Dos mujeres en busca de la sabiduría visitaron a un hombre santo. Una se consideró una gran pecadora. Nunca dejó de culparse por traicionar a su esposo cuando eran jóvenes. La otra había vivido toda la vida de acuerdo con los mandamientos de Dios; por eso no se reprochaba por cometer ningún pecado específico y se sintió relativamente bien de su vida.
El santo las cuestionaba a ambas. La primera mujer con lágrimas confesó su pecado, aun siendo tan enorme. Consideró el pecado tan grande que no esperaba el perdón. Pero en desesperación lo dijo de todas maneras. La segunda mujer dijo que no pudo pensar en ningún pecado específico que había cometido, o por lo menos, nada que merecía mención.
El santo dijo a la primera mujer, «Ve, siervo de Dios, más allá de los muros de la ciudad y busca la piedra más grande que podrás cargar y tráemela». Y dijo a la segunda mujer que no reconocía ningún pecado en particular, «Tráeme piedras también, pero piedras pequeñas, tantas como puedas cargar». Las mujeres se fueron e hicieron lo que les mandó el santo.
La primera mujer le trajo una piedra grande, y la segunda un saco de pequeñas piedras. El santo las miró y dijo, «Ahora, esto es lo que quiero que hagan. Lleven las piedras de regreso y pónganlas en el mismo sitio donde las encontraron. Entonces vuelvan a mí.» Las mujeres se fueron para cumplir lo que les mandó el santo.
La primera mujer fácilmente encontró el lugar donde había conseguido la piedra y la devolvió a su sitio. La segunda mujer no pudo recordar en donde había encontrado todas las piedras pequeñas y regresó con el saco lleno. El santo dijo a la primera mujer, «Fácilmente devolviste la piedra grande y pesada porque recordaste en donde la conseguiste». Pero a la segunda mujer dijo, «No pudiste devolver las piedras pequeñas porque no pudiste recordar en donde las conseguiste».
Así es con el pecado. El santo dijo a la primera mujer, «Recordaste tu pecado. Por eso sentiste remordimiento en tu conciencia, y como tu pecado dolió a otros. Entonces te arrepentiste y en arrepentirte, te liberaste de la carga de tu pecado.» Dijo a la segunda mujer, «Pero tú trataste de devolver las piedras pequeñas. Cometiste pecados pequeños y en no pensar mucho de ellos, no pudiste recordarlos. Por eso no podías arrepentirte de ellos. En vez de esto, aprendiste a condenar los pecados de otros, como el de esta otra mujer, mientras te hundiste más y más en tu pecado. Ciertamente tu carga es más pesada.»
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