Se puede preguntar cómo y en qué forma influye la Iglesia celeste en la vida humana sobre esta tierra. A esto hay una contestación sola dada por la fe: a saber, que por medio del Espíritu Santo la Iglesia de Jesucristo desciende a la tierra. El Espíritu Santo obra continuamente en la Iglesia al igual que en Jerusalén, cuando se vertió sobre los seres humanos. Cada vez que la Iglesia se manifiesta en la realidad del Espíritu Santo, su vitalidad tiene efectos sociales que no son diferentes de los que sucedieron en Pentecostés en Jerusalén.
Dios, por quién todos las cosas fueron hechas, y sin quien no se hizo nada de cuanto ha sido hecho, mandó Su Espíritu a la tierra y para toda la gente. Este espíritu quiere reunir a todos para congregarlos. Éste fue el espíritu que trajo a Jesús para que viviera entre la gente. A su vez Jesús dio testimonio de este Santo Espíritu y de su poder cuando decía: “Cuantas veces quise reunir a tus hijos; y no me dejaste.” (Mateo 23: 27) Pero fue quitado a aquellos que no quisieron ser reunidos por Él. Jesucristo fue matado por el espíritu que desparrama, por el poder que divide. (Mateo, 12:30)
Empero, el Viviente retornó al lado de los suyos. “Reciban el Espíritu Santo. Así cómo me envió Mi Padre, así os envío yo.” (Juan 20: 21-22) “Cuánto ataréis en la tierra, será atado en el cielo, y cuánto desataréis en la tierra será desatado en el cielo.” (Mateo 18: 18) Desde este momento todos aquellos cuyos corazones habían sido tocados por este espíritu sintieron la necesidad de estar juntos. Apesadumbrados quedaron reunidas y esperaron en pía expectativa. Fueron esas largas semanas de espera.
Siempre debe haber esta tensa expectativa antes de que pueda ser dada una unión completa. La unión no se consigue por medio de acuerdos racionales o de coaliciones de individuales espíritus humanos. Se da únicamente por la irrupción e intervención de aquél Espíritu que no es humano.
Le pedimos al Santo Espíritu que la Iglesia de luz y de amor de todos los siglos - de toda la eternidad - nos alumbre hasta que nosotros estemos completamente unidos con ella. Le pedimos al espíritu de la Iglesia que se vierta sobre nosotros encendiéndonos con todo su poder. Rogamos al Espíritu que nos use en nuestra humilde posición donde Él quiera, no donde queramos nosotros. No queremos ceñirnos con espada propia pero anhelamos servir adonde Dios, quien gobierna sobre la historia de todos los mundos, quiera que estemos. Queremos ser mandados en tal manera que el entusiasmo que encendió en nosotros pueda cumplir Su encargo.
Estos párrafos son extractos del capítulo ‘Unidad y Espíritu Santo’, del libro La revolución de Dios.