¿Una pintura paisajista puede disponer a quien la observa a una mejor convivencia con la creación?
En los últimos diez años, las personas de fe han comenzado a ocuparse más seriamente del cuidado del ambiente. Pero Thomas Cole (1801-1848), un pintor de paisajes británico-estadounidense, protestante, y fundador de la Escuela del río Hudson, abrió el camino hace casi dos siglos con su comprensión de nuestra relación con la creación.
Su visión del mundo natural y el proceso de industrialización estuvo marcada por su historia personal. En Lancashire, su tierra natal en el noroeste de Inglaterra, Cole conoció de niño un movimiento radical contrario a la industrialización liderado por un grupo conocido como los luditas. En 1818, la familia de Cole emigró a los Estados Unidos; a su llegada se establecieron en Ohio, pero tiempo después se mudaron más hacia el noreste. Cuando Cole llegó al valle del río Hudson, en 1825, el ambiente natural del valle estaba en riesgo de desaparecer debido a la creciente industrialización. Las curtiembres locales arrojaban los desechos al Hudson, se llevaba a cabo una extracción intensiva de coníferas y arenisca azul y la gran demanda de madera y carbón vegetal provocaba una deforestación masiva en toda la cuenca del río Hudson. En muchas de sus pinturas y textos, Cole lamenta el proceso de industrialización en los Estados Unidos y la explotación de la tierra por parte del ser humano.
Cole pintó, a gran escala, los paisajes naturales del noreste de los Estados Unidos, en todas sus formas: praderas onduladas, montañas envueltas en una bruma azulada y pesados nubarrones como presagio de una feroz tormenta sobre la campiña. En muchas de sus pinturas, especialmente aquellas en las que plasmó la naturaleza del noreste que quería proteger, se aprecia un detalle significativo: Cole incluyó figuras humanas, pequeñas y detalladas, que contemplan la magnificencia del paisaje o lo recorren como viajeros a pie o incluso establecen su hogar allí. No hay duda de que él era consciente de la destrucción del valle del Hudson por la acción del ser humano. ¿Por qué, entonces, continuó incluyendo personas en sus paisajes? La respuesta de Cole llega a través de su propuesta de que es posible que la humanidad viva en armonía con la naturaleza.
Si bien la pintura de paisajes estaba muy difundida en aquella época, sus ideas acerca de la relación entre la humanidad y la naturaleza no eran, en general, compartidas por sus pares. El entonces presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson, igual que muchos de los contemporáneos de Cole, creían en el destino manifiesto, una doctrina que defendía la expansión territorial hacia el oeste como un derecho divino. Más aún, la obra de muchos artistas de ese tiempo celebraba la domesticación del paisaje al incluir granjas, huertas y ganado –señales de una apropiación sutil pero inequívoca por parte del ser humano de una tierra que supo ser agreste. A modo de ejemplo, la pintura The Sunday Morning (Mañana de domingo), de Asher Durand, muestra un paisaje domesticado: una capilla iluminada por el sol se alza sobre una colina cuyo bosque fue desmontado para darle espacio a esa edificación. Los fieles cruzan el río atravesando un sólido puente de piedra; a lo lejos, se ve un pueblo vecino enclavado en la ribera del río. Algunos árboles permanecen de pie, pero es claro que su propósito es darle sombra al ganado que se ve en primer plano.
Aunque Cole no se oponía a la industrialización tan radicalmente como los luditas, su pintura y sus escritos reflejan una tensión entre dos convicciones. Le apena la idea de que la naturaleza se torne completamente irreconocible como consecuencia de la expansión territorial hacia el oeste, pero está convencido de que, a pesar de la contaminación que ha visto, es posible encontrar el camino hacia una convivencia armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza.
Por ejemplo, su pintura A View of the Two Lakes and the Mountain House, Catskill Mountains, Morning (Vista de los dos lagos y el hotel Mountain House, Montañas Catskill, en la mañana) muestra a un caminante bien vestido, portando cuaderno y bastón y contemplando el paisaje montañoso que se extiende frente a sus ojos. Es un territorio virgen hasta donde alcanza la vista, salvo por el famoso hotel Catskill Mountain House construido en la ladera de la montaña, en 1824. Esta obra no idealiza un pasado remoto ni vislumbra un futuro industrializado proyectando un paisaje urbano sobre un territorio salvaje. En cambio, Cole nos muestra una coexistencia pacífica entre el hotel Mountain House a lo lejos, el caminante en primer plano y el paisaje natural; ninguno de ellos parece alterarse por la presencia de los otros.
De manera similar, en otra de sus pinturas, Catskills Mountain Landscape (Catskills-Paisaje de montaña), vemos, en primer plano, un viajero solitario frente a un paisaje salvaje y agreste. El territorio a su alrededor aparece más oscuro y escarpado que en “Vista de los dos lagos”, pero el viajero no parece inquietarse y emprende su peregrinaje a través del vasto escenario. Estos paisajes le recuerdan al espectador que es bueno tener conciencia de nuestra pequeñez y que aun en nuestra pequeñez podemos cumplir un papel significativo asumiendo nuestra responsabilidad para con la naturaleza. En palabras de Carl Pfluger, Cole “mantenía la esperanza de una convivencia armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza”.
Todo indica que Cole estuvo por delante de su tiempo con respecto a la manera en que los cristianos deberían comprender e interactuar con el ambiente como una forma de conectar con lo divino. En “Essay on American Scenery” (Ensayo sobre el paisaje de los Estados Unidos, 1836), Cole escribió:
No ha sido en vano; la gente buena, personas ilustradas de todo tiempo y nación, han encontrado solaz y consolación en la belleza del medio rural. Los profetas en la antigüedad se retiraban a la naturaleza, en soledad, a la espera de recibir inspiración divina. Fue en el monte Horeb que Elías vio desatarse un viento recio, un terremoto y un fuego, y luego oyó “un suave murmullo”; ¡esa voz AÚN resuena en las montañas! Juan el Bautista predicó en el desierto; AÚN HOY el desierto es un lugar muy apropiado para hablar de Dios.
En lugar de plantear un conflicto entre la adoración a Dios o la adoración de la naturaleza, Cole incluye personas en sus paisajes a fin de brindarles a los cristianos una nueva visión de la naturaleza y una ética del cuidado del ambiente. Muchos de sus contemporáneos idealizaron la expansión de la humanidad, mientras que hoy se incentiva a la gente para que no siga procreándose a fin de que la naturaleza pueda desarrollarse con fuerza nuevamente. Sin embargo, la cosmovisión cristiana sostiene que tanto la tierra como los seres humanos deben crecer y fructificar. Al encontrarse con la belleza del mundo natural, el salmista escribió:
Cuando contemplo tus cielos,
obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que allí fijaste,
me pregunto:
“¿Qué es el hombre, para que en él pienses?
¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”
Pues lo hiciste poco menos que Dios,
y lo coronaste de gloria y de honra. (Sal 8:3-5)
También el salmista considera el valor del ser humano en el marco de la grandiosidad de la creación, pero concluye que a la humanidad se le dio un lugar “poco menos que Dios”, con autonomía de acción para crear o destruir.
Cole, un protestante devoto, también pintó varios paisajes que representaban escenas religiosas o alegóricas, por ejemplo, la serie The Voyage of Life (El viaje de la vida). Entre sus colecciones, la de contenido más claramente religioso incluye la pintura The Good Shepherd (El buen pastor), un tema recurrente en el canon de la historia del arte. Pero en su versión de este clásico, Cole ofrece una representación atípica de Cristo: una figura pequeña en la inmensidad del paisaje. Cristo va caminando por un valle de vegetación exuberante; la oveja que salió a buscar dejando atrás a las otras noventa y nueve (Mt 18:12) camina a su lado, y él la guía por la orilla de un lago de aguas tranquilas. La pintura evoca la parábola de la oveja perdida, pero también incluye imágenes del Salmo 23: “El Señor es mi pastor […] en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce”. La imagen apacible del paisaje refleja el carácter también apacible de Cristo puesto de manifiesto en esos dos pasajes de la Escritura. Esta peculiar composición del Buen Pastor también muestra la humanidad de Cristo, ya que se lo ve pequeño en medio del mundo natural, recordándole al espectador que el Hijo de Dios vino a la tierra apacible y humilde, se despojó de toda gloria celestial y eligió adoptar forma humana y vivir humildemente en medio de la creación.
En su libro Placemaker, Christie Purifoy dice: “El relato de la creación en Génesis se diferencia de los mitos de la creación de otras religiones porque afirma que estamos hechos de la misma materia que el mundo que nos rodea. No somos descendientes de los dioses; fuimos formados del polvo de la tierra. Es verdad que somos imagen de un creador, pero también tenemos una relación de parentesco con las estrellas y con las estrellas de mar. […] Nuestras casas más fuertes, más seguras, están hechas de piedra y arcilla, el mismo ‘polvo’ del que estamos hechos nosotros”. Como la obra de Cole sugiere, la actitud del creyente frente al mundo natural es tener presente que también la humanidad es polvo. Nuestra pequeñez frente a la naturaleza es señal de nuestra aún mayor pequeñez frente a lo divino, como Job y el salmista tan bien lo expresan en la Escritura. Hay belleza en lo insignificante y, paradójicamente, también hay belleza en formar parte de la creación que Dios reconoció como muy buena y nos entregó como un regalo para administrarla y cuidarla, a pesar del potencial explotador y destructor del ser humano. La vida de fe nos pone ante un delicado equilibrio entre el misterio de nuestra insignificancia y el misterio de ser aceptados en el reino de Dios, de la misma manera que las figuras de Cole son aceptadas en el reino de la naturaleza, pequeñas en esa inmensidad.
En el escrito antes citado, “Essay on American Scenery”, Cole escribió: “La naturaleza nos ha preparado un banquete suculento y abundante. ¿Rechazaremos la invitación? Seguimos en el Edén…”. Consciente de la inconmensurable belleza de nuestro mundo, el artista invita a la gente a contemplarlo, y a permanecer en él; a no devastar la tierra, pero tampoco deshabitarla. En la visión de Cole, la naturaleza es parte de este mundo, pero también lo es la humanidad.
Los seres humanos ya no estamos en el Edén, contrariamente a lo que Cole afirmaba. El mundo está fracturado por la división y el egoísmo del ser humano. Nos abalanzamos unos sobre otros, físicamente y en otros sentidos también. Sin embargo, las palabras y las pinturas de Cole reavivan nuestro anhelo por la nueva creación, y su advertencia no ha perdido validez. Cultivemos la tierra y creemos espacios para vivir como hijos de Dios en este lugar al que pertenecemos, pero también cuidemos el mundo protegiendo y respetando los territorios salvajes y las especies nativas y colaborando, por fe, con la misión de Cristo de que un día la creación será renovada.
Traducción de Nora Redaelli.