Para algunos, Samuel Ruiz García fue el “obispo rojo”, un hombre radical y peligroso. Para sus feligreses indígenas, merecía el apodo tatik, “padre” en Tzeltal, un idioma maya.

El obispo Ruiz nació el 3 de noviembre de 1925 en Irapuato, México. Sus padres —obreros pobres y católicos fervientes, viviendo la época de la persecución a su Iglesia bajo el Gobierno revolucionario— consagraron su primogénito al Señor. Después de estudiar en la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma, Ruiz fue ordenado en 1949. Llegando a ser obispo en 1960, fue asignado a la diócesis de San Cristóbal de Las Casas en Chiapas.

Allí, Ruiz encontró una sociedad viviendo bajo un tipo de apartheid, donde los indígenas eran considerados subhumanos y explotados bajo un arreglo, parecido a la esclavitud, en las plantaciones de café. “Y esto, aunque son hijos de Dios todos —escribió Ruiz— de la misma manera en que los blancos lo son”.

En 1968, Ruiz asistió a la II Conferencia Episcopal del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) en Medellín, Colombia, que se convertiría en el crisol de la teología de la liberación. Inspirado por este nuevo enfoque, encargó la traducción de las escrituras a dos idiomas indígenas y organizó una red de más de veinte mil catequistas indígenas que enseñaban la fe a sus semejantes.

"Jesús nos llama a ser sus defensores, aunque en ello tengamos que recorrer su propio camino: el de la Cruz. La pregunta que Dios nos hará al final de nuestra existencia será: ¿De qué lado estuvimos? ¿A quién defendimos? ¿Por quién optamos?" –Samuel Ruiz

 “No hay presencia de Jesucristo hasta que haya evangelización”, explicaría en una entrevista años después. Sin embargo, insistía en que todas las culturas del mundo contienen “la presencia de la revelación de Dios, lo que los padres griegos y latinos llamaron la semilla de la palabra, semina verbi”. El objetivo de la evangelización, según Ruiz, no era europeizar a los indígenas, sino llevarlos desde su “Antiguo Testamento” nativo hacia “el encuentro categórico con Jesucristo, que la Iglesia ha anunciado”.

En 1993, Estados Unidos, México y Canadá ratificaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Los críticos del acuerdo, Ruiz incluso, declararon que fomentaría la explotación de los campesinos pobres por los intereses corporativos. En una carta pastoral, Ruiz rechazó la violencia como una estrategia para oponerse a esta injusticia y explicó que la lucha para la paz significaba “no solo oponerse a la guerra o tomar una posición pacifista simple; sino tomar una posición integral que, pasando por cuestionar al sistema capitalista neoliberal, nos interpele también en la justificación de la violencia, como si fuera ésta el único camino para enfrentar la injusticia … se concluye que es la no-violencia activa, la real alternativa para construir una sociedad donde quepan todas y todos, sin que se tenga que sacrificar a nadie para conservar la paz y el orden”.

En la Nochevieja de 1993, justo antes de que el TLCAN entrara en vigencia, un grupo armado salió del bosque y ocupó San Cristóbal, entre otras ciudades, apoderándose de estaciones de radio y liberando a prisioneros. Se llamaba el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y declaró: “Somos producto de 500 años de lucha. Hoy decimos: ‘¡Basta!’” Esa misma noche, la radio oficial acusó, sin causa, a Ruiz y su clero por incitar a la rebelión. Pero, después de que un contraataque militar provocó protestas internacionales, las autoridades sabían que necesitaban un mediador y se dirigieron a Ruiz. En 1996, los Zapatistas y el Gobierno mexicano firmaron el acuerdo de paz.

Ruiz sobrevivió varios atentados a su vida, siendo el último en 1997; se jubiló dos años después y murió en 2011 con 86 años de edad.

Arte cortesía de Jason Landsel


Traducción de Coretta Thomson