Nuestra respuesta ante el encuentro con un niño debe ser nada menos que la reverencia. Quizá debido a que la palabra suena anticuada, su verdadero significado se ha vuelto confuso. Reverencia es más que solo amor. Incluye un aprecio por las cualidades que tienen los niños (y que nosotros hemos perdido), una buena disposición para redescubrir su valor y la humildad para aprender de ellos.
Reverencia es también una actitud de profundo respecto, como lo expresó mi abuelo Eberhard Arnold en las siguientes palabras:
Son los niños quienes nos conducen a la verdad. No somos dignos de educar ni siquiera a uno de ellos. Nuestros labios son impuros, nuestra dedicación no es sincera. Nuestra veracidad es parcial; nuestro amor está dividido. Nuestra bondad no es sin motivos. Nosotros mismos todavía no estamos libres de desamor, codicia y egoísmo. Solo los sabios y santos, solo aquellos que se presentan como niños delante de Dios, son los que realmente sirven para vivir y trabajar con niños.
Pocos nos atreveríamos a considerarnos sabios o santos. Pero esa es exactamente la razón de por qué la base de la educación debe ser no solo conocimiento y comprensión sino también reverencia.
Comprender la reverencia puede cambiar nuestra percepción del mundo y nuestra tarea en él. Esta simple palabra puede ayudarnos a mantener nuestras vidas libres de enredos que pueden arrastrarnos hacia el fondo. Sabiendo que gente joven está observando todos nuestros movimientos, podemos ser modelos de integridad y respeto. Podemos vestirnos en una forma que exprese nuestro valor interior, en vez de degradarlo.
En lugar de bombardear a los niños pequeños con información explícita sobre la sexualidad y la reproducción, podemos dejarlos crecer a su propio ritmo en la comprensión de lo que significa un ser humano, y responder preguntas con honestidad y sencillez a medida que vayan surgiendo.
Podemos modelar relaciones saludables. Aprendí la importancia de esto de mis propios padres, que podrían estar en desacuerdo muy abiertamente entre ellos, pero siempre terminaban el debate con risas y abrazos. Vi que mi padre no se avergonzaba de mostrar ternura y que la gentil guía de mi madre estaba respaldada con enorme valentía. Su matrimonio, construido con fidelidad y respeto, fue un ejemplo para todos los que los conocieron.
Una vez que tengamos reverencia por cada vida, también tendremos compasión y enseñaremos a otros su valor. Aun el niño más endurecido y distante puede aprender empatía, y es maravilloso ver cuando sucede.
Ya sea que creamos o no en un Dios amoroso, todos podemos mostrar amor y respeto hacia los niños bajo nuestro cuidado. Esto a su vez despertará su propio sentido innato de reverencia, tanto para ellos como individuos únicos como para otros, igual de valiosos e incomparables. Solo entonces podrán comprender verdaderamente su propósito y responsabilidad en el mundo.
Este artículo está extraído del capítulo ‘Descubriendo la reverencia’ del libro Su nombre es hoy.