Faltaba un día para la presentación en vivo, y el auditorio estaba vacío. Un grupo de adolescentes había viajado 1500 km para para participar en la Conferencia de la Juventud, en una iglesia en Denver, acompañados por un joven universitario de veinte años, llamado Jay. En uno de sus ratos libres, él y un amigo dieron una vuelta por el auditorio vacío y silencioso. Jay llegó hasta el gran piano en el escenario y comenzó a tocar de oído el estribillo de uno de los nuevos temas favoritos que esperaba escuchar durante el concierto al otro día: “Majestuoso Dios”:
Mi Dios, majestuoso Dios del cielo
Gobierna él con gloria,
poder y amor
Mi Dios majestuoso es.
No tocaba bien el piano y confundía los acordes. De pronto, mientras tocaba, vio que su amigo miraba fijamente y con extrañeza algo a su espalda. Aun no entendía qué había pasado, cuando vio que alguien se había sentado en la banqueta junto a él. “¿Esta es la canción que intentas tocar?”, le preguntó, a la vez que apoyaba sus manos sobre el teclado. Jay asintió y al cabo de un fugaz instante de confusión, le preguntó: “¿Nunca te dijeron que te pareces a Rich Mullins? Es increíble, ¡hasta tocas como él!”.
El inesperado acompañante rió con expresión divertida: “Sí, me lo han dicho alguna vez”.
Por supuesto, Rich Mullins jamás le habría dicho a ese joven lo que en verdad pensaba de esa canción, tal como lo hizo años más tarde, en otro concierto, ante otro grupo de fans, cuando se detuvo a mitad del archiconocido tema y confesó: “Lo siento, gente, pero odio esta canción”.
Aprendí ese famoso estribillo siendo niña, a fines de los años noventa, junto a otros niños, todos sentados en ronda en el subsuelo de una iglesia. Mientras nuestras madres participaban del estudio bíblico, las señoras de la iglesia nos hacían escuchar CD con canciones de alabanza hasta que las aprendíamos. “Maravilloso Dios” tenía el plus del lenguaje corporal: sabiduría: tocarse la cabeza; poder: flexionar el músculo del brazo; y amor: cruzar los brazos sobre el pecho en señal de recibir la bendición.
Soy demasiado joven para recordar la noche del 19 de setiembre de 1997 cuando, a raíz de una mala maniobra, el conductor de un Jeep salió despedido del vehículo y fue atropellado por un camión. Soy demasiado joven para recordar el día en que murió la música.
Han pasado veinticinco años, y “Maravilloso Dios” ya no se canta, como el propio Mullins lo había anticipado. Lo que no anticipó fue que su legado habría de inspirar a toda una generación de jóvenes músicos. El nuevo álbum homenaje, Bellsburg, es el reconocimiento de que todos ellos se sienten deudores del poeta laureado de la música cristiana contemporánea; un artista al que han llamado indistintamente genio, profeta, místico y, en sus momentos menos lúcidos, “un imbécil”.
Podría decirse que como artista batalló contra una causa perdida: nunca quiso el éxito, pero el éxito lo alcanzó. La primera vez que la discográfica Myrrh lo llamó para decirle que Amy Grant quería grabar su tema “Canta tu alabanza al Señor”, estuvo a punto de colgar el teléfono. El tema resultó un éxito, el primero de muchos. Escribía para la gente de manera natural, combinando su poesía lírica con una sensibilidad de cantautor pop que le permitía transmitir ideas profundas con sencillez. Sus arreglos eran un fusión ecléctica de pop y folk, y fue famoso por hacer escuchar el dulcimer, su instrumento emblemático, en la radio por primera vez. Este fue el condimento secreto que convirtió una canción como “Calling Out Your Name” (Proclamamos tu nombre, Señor) ―un poema inspirado en el paisaje natural del oeste― en un simple exitoso; una melodía que, según las reglas de los simples exitosos, nunca debió salir al aire. Como bien dijo uno de sus fans, Mullins era raro, pero era tan bueno que la radio tuvo que reproducir sus temas.
A pesar de todo ello, murió antes de obtener el premio Dove Award; y quizá fue mejor así, dada su opinión de los premios Dove. Tampoco estaba a la caza de los Grammys. Nunca buscó reinventarse como otra cosa que un artista cristiano. “¿Sobre qué otra cosa querrías escribir –preguntó de manera retórica– después de conocer al Dios Todopoderoso?”
Entre sus colegas compositores, pocos escribieron sobre Dios con más elocuencia que Mullins, cualquiera fuera el tema que lo inspiraba: el deseo de conocer el mundo, los niños, la muerte, la iglesia perseguida, los sacramentos o, incluso, el color verde. Pero quizá su clásico más perdurable es “If I Stand” (Si permanezco firme), un tema sencillo que expresa el anhelo de “un hombre que añora volver a su hogar”. El espíritu de escritores como C. S. Lewis, G. K. Chesterton y Thomas Merton ronda sus canciones, sin que por eso pierdan su sello original. Lo mismo puede decirse de sus ocasionales artículos publicados, que dejaban entrever un original talento literario. Estos ensayos fueron compilados y publicados después de su muerte, pero, lamentablemente, un pequeño libro bastó para reunir toda su prosa.
Si bien sus textos eran atrapantes, solo en las presentaciones en vivo era posible apreciar el encanto de Rich Mullins en toda su dimensión. Quien iba a uno de sus conciertos se encontraba con un joven desalineado, ingenioso, con la profundidad de alguien mucho mayor, que recordaba a Bruce Springsteen, Francis Schaeffer y Norm Macdonald por partes iguales. En un mismo segmento de su presentación podía pasar de sentimental a sarcástico, de mórbido a inspirador. En una ocasión, le dijo a su audiencia en el Wheaton College que le gustaba hacerse pasar por más tonto de lo que era “para desarmar a los no creyentes. No están tan a la defensiva si piensan que no eres más que un pobre idiota”. Sonriendo agregó: “Es parte de mi encanto”.
Un conmovedor conocimiento de sí mismo y su facilidad para romper la cuarta pared hacían de Mullins alguien sui generis en el mercado de la música cristiana. Esto no significa que no fuera profesional; solía recordarle a su audiencia que solo conocían “lo que él pensaba que debían saber”. Jamás les habló de los momentos más oscuros de su lucha contra la enfermedad mental y el alcoholismo. En ocasiones, sin embargo, decidió compartir con la audiencia que una canción como “Hold Me Jesus” (Abrázame, Jesús) había sido escrita mientras luchaba por no “salir del hotel para ir en busca de la tentación”.
Resulta extraño que un showman consumado grabase la voz principal de sus discos en la oscuridad, de espaldas a la cabina de control. Aunque, si de él hubiera dependido, su rostro nunca hubiese aparecido en la portada de sus álbumes.
Cumplió su deseo de manera impactante en la portada de Songs, el primer álbum de sus más grandes éxitos, donde se lo ve junto a la puerta de entrada de una iglesia, cubriéndose el rostro con las manos. Seguramente, muchos fans evangélicos serios habrán quedado desconcertados por la iconografía y las esculturas que acompañaban las letras de las canciones, en lugar de las usuales fotografías de estudio.
Mullins siempre navegó entre dos aguas confesionales: sus raíces eran protestantes, pero se sentía atraído hacia el catolicismo. La liturgia permeaba su arte, especialmente en el álbum A Liturgy, a Legacy, and a Ragamuffin Band (Una liturgia, un legado y una banda Ragamuffin) que marcó un punto de inflexión en su obra. Dijo que le llegaba mucho más profundamente que “toda la parafernalia de la alabanza moderna”. En lugar de volver de la iglesia eufórico, volvía a su casa pensando: “¡Increíble! Tomé la comunión, y si Agustín estuviera vivo, habría tomado la comunión conmigo. Y quizá estuvo allí. Y quizá tomó la comunión conmigo”.
Pero nunca olvidó su herencia protestante; regularmente intercalaba himnos y música góspel en sus conciertos. A veces, lo hacía como un juego, como aquella vez que hizo cantar a la audiencia el mix de himnos “I’m Gonna Sing/When the Saints/Swing Low”, como si estuvieran en un campamento de la iglesia. Otras veces, lo hacía desde el dolor, como la noche de su interpretación descarnada y a capela de “This World Is Not My Home” (Este mundo no es mi hogar), poco después de perder a un muy querido mentor. Este podría haber sido el himno de su vida; el clamor de un alma peregrina y cansada que nunca se sintió en casa en ningún lugar.
El catolicismo también le aportaba el marco vocacional a su soltería. Toda su vida admiró a San Francisco de Asís y tenía una fuerte afinidad con la tradición monástica, aun cuando bromeaba que era “demasiado flojo” para unirse a la Hermandad. En sus últimos años, puso en marcha su propio experimento micromonástico en una reserva Navajo, con una pequeña banda de estudiantes universitarios muy comprometidos que se dieron el nombre de “Kid Brothers of Saint Frank” (Hermanitos de San Frank).
Fue también inspirado en el ejemplo de austeridad de Francisco de Asís y decidió donar la mayor parte de sus sustanciosas regalías, de tal modo que solo su consejo de ancianos conocía su patrimonio neto. Quizá era una suerte de acto de expiación, una manera de probarse a sí mismo que era auténtico cuando cuestionaba la cultura consumista de las iglesias evangélicas, aun cuando sus canciones seguían alcanzando los primeros puestos en las listas de éxitos. Y a pesar de hacer explícito su descontento con la cultura eclesial, nunca dejó de amar a las personas que formaban parte de la iglesia. Dondequiera que su peregrinar lo llevara, buscaba una comunidad local donde servir, y lo mismo esperaba que hicieran los jóvenes bajo su tutoría.
Hoy, no resultaría fácil decidir dónde ubicar a Mullins en el actual enfrentamiento entre las diferentes culturas cristianas. Un día podría sonar como un exevangélico desencantado y, al siguiente, como un líder de la Mayoría Moral. Tras su muerte, y como era de esperarse, casi todas las tribus han intentado reivindicarlo como uno de los suyos. A los progresistas les gusta redescubrir al Rich Mullins que despotricaba contra poner banderas adentro de la iglesia y decía cosas como “¿Vieron que los provida solo consideran que la vida es sagrada cuando uno es un feto?”. Los conservadores, como yo, pueden apuntar al Rich Mullins que hizo tronar su voz contra la administración Clinton por pronunciarse a favor del aborto y apoyó sin reservas la Operación Rescate. Tal vez, este verano se lo hubiera visto marchando por la derogación del fallo Roe vs. Wade junto a esos “raros provida” del movimiento Progressive Anti-Abortion Uprising (Movimiento Progresista contra el Aborto). Él con su pinta de viejo hippie –siempre lo fue de corazón–; lo suficientemente viejo para haber visto a los Beatles en el show de Ed Sullivan y haber incluido miniprotestas contra la guerra y la bomba en sus conciertos en retiros de estudiantes universitarios. Su novela favorita era A Prayer for Owen Meany, de John Irving, como no podía ser de otra manera: quien fue hippie siempre será hippie.
Este mismo hippie fue quien advirtió contra el “sensacionalismo” y ensalzó las virtudes de los viejos himnos cantados fuera de tono por hombres ancianos. El mismo hippie que una vez les dijo a los niños: “Tengan presente que los escuchan solo porque son niños, no porque tengan razón”.
“Si eres soltero y mueres”, bromeó ante la audiencia en una de sus últimas presentaciones, “a nadie le importa demasiado. De modo que eres libre de hacer lo que quieras”. Por supuesto, sí importaba, como fue atestiguado después de su muerte por las personas que lo amaban. Si eras su amigo, pensabas que eras su mejor amigo. Pero, a la larga, nunca permitió que alguien conociera por completo a Rich Mullins. En sus momentos más oscuros, podía llegar a lastimar a quienes más lo amaban. Solía construir comunidad, para después quedarse mirando desde afuera, sin estar seguro si era bienvenido.
Su último sueño fue dejar atrás los negocios y dedicarse a enseñar música en una escuela de la misión Navajo. Las cosas no salieron como lo había planificado, pero en el entre tanto, fiel a su característica de no hacer nada a medias, volvió a la facultad para cursar estudios en educación musical. Durante ese tiempo, vivió en la casa de un profesor que tenía una bebé con una discapacidad grave. La pequeña no podía oír, pero él le susurraba oraciones al oído. Claro que ella no sabía orar, pero, siendo sinceros –solía decir– tampoco él sabía, sino que lo dejaba en las manos de Dios quien “en su misericordia, no responde nuestras oraciones según nuestro entendimiento, sino según su sabiduría”. Le escribió una canción de cuna “Madeline’s Song” (Canción para Madeline) que interpretó en vivo, pero nunca fue incluida en un disco. Madeline partió a encontrarse con su Creador poco tiempo después que él.
Se conocen muchas historias como esta. Incluso personas que sé que no pertenecían a su círculo han compartido con otros destellos de su personalidad que atesoran hasta hoy. Uno de sus amigos recuerda la vez que, finalizado el concierto, hubo un canto espontáneo de himnos con el personal de limpieza. Otro recuerda la manera en que animó a todos los que estaban a resguardo en un refugio durante un tornado. Y un tercero todavía conserva la respuesta amable y afectuosa a una carta escrita con la pasión propia de un fan: lo instó a que simplemente se mantuviera fiel.
Este es también lo que yo he recibido de Rich Mullins, aun cuando no lo conocí. Esta es la síntesis de su legado: Sé fiel. Sé fiel, aun cuando los sueños mueran. Sé fiel, aun cuando sientas que tienes que “nacer de nuevo” cada dos días. Sé fiel, aun cuando te preguntes si vale la pena preocuparse o si alguien escucha tus oraciones. Un tema de Mullins que cala hondo es “Bound to Come Some Trouble” (Habrá tiempos difíciles) y, aunque no es de los más conocidos de su repertorio, el interludio siempre me ha impactado.
La gente dice quizá las cosas mejoren
Y dicen que quizá no falte mucho
Y dicen que quizá mañana despiertes
Y todo habrá pasado
Yo solo sé que los quizá no alcanzan
Cuando necesitas algo a que aferrarte.
Significaba mucho para él la cita del gran Frederick Buechner en la que dice que nuestro llamado está allí donde se encuentran nuestra mayor alegría y la mayor necesidad del mundo. Al mismo tiempo, reconocía que a veces “el llamado de Dios puede ser doloroso”. A veces, nuestra mayor alegría puede ser también nuestro mayor dolor.
En momentos así, también me recuerda que como cristianos, servimos a otros “como parte de estar vivos”. Es posible que apenas tengamos energía suficiente para tender la cama, mucho menos para llevarle galletas a un vecino que no puede salir de su casa. Sin embargo, cosas como estas son acciones “espirituales”. Incluso en el sufrimiento, podemos amar, y eso es servicio. Podemos tender nuestra cama, y eso es alabanza.
Y así cumplo mi ministerio. Alabo. Voy a la iglesia y digo el credo y confieso mis pecados y tomo la comunión. Y al volver a casa, pienso que, si Rich Mullins estuviera vivo, habría tomado la comunión conmigo. Y quizá estuvo allí. Y quizá tomó la comunión conmigo”.
Traducción de Nora Redaelli.