Cuando la gente dice que necesitamos ser como la «iglesia primitiva», generalmente pregunto: ¿cuál de todas?; ¿carnal como la de Corinto, insensata como la de Galacia, perezosa como la de Tesalónica, legalista como la de Jerusalén, o tibia como la de Laodicea?
La nostalgia es una senda peligrosa cuando comenzamos a pensar sobre la reforma que necesitamos ahora. Idealizar la iglesia de los «tiempos de antaño» nos hace olvidar que el tiempo borra los malos recuerdos y crea fantasías.
La iglesia primitiva sobrevivió al mantener sus ojos en la promesa y al vivir con esperanza, y nosotros podemos hacer lo mismo hoy. Recibimos la promesa de vivir con el Señor, verlo cara a cara, y vivir en gozo y libertad.
Nosotros no planeamos una reforma. Por el contrario, el reino interrumpe nuestros planes.
Durante la época apostólica, Pedro, Juan y Pablo; y Martín Lutero, Jakob Hutter y Menno Simons en los tiempos de la Reforma; todos optaron por vivir en tensión, manteniendo sus ojos con expectativa en Jesús y alineándose con la vida que se había prometido. Cada una de sus decisiones y acciones fue hecha tomando en cuenta no los principios y valores de los imperios en los que vivían, ni de aquellos viejos tiempos, sino la plenitud del reino por venir. Ellos trataban, no de emular el pasado, sino de anticipar el futuro. Eventualmente esto les acarreó malos entendidos, persecución y sufrimiento.
Nosotros no planeamos una reforma. Por el contrario, el reino interrumpe nuestros planes, y, si estamos abiertos a su mensaje, nos señala la verdadera renovación. En nuestra comunidad en Brasil hemos sido interrumpidos una y otra vez, y hemos tratado de dar los pasos que nos mantendrán abiertos a las interrupciones de Dios.