Es la Nochebuena de 2021, y aquí estoy yo, un descendiente de esclavos africanos, guiando a mi congregación presbiteriana mayoritariamente blanca, en Atlanta, Georgia, en el espiritual negro «Ve, dilo en las montañas». No he traído la canción para ser interpretada como una pieza de concierto, sino que hice un arreglo que permite conocerla tal como fue concebida: una expresión de alabanza y adoración, comunitaria y transformadora, que nos conecta y nos une.

Mi bisabuelo lejano, Michael (sexta generación ascendente), que vivió como esclavo a unos 150 km de aquí, en Jones County, Georgia, jamás hubiera podido imaginar un escenario como este. Estoy profundamente emocionado y agradecido por este momento y el largo camino que hemos recorrido. 

Tres años antes de llegar a esta iglesia, fui al archivo del condado de Jones County para investigar mi ascendencia. Encontré las tumbas de la familia Newby, los terratenientes blancos en esa zona. Me paré frente a la lápida de un Newby, con los puños apretados y el corazón dolido, pensando en todo lo que mis antepasados habían sufrido a manos de este hombre. El sol brillaba radiante, y hasta los mosquitos habían acallado su zumbido. En ese momento, Dios me habló al corazón: «Reconcíliate».

Durante treinta años había intentado contribuir a superar las divisiones haciendo que diferentes géneros musicales dialogaran entre sí. Pero ahora, este llamado a vivir la reconciliación con otras personas habría de llevarme a compartir la música de mi gente con congregaciones mayoritariamente blancas a lo largo de los Estados Unidos y, en particular, aquí en el sur. Sean cuales fueren nuestras historias personales, no se me ocurre mejor manera de expresar nuestro anhelo compartido de liberarnos de las cadenas del racismo que los espirituales.

La música espiritual negra, rica en matices históricos, teológicos y sociales, ha llegado hasta nosotros a través de los esclavos africanos. Muchos habrán oído que los espirituales eran un medio empleado por los esclavos para enviarse mensajes que sus opresores no podían comprender. Las historias bíblicas y los temas teológicos a menudo ocultaban un segundo sentido: el espiritual «Go Down, Moses» (Ve a Egipto, Moisés) no solo se cantaba para recordar al personaje bíblico, sino para avisar que debían prepararse para huir al norte, hacia la libertad. La canción «Follow the Drinking Gourd»1 contenía instrucciones sobre cómo viajar en dirección norte guiándose por la Estrella del Norte. Si un espiritual mencionaba a Satanás, podía tratarse de un código para referirse al amo. Las canciones que hablaban sobre la crucifixión de Jesús eran también una referencia a los linchamientos ocurridos en sus comunidades. Solo quienes pertenecían a la comunidad entendían estos mensajes cifrados, que se cantaban delante de las propias narices de los amos.

Elizabeth Catlett, Cantando sus canciones, litografía sobre papel, 1992 Todo el arte de Elizabeth Catlett. Usado con permiso.

Pero el valor de este género musical va mucho más allá. Si bien los espirituales están impregnados de las penurias de la esclavitud y las expectativas de libertad del pueblo esclavizado, encierran un profundo significado para nosotros también. Son canciones universales, que hablan del cielo y el infierno, de nuestra esclavitud y liberación espiritual, cuya validez trasciende un contexto histórico particular.

Los espirituales negros han perdurado hasta hoy por la belleza y originalidad de su composición y la tremenda fuerza de sus letras y melodías. Aunque ahora se cantan en tono menor, los estudios históricos sugieren que, si bien muchos espirituales incluían acordes menores, la mayoría estaban compuestos principalmente en modo mayor. Su originalidad se manifiesta no solo en su estructura musical, sino por el efecto que producen en los oyentes. Se caracterizan por un ritmo propio, diferente del más convencional, que hace que espontáneamente comencemos a mover el cuerpo y nos invita a participar en algo más que solo canto. Quizá aquí radica la mayor diferencia entre la música negra y los himnos que cantaban los cristianos blancos en la iglesia.

En su historia de la música góspel negra, People Get Ready! (2004), Robert Darden dice que hubo algo que los amos blancos nunca pudieron arrebatarles a los esclavos cuando los obligaron a dejar sus tierras y comunidades. A pesar de sus limitaciones en la expresión del lenguaje debido a que no tenían acceso a la alfabetización, supieron transmitir sus historias a través de las canciones de trabajo, los espirituales y el baile. Este autor señala otro aspecto fascinante de los espirituales: parece no haber en ellos conciencia del lapso de tiempo histórico. Los cantantes se dirigen en forma directa a los personajes bíblicos, como si tuvieran una relación profundamente personal con cada uno de ellos.

De pie frente a aquella sepultura de la familia Newby, no pude rehuir el llamado a convocar a las personas a una reconciliación racial radical a través del canto. Durante treinta años, había dirigido grupos musicales multiétnicos como parte de un peregrinaje musical y espiritual que me llevó a descubrir belleza en la diversidad y reconocerla como uno de los dones de Dios para la creación. Cantar juntos bajo el signo de la unidad nos transporta a un espacio que me gusta describir como de «gracia mutua». Al cantar en armonía, somos más conscientes de la gracia de Dios que sostiene a la creación. Nos involucramos por completo, conectándonos con las personas allí reunidas en el intento de integrar nuestra voz a las demás voces para lograr una voz colectiva.

Di con la reconciliación racial a través del canto mientras era estudiante en la Universidad Massachusetts Amherst, en 1986, aunque en aquel momento no sabía adonde me conduciría. Para mi tesis de maestría compuse un oratorio intergeneracional multiétnico titulado «Be Still and Know» que respondía a mi interés por combinar jazz y música góspel en una composición dramática. En la estricta tradición bautista en la que había sido criado, no se aceptaba el jazz en el ámbito de la iglesia, y yo ignoraba que la arquidiócesis de la iglesia Episcopal de San Francisco, en 1965, le había encomendado a Duke Ellington componer una obra litúrgica. Sin embargo, en mi interior, estaba convencido de que había una conexión entre el jazz, el góspel y los espirituales. Sabía que la fusión de diferentes elementos musicales genera algo bueno y nuevo no solo en nuestra música, sino en nuestra humanidad. Y también sabía que mis antepasados habían fusionado culturas diferentes como una manera de sobrevivir y salir adelante.

Ya en el inicio de mi formación musical-espiritual, soñaba con reunir a personas de lo que podría llamar narrativas musicales de contrapunto. Me preguntaba qué ocurriría si, en medio de la división racial que se vivía en Detroit y zonas suburbanas, lográbamos que los blancos y los negros se reunieran a cantar juntos. Decidí llevar esta idea a la práctica organizando talleres de música góspel con iglesias de los barrios pobres del centro de Detroit, de las zonas suburbanas y de Ann Arbor. A lo largo de más de diez años, contamos con la participación de entre diez y quince iglesias que vivieron la reconciliación racial a través del canto. Visitábamos las diferentes iglesias, y juntos partíamos el pan. Compartimos momentos fraternales y forjamos amistades que siguen firmes hasta hoy.

Elizabeth Catlett, Caminando ciego, litografía sobre papel, 1992

En su libro The Spirituals and the Blues (1972), James H. Cone describe a los espirituales como «música comunitaria». Y cuando cantamos música comunitaria, nos descubrimos viviendo en comunidad. Estoy convencido de que cantar espirituales nos permite superar la cultura de la crueldad y el racismo y ascender a la ciudadanía del reino de Dios. Tal como lo expresa el espiritual «All God’s Children Got Shoes» (Todos los hijos de Dios tienen zapatos), todos somos iguales en esencia, aun cuando tengamos roles diferentes. Cuando interpretamos nuestra parte en la gran sinfonía de los espirituales, superamos todo lo negativo y logramos convivir en armonía a modo de anticipo del reino de Dios. Cantar espirituales nos lleva a la cima de la montaña; son canciones que nos ayudan a reconocer que todos hemos nacido bajo el dominio del pecado y que Jesucristo nos rescata para que podamos alcanzar la liberación que Dios le ofrece a la humanidad.

Al cantar «Ve, dilo en las montañas» en la víspera de Navidad, recordé el Salmo 133, una «canción de las subidas» que comienza así: «¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía!». Acerca de este salmo, dice el profesor Walter Brueggemann: «El poema anticipa la solidaridad y armonía de toda la humanidad porque vive sin prevenciones en una creación suficientemente benévola como para cuidar de todos».2 Así también, «Ve, dilo en las montañas», como expresión del lenguaje del corazón de los esclavos, nos invita a unirnos solidariamente con toda la creación para vivir aquí, en la tierra, la realidad liberadora del reino de Dios. Las puertas del infierno no prevalecerán contra el reino de Dios si, mientras cantamos estas canciones de liberación y unidad bajo el poder del Espíritu, tomamos la decisión de elevarnos con Cristo y superar la cultura de la desunión.

El mandato de la Escritura es que debemos instruirnos y aconsejarnos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales (Col 3:16). Sea cual fuere nuestra hermenéutica o línea teológica, todos podemos glorificar a Dios a través de estas canciones. Sin importar si eres negro, blanco, hispano o asiático, cualquiera sea tu etnia o identidad, cuando cantamos las canciones de quienes fueron esclavizados, nos unimos a ellos en la búsqueda de liberarnos del racismo. 

Creo que el color rojo, el color de la sangre de todos los seres humanos, es también el color de la reconciliación. Cristo derramó su sangre en el calvario para reconciliar a la creación con nuestro Padre celestial. Cuando cantamos espirituales negros unidos como pueblo de Dios, nos conectamos con el sentido más profundo de nuestra humanidad y queremos vivir de tal manera que el racismo pueda ser erradicado. Cantamos una canción de las subidas. Nos sobreponemos a nuestras inclinaciones terrenales y ocupamos lugares celestiales, conscientes de que nuestra ciudadanía es celestial y que debemos cantar para traer el cielo a la tierra.


Traducción de Nora Redaelli

Notas

  1. La traducción literal sería: «Sigue al cucharón del agua», en alusión a la constelación «Big Dipper» (Osa Mayor, en español) cuya forma semejaba al cucharón que usaban para beber agua.
  2. Walter Brueggemann, El mensaje de los Salmos, México D.F., Universidad Iberoamericana, 1998, p. 69.