Juan Hus nació en 1370 dentro de una familia de agricultores. Llevó como apellido el nombre de la villa en donde nació, Husinec, al sur de Bohemia (hoy región de la República Checa). La palabra hus significa “ganso” en el idioma checo, más tarde Juan usaría frecuentemente este nombre en sus escritos como un lenguaje figurado.

Aunque se sabe poco de los padres de Juan, cuando era niño, su madre le enseñaba a orar y lo alentaba a seguir el sacerdocio a medida que crecía. Esta carrera profesional atraía al joven Juan, no porque tuviera mucho interés en la vida espiritual, sino porque una posición sacerdotal significaba riqueza y prestigio muy significativos para su época.

Aunque los intereses de Juan sobre cuestiones religiosas crecieron rápidamente después de inscribirse en la Universidad de Praga, sus motivos originalmente seguían siendo egoístas. Él había nacido en un momento de gran inquietud y de complejas luchas políticas dentro de la Iglesia Católica, muchas de las cuales se centraban en el sacerdocio.

Jan Hus Dominio público, color agregado.

El clero de la época era conocido por su inmoralidad y corrupción, los sacerdotes aceptaban sobornos, tomaban amantes, de esta forma ellos violaban sus votos de celibato y practicaban la simonía, que es el comprar y vender puestos eclesiásticos. Por ejemplo, en 1402 (el mismo año en que Juan fue nombrado predicador en la Capilla de Belén en Praga), un hombre llamado Zbyněk Zajíc compró el arzobispado de la zona por la suma considerable de 4.280 monedas de oro, las cuales saldaron las deudas de sus dos predecesores. Zbyněk era un ex soldado de solo veinticinco años y carecía de formación teológica de algún tipo. Aunque originalmente se llevaba bien con Juan esta relación fue efímera.

Mientras estuvo en la Universidad de Praga, Juan fue influenciado por el trabajo de John Wycliffe, quien luchó contra los abusos del clero católico en Inglaterra. Tanto fue su influencia sobre Juan que éste escribió una vez en los márgenes de uno de los libros lo siguiente: “Wycliffe, Wycliffe, cambiarás la forma de pensar de mucha gente”.

En ese entonces, la iglesia poseía aproximadamente la mitad de toda la tierra en Bohemia, y los campesinos estaban resentidos por los fuertes impuestos que el clero les imponía, por lo cual la gente pedía una reforma. La capilla de Belén, donde Juan predicaba, se convirtió en el corazón de este movimiento de reforma. Siguiendo el ejemplo de Wycliffe, Juan comenzó a hablar en contra de los abusos clericales diciendo: “Son unos borrachos, cuyas barrigas gruñen por las muchas bebidas, también son unos glotones cuyos estómagos están llenos hasta doblarles la papada”, todo esto dijo acerca de los sacerdotes. También los llamó fornicarios, parásitos, avaros y cerdos gordos. “Estos sacerdotes merecen estar en el infierno” decía Juan.

No solo describía al clero de entonces, sino que también especuló sobre lo que Cristo podría haber dicho acerca de la inmoralidad de ellos e hizo un escrito haciendo como si la voz en este escrito fuera la de Jesús diciendo: “Todos los que pasan cerca de mí hacen una pausa y se preguntan si alguien había sufrido un dolor como el mío”. “Vestido con estos harapos lloro, mientras mis sacerdotes andan en escarlata. Sufro una gran agonía con sudor de sangre mientras ellos se deleitan en sus lujosos baños. Toda la noche soy burlado y escupido, mientras ellos disfrutaban de la fiesta y se embriagan. Gimo en la cruz mientras ellos descansan en las camas más suaves”.

Para el arzobispo Zbyněk, las acusaciones de Juan golpeaban demasiado cerca de donde ellos estaban. Sus sospechas acerca de Juan se acrecentaron, y estos dos hombres se volvieron rivales.

Durante esta época de inestabilidad clériga, había dos papas en competencia, uno con sede en Roma y el otro en Aviñón, Francia. Las naciones católicas estaban divididas acerca de a cuál de los papas habría que seguir. Cuando en 1409 fue llamado el Consejo de Pisa, para resolver el asunto y reformar la iglesia, Juan estaba eufórico. Aunque el arzobispo Zbyněk se opuso al consejo, Juan tenía de su lado al rey Václav IV de Bohemia (conocido como el rey Wenceslao).

El Consejo de Pisa votó para quitar, tanto al papa romano, Gregorio XII, como a su rival, Benedicto XIII. En su lugar, el concilio eligió a Alejandro V. Pero ninguno de los papas anteriores se sometió a la decisión del concilio, entonces en vez de dos papas ahora había tres. Juan, creyendo que Alexander V, el nuevo papa elegido por el concilio, representaba la reforma y el progreso, eligió reconocerlo como legítimo. El rey Wenceslao siguió la iniciativa de Juan, de apoyar a Alexander V, obligando así al arzobispo Zbyněk a hacer lo mismo para mantenerse en sintonía con el rey.

Zbyněk pudo no haber sido un hombre espiritual, pero era un político astuto y con muy pocos escrúpulos. Este suplicó a Alexander V que apoyara su trabajo para perseguir la herejía y envió un gran soborno al nuevo papa, como para garantizar su apoyo. Después de esto, Alejandro V emitió un fallo prohibiendo la predicación libre en capillas privadas. Esto le dio al arzobispo el permiso del papa para censurar la Capilla de Belén donde Juan predicaba.

Juan Hus por su parte se negó a obedecer las órdenes del papa. Él continuó su predicación y ministerio en la Capilla de Belén, a pesar de la prohibición del papa. Indignado, Zbyněk decidió destruir la capilla por completo. Juan describe el ataque de la siguiente manera: “Vestidos con armadura y habiendo conspirado entre ellos, atacaron Belén con ballestas, lanzas y espadas. . . deseando derribarla, mientras yo predicaba”. Pero Juan tenía más de dos mil adoradores indignados de su parte y el plan de Zbyněk falló. El rey Wenceslao, queriendo resguardar el apoyo de Zbyněk, no tomó partido en el asunto.

Sin inmutarse, el arzobispo Zbyněk reunió más de doscientas copias de los escritos de John Wycliffe, los llevó al patio del palacio y los hizo cenizas. Por su parte Juan condenó las acciones del arzobispo diciendo: “Lo llamo un negocio pobre. Tales hogueras nunca quitaron un solo pecado del corazón de los hombres. El fuego no consume la verdad. Es solo la marca de una mente pequeña que desahoga su ira contra objetos inanimados. Los libros que han sido quemados son una pérdida para toda la gente”.

Aunque Juan pudo haber permanecido en silencio, su conciencia no se lo permitió.

En respuesta al ataque a la capilla y la quema de libros, el pueblo bohemio se amotinó, ridiculizando a Zbyněk en carteles y en cánticos, diciendo: “El obispo Zbyněk, ABCD, quemó libros sin saber lo que estaba escrito en ellos”. Entonces, el arzobispo huyó a su castillo en Roudnice, y por su seguridad excomulgó a Juan, esto era un castigo muy severo en los tiempos cuando la iglesia tenía una gran influencia en la vida pública.

A pesar de estar excomulgado, Juan se negó a dejar de predicar. Tenía el apoyo de la gente, pero, Zbyněk tenía el apoyo del papa. Persuadido por los generosos regalos del arzobispo, Alejandro V emitió otro aviso de excomunión, Juan ignoró este aviso también. Entonces Zbyněk, tomando valor que le proveía el apoyo del papa, llevó la lucha demasiado lejos, tanto así excomulgó a los funcionarios reales en Praga, y al hacerlo incitó la ira del rey Wenceslao, quien había permanecido fuera del conflicto hasta este punto.

Cuando Juan fue convocado para comparecer en Bolonia, como parte de las investigaciones papales sobre herejías, Wenceslao dijo: “Si alguien quiere acusar a Hus de cualquier cargo, que lo haga aquí en nuestro reino. . . No me parece correcto renunciar a este útil predicador solo porque sus enemigos lo discriminan”. Zbyněk devolvió el golpe pronunciando un interdicto contra la ciudad de Praga, él suspendió todas las actividades de la iglesia, incluyendo casamientos, entierros, bendiciones, predicaciones y la administración de la comunión.

Pero, con el apoyo de sus magistrados, el rey Wenceslao exigió al arzobispo Zbyněk ceder y cesar toda acción contra Juan Hus.

El rey obtuvo una orden judicial del Papa Juan XXIII (quien reemplazó a Alejandro V después de su repentina muerte) revirtiendo las acciones de su predecesor contra Juan. El rey ordenó al arzobispo Zbyněk que hiciera una declaración pública para dejar libre a Juan de toda sospecha de herejía. Pero antes de que el arzobispo pudiera seguir las órdenes, murió. Según los viejos anales checos, Zbyněk fue envenenado por su cocinero, quien posiblemente era un partidario de la reforma de la iglesia.

Con la muerte del arzobispo, parecía que Juan estaría libre de la persecución. Pero luego sucedió algo que lo obligaría a hablar una vez más en contra de la iglesia y de los magistrados. En 1411, las tropas que respaldaban al papa rival, Gregorio XII, tomaron el control de Roma. Para costear una contraofensiva, el Papa Juan XXIII autorizó la venta de indulgencias, estos eran documentos que aseguran el perdón de los pecados y eran canjeados por dinero en efectivo por el clero. El rey Wenceslao, un partidario del papa Juan XXIII, también compartió las ganancias de dichas ventas.

Mucha gente en Bohemia consideraba las indulgencias como otra forma más de corrupción del clero ya empobrecido. Aunque Juan pudo haber permanecido en silencio, su conciencia no se lo permitió. Dirigió entonces una protesta en contra de la venta de indulgencias, llamando a un boicot. Dijo que no sería persuadido a apoyar las indulgencias diciendo: “incluso si me pusieran de pie ante la estaca que han preparado para mí”.

Esta valiente acción hizo que Juan perdiera el apoyo de su mayor aliado y protector, el Rey Wenceslao. Ése furioso por la posibilidad de perder la lucrativa fuente de ingresos generada por la venta de indulgencias, dijo: “Hus, siempre me estás causando problemas. Si aquellos a quienes les preocupas no se encargan de ti, yo mismo te quemaré”.

Juan entonces permaneció desafiante incluso frente a la ira del rey diciendo: “¿guardaré silencio? ¡Dios no lo quiera! Ay de mí si me callo. Es mejor para mí morir que no oponerme a tal maldad, el no oponerme me haría participar de su culpa y su infierno”. Después de estas declaraciones, Juan fue excomulgado por cuarta vez, y la ciudad de Praga, una vez más, fue puesta bajo interdicto. Esta vez el Rey Wenceslao no hizo nada para detenerlo. Por el bien de la ciudad, Juan salió de Praga hacia el campo, pero nunca dejó de predicar o escribir.

Para 1414, tres hombres todavía seguían reclamando el papado, y no había reconciliación a la vista. Segismundo, el rey de Hungría y medio hermano del rey Wenceslao, organizó un nuevo concilio con el propósito de poner fin al cisma papal y erradicar la herejía de la iglesia occidental. Segismundo invitó a tantos magistrados y clérigos como pudo. Cuando todos llegaron a la ciudad de Constanza, Alemania, formaron el consejo de la iglesia más grande desde el Concilio de Nicea en el 325.

Juan Hus estuvo entre los invitados al concilio. Segismundo personalmente le prometió un salvoconducto seguro. A pesar de las advertencias de sus amigos, de no creer en la promesa de Segismundo, Juan le creyó. Cuando llegó a Constanza, envió a sus amigos una carta bromeando: “El ganso (hus) aún no ha sido cocinado y no tiene miedo de serlo”. Pero unas semanas más tarde, sus enemigos, al escuchar el rumor de que Juan planeaba huir de la ciudad, lo encarcelaron en el calabozo de un monasterio dominico. El rey Segismundo se enfureció porque su promesa de salvoconducto había sido violada, pero los prelados que habían encarcelado a Juan lo convencieron de que no estaba obligado a cumplir las promesas hechas a un hereje.

Entonces, el papa Juan XXIII estableció un comité de tres obispos para investigar las acusaciones contra Juan, pero a este no se le permitió defender su causa. Las perspectivas eran malas para Juan, y muy pronto su situación había empeorado considerablemente. El Concilio de Constanza votó para obligar al papa Juan XXIII y a los otros dos papas a abdicar de sus posiciones. El concilio entonces declaró: "Si alguien. . . incluido el papa, se negara a obedecer los mandamientos, estatutos y ordenanzas de este santo concilio. . . estará sujeto a un castigo apropiado". El papa Juan XXIII huyó de la ciudad disfrazado de obrero, y Juan fue entregado al rey Segismundo.

Ahora el rey reveló sus verdaderas creencias sobre el "ganso" (hus) de Bohemia y dijo: “yo no era más que un niño cuando esta secta comenzó y se extendió en Bohemia, y ahora mira lo fuerte que ya se ha hecho”.

Juan, encadenado en todo momento y mal alimentado, enfermó gravemente para entonces. Finalmente, el Rey Segismundo dijo, “Hay suficiente evidencia para condenarlo. Si no se retracta de sus errores, que lo quemen”.

A pesar de que cientos de nobles checos habían firmado peticiones para liberar a Juan, en el Concilio de Constanza, el rey Wenceslao no dijo nada en su defensa.

Juan sufrió una serie de juicios públicos, donde se leyeron extractos de sus escritos y se convocó a testigos para hablar en su contra. Se le ordenó retractarse de sus creencias heréticas a lo que Juan solo respondió que lo haría si sus errores podían ser probados por las Escrituras. Negó defender las conclusiones más radicales de Wycliffe, pero dijo que deseaba que su “alma alguna vez lograra llegar a ese lugar donde está Wycliffe”. En su juicio final del 8 de junio de 1415, se leyeron treinta y nueve porciones tomadas de sus escritos. Una vez más, Juan dijo que se retractaría si alguien pudiera probar su error utilizando las Escrituras.

Pero el destino de Juan ya estaba sellado. Cualquier intento que hacía para argumentar su caso era ahogado por los gritos del clero allí presente. Un viejo obispo polaco clamó que la ley era clara sobre cómo tratar con los herejes. “No permitas que se retracte”, gritó otro sacerdote. “Incluso si se retracta, no lo cumplirá”.

El 6 de julio de 1415, Juan Hus fue condenado a muerte ante el consejo. Juan le dijo a un amigo que “preferiría ser quemado públicamente a que lo maten en privado, así toda la cristiandad sabría lo que dije al final”. Cuando los libros de Juan fueron condenados a ser quemados, él cayó de rodillas y oró en voz alta pidiendo a Dios que perdone a sus acusadores.

El día de su ejecución, Juan estaba vestido con sus vestimentas sacerdotales, pero solo como un símbolo de burla: después le fueron arrancadas cada una de las piezas. Cuando los obispos le sacaron su estola, su casulla y sus otras vestiduras, dijeron: “Oh, Judas maldito. . . tomamos de ti la copa de la redención”. Luego concluyeron diciendo: “enviamos tu alma al diablo”. Una mitra de papel alta, como un alfil, con la imagen de tres demonios y palabras que decían: “el líder de un movimiento herético” pusieron sobre su cabeza. Los guardias lo llevaron a la hoguera y una multitud de personas le seguía.

En la estaca, el verdugo desvistió a Juan, le ató las manos a la espalda y su cuello a la estaca con una cadena. Luego apilaron madera y paja hasta su cuello. El mariscal imperial preguntó a Juan en el último momento si deseaba retractarse y salvar su vida. Juan respondió: “Dios es mi testigo de que. . . la intención principal de mi predicación y de todos mis otros actos o escritos era únicamente poder apartar a la gente del pecado. Y la verdad del evangelio que he escrito, enseñado y predicado fueron de acuerdo a los dichos y exposiciones de los santos doctores, hoy estoy dispuesto a morir”. Con eso, el verdugo inició el fuego.

Según algunos testigos, el verdugo tuvo dificultades para encender el fuego, lo que prolongó el sufrimiento de Juan. Mientras las llamas subían, Juan gritó en agonía, “¡Cristo, hijo del Dios viviente, ten piedad de nosotros!” Y desde la llamarada rugiente repitió esas mismas palabras tres veces y murió. Después de que el fuego había disminuido, sus cenizas fueron arrojadas al río Rin.

Cien años después, Martín Lutero iniciaría una reforma generalizada de la iglesia, influenciada por la vida y las enseñanzas de Juan Hus.


De Siendo testigos: Relatos de martirio y discipulado radical. Basado en artículos de Elesha Coffman, Thomas A. Fudge, y Maartje M. Abbenhuis en Christian History and Biography 68 (octubre de 2000).