabajan largas jornadas laborales no tienen más remedio que entregar a sus hijos al cuidado de otros, quienes deben asumir muchas tareas tradicionales de la crianza de los hijos, como vestirlos, darles el desayuno, cuidarlos cuando se enferman o acostarlos en la noche.
A pesar de lo que el movimiento «libre de niños» pudiera hacernos creer, tener niños hoy es normal, es bueno y es natural. La paternidad no debe ser vista como un riesgo financiero insuperable o una enorme carga psicológica y emocional. No es algo solo para los expertos. Pero se necesita un corazón de amor por los niños y una disposición a sacrificarse por ellos. Sin esa disposición para el sacrificio, ¿cómo podemos experimentar el sentido de la vida?
El presidente Franklin D. Roosevelt enfatizaba con frecuencia esta tarea esencial de las familias en la sociedad:
Todos reconocemos que el espíritu dentro del hogar es la influencia más importante en el crecimiento del niño. En la vida familiar el niño debe primero aprender a tener confianza en sus propias fuerzas, respeto a los sentimientos y derechos de otros, el sentimiento de seguridad y buena voluntad mutua, y la fe en Dios. Las madres y los padres, según la clase de vida que construyen dentro de las cuatro paredes del hogar, son en gran parte responsables de la futura vida pública y social del país.
Simplemente como no podemos cuidar del niño separado de la familia, pues su bienestar está ligado con muchas otras instituciones que influyen en su desarrollo: la escuela, la iglesia, las agencias que ofrecen alternativas útiles para el tiempo libre… Y el dinero y arduo trabajo que va hacia esas empresas públicas y privadas son reembolsados muchas veces.
Como nación, ¿qué tanto nos hemos alejado de esta visión? Criar niños y educarlos requiere valor, pero las recompensas son enormes. Padres y maestros pueden dejar un legado que no será olvidado. Pero no se queda ahí. Necesitamos hablar más allá de los límites del hogar o del salón de clases. En nombre de todos los niños, necesitamos cambiar radicalmente nuestras prioridades nacionales.
El mundo necesita niños, pero ellos también nos necesitan. Les debemos más que la mera sobrevivencia. En palabras del poeta indio Rabindranath Tagore:
Los niños son seres vivientes, más vivos que los adultos, quienes han construido corazas de hábitos a su alrededor. Por lo tanto, es absolutamente necesario para su desarrollo y salud mental que los niños tengan no solo escuelas para sus lecciones, sino un mundo cuyo espíritu guía sea el amor personal.
Cada día nacen niños nuevos en nuestro mundo y, como escribe Tagore, cada uno trae «el renovado mensaje de que Dios no ha perdido la fe en la humanidad». Es un pensamiento místico, pero conlleva un desafío también. Si el creador no ha perdido su esperanza en nuestra humanidad, ¿quiénes somos nosotros para perderla?
Esta artículo está extraído del capítulo ‘El mundo necesita niños’ del libro Su nombre es hoy. Leer más…