Muerta 203 D.C. en Cartago (Túnez en la actualidad)

Perpetua era una joven cristiana de la ciudad africana de Cartago; ella estaba culminado el entrenamiento que cada nuevo creyente recibía. Junto con muchos otros nuevos creyentes como Saturnino, Segundo, Revocato y Felicitas, se preparaba para ser bautizada. El pequeño grupo al que pertenecían era el claro ejemplo de la diversidad dentro del cuerpo de Cristo. Perpetua tenía veintidós años, nació en una familia bien acomodada y era madre de un pequeño niño. Revocato y Felicitas, quien estaba embarazada, nacieron en la esclavitud.

Pero, este entrenamiento del grupo de nuevos cristianos fue interrumpido cuando las autoridades romanas, de la provincia, los arrestaron por negarse a adorar a las deidades del imperio. Aunque el emperador de entonces era más tolerante con los cristianos, en relación a lo que fueron sus antecesores, todavía existían grandes persecuciones locales. Perpetua y sus nuevos amigos fueron encarcelados para esperar su juicio. Perpetua mantenía a su pequeño niño con ella y en solidaridad con ellos, Saturo, quien no había sido arrestado, se entregó para ser encarcelado y así estar cerca de sus amigos.

No mucho después de su arresto, el padre de Perpetua la visitó en la cárcel; sabiendo el peligro que corría su hija, trató de convencerla de abandonar su fe. Ella respondió a esta petición señalando un cántaro de cerámica que tenía en su celda y dijo: “Padre, ¿ves este contenedor acostado aquí? ¿Es un pequeño cántaro, o es algo más?”

“Es un jarrón”, respondió Perpetua a su padre, luego continuó diciendo: “¿Se lo puede llamar con otro nombre que no sea ese?”

“No”, respondió su padre.

Entonces, Perpetua respondió: “Tampoco yo puedo ser llamada de otra forma que no sea por lo que soy, una cristiana”. Su respuesta enfureció a su padre y la atacó físicamente y cuando él finalmente se fue, Perpetua dio gracias a Dios.

A este tiempo, los prisioneros habían sido bautizados en prisión y también fueron bienvenidos a la comunidad de cristianos. El bautismo fortaleció a Perpetua en gran manera. Sin embargo, no mucho después, los prisioneros fueron trasladados a un sector mucho peor dentro de la mazmorra. Temiendo por su hijo en esa obscuridad y el ambiente insalubre, Perpetua pidió a su madre y a sus hermanos que lo llevaran con ellos fuera de ese lugar. Afortunadamente no mucho después los prisioneros fueron llevados a una mejor parte de la prisión, allí Perpetua pudo nuevamente cuidar y alimentar a su pequeño niño.

El hermano de Perpetua le sugirió pedir a Dios que le de una visión del propósito divino de su encarcelamiento. Confiada ella en que recibiría alguna respuesta dijo: “mañana te lo diré” Esa noche, Perpetua tuvo una visión en la que vio una escalera de oro increíblemente alta y angosta que alcanzaba hasta el cielo. La escalera era hermosa excepto por una cosa, tenía todo tipo de armas crueles como: espada, ganchos y dagas, incrustadas a los lados poniendo en peligro a los escaladores imprudentes. Esas armas no eran los únicos peligros, por debajo de la escalera ella vio un enorme dragón agachado y esperando comerse a todo aquel que no consiguiera subir por esa escalera. En esta visión, Saturo fue el primero en subir por la escalera, al alcanzar la parte más alta animó a Perpetua a que subiera junto a él. Cuando ella se acercó, el dragón alzó la cabeza, pero esto no inmutó a Perpetua; por el contrario, ella pisó su cabeza con la primera zancada hacia arriba. Subió la escalera y llegó a la cima donde se encontró en un inmenso jardín y a un pastor de pelo blanco estaba sentado en el medio, ordeñando sus ovejas. A su alrededor se reunieron miles de personas con túnicas blancas. El pastor miró a Perpetua y le dijo: “bienvenida hija”. Le ofreció un poco de queso que él mismo había hecho. Ella lo comió, y las personas que la estaban mirando dijeron: “Amén”.

Fyodor Bronnikov, Antes de entrar a la arena, 1873.

Cuando Perpetua despertó de su visión, todavía podía saborear el sabor indescriptible de la comida que le habían dado en el sueño. Después de compartir la visión con su hermano, acordaron que eso significaba que ella terminaría sus días en la cárcel como mártir.

Casi agotado por la ansiedad, pero habiendo recuperado cierta compostura, el padre de Perpetua vino de nuevo a visitarla. Éste dijo a su hija: “ten piedad de tu padre”, “si soy digno de que me llames padre entonces no me hagas un objeto de tu desprecio. Piensa también en tu hijo, él no puede vivir sin ti”. Él besó su mano, cayó al suelo, y se lamentó. Esto también afligió a Perpetua, pero por una razón diferente. A parte de toda su familia, solo su padre no podía regocijarse por el compromiso de Perpetua con Cristo. Pero, a pesar de esto, ella estaba decidida. Su padre se fue llevando nuevamente al pequeño con él.

Después de esto, los cautivos fueron llevados al ayuntamiento para ser interrogados públicamente, no mucho después se reuniría una gran multitud. Ellos fueron interrogados uno por uno y cuando llegó el turno de Perpetua, su padre se paró en frente de la multitud sosteniendo a su hijo pequeño diciendo: “¡Ten piedad de tu bebé!”

El procurador a cargo, ordenó a Perpetua ofrecer sacrificios pidiendo el bienestar de los emperadores. “No lo haré”, respondió Perpetua a esta petición. El procurador entonces le preguntó: “¿Eres cristiana?”, Perpetua respondió: “Sí, lo soy.”

El procurador ordenó que el padre de Perpetua fuera golpeado con varas, a pesar de que el anciano había venido a convencerla de que abandonara el cristianismo. Perpetua observó horrorizada cómo se llevaba a cabo la brutal orden. Finalmente, el fiscal ordenó que los prisioneros fueran arrojados a una arena con bestias salvajes en la próxima celebración del cumpleaños del hijo del emperador.

Después del juicio, los prisioneros fueron llevados nuevamente a la mazmorra. Perpetua pidió que su hijo permaneciera con ella en prisión, pero su padre no lo permitió. Ella notó que el niño fue destetado excepcionalmente rápido, esto alivió la preocupación de Perpetua por haber alejado a su hijo en forma tan abrupta. Muy pronto, los cristianos condenados fueron trasladados a un campamento y así esperar su ejecución.

En el campamento de la prisión, los cristianos encontraron varias maneras de pasar sus últimos días. Perpetua escribió en un diario las crónicas de su cautiverio, algo que eventualmente sería utilizado para alentar a otros.

Estando en dicho campamento, Pudente, uno de los guardias que supervisaba a los prisioneros se encariñó con ellos. Impresionado por su coraje frente a la tortura y la muerte, éste, permitió que otros cristianos los visitaran. Estas reuniones refrescaron y alentaron a los prisioneros. Sin embargo, no todas las visitas fueron edificantes; el padre de Perpetua vino nuevamente, se arrancó trozos de la barba y se tiró al suelo en su dolor por su hija. Para su sorpresa, ella no fue conmovida a salvar su propia vida, en cambio, ella se afligió por su padre.

En los días previos a su ejecución, Segundo, uno de los cristianos, murió en prisión. Los otros agradecieron a Dios que se haya salvado de una muerte violenta. También se esperaba que Felicitas quedara fuera de la terrible experiencia con las bestias salvajes, ya que ahora tenía ocho meses de embarazo y era ilegal ejecutar a una mujer embarazada. Sin embargo, lejos de sentirse aliviada, le dolía que su embarazo pudiera evitar que se uniera a sus compañeras en el martirio.

Pero, unos tres días antes de la fecha de la ejecución, Felicitas y los otros presos se unieron en oración; suplicaron a Dios que le concediera el privilegio de enfrentar a las bestias con sus compañeros cristianos y así ella no tuviera que enfrentar esta prueba sola más tarde. Felicitas entonces entró en trabajo de parto inmediatamente, este parto temprano fue extremadamente doloroso por lo que uno de los sirvientes que asistió al parto dijo: “estás sufriendo ahora, ¿y qué harás cuando te arrojen a las bestias?”

Felicitas respondió al sirviente: “sufro lo que estoy pasando ahora, pero luego habrá otro que sufrirá por mí, porque estoy a punto de sufrir por Él”. Dio a luz a una niña y la bebé fue entregada a una mujer cristiana para ser criada.

Fyodor Bronnikov, Entrando la arena, 1869.

El día antes de su ejecución, Perpetua, tuvo una visión final. Vio a Pomponio, un diácono que la había visitado antes, llamando a la puerta de la prisión. Perpetua salió y le abrió la puerta, vio que éste llevaba una túnica blanca y escucho que Él dijo: “Perpetua, te estamos esperando; ¡ven!”, él entonces la tomó de la mano y la condujo a través de los túneles y pasajes torcidos hasta que llegaron a la arena. Salieron al centro y dijo, “no temas, estoy aquí en la lucha contigo”. Luego se fue.

La visión continuó, Perpetua miró asombrada a la gran multitud. Los animales salvajes no estaban por ningún lado; en cambio, un gladiador egipcio sería su oponente. Entonces apareció un hombre gigante, más alto que el anfiteatro y pidiendo silencio anunció: “si este egipcio vence a esta mujer, él debe matarla con su espada; pero si la mujer lo vence, ella recibirá este ramo”.

Seguido de este anuncio, Perpetua y el egipcio comenzaron a golpearse el uno al otro. Él la agarró de los pies, ella le dio una patada en la cara, luego el egipcio la levantó en el aire, ella lo golpeó con los puños, entrelazó nuevamente sus dedos y bajó ambos puños sobre él en un golpe final. Él se desplomó y Perpetua pisoteó su cabeza, todo esto mientras la multitud aplaudía. Al final de la pelea, Ella recibió el ramo que declaraba su victoria.

Cuando Perpetua despertó, se dio cuenta del significado del sueño, su verdadera batalla no sería contra las fieras, sino contra el demonio mismo. Aunque podría perder su vida con los animales, triunfaría en la batalla que realmente importaba.

Finalmente el día del siniestro cumpleaños llegó y los cristianos fueron llevados de la prisión hasta el anfiteatro, caminado con gozo en sus corazones y en sus rostros. Cuando se les ordenó ponerse la ropa usada por los sacerdotes de las deidades romanas, como parte del espectáculo enfermo de la fiesta, Saturno y Ceres se negaron a hacerlo. La tribuna, que supervisa los procedimientos, estuvo de acuerdo entonces en que podían usar sus propias ropas.

Cuando fueron conducidos más allá de donde se encontraba el procurador que los había condenado, los cristianos gritaron: “¡ustedes nos han juzgado, pero Dios los juzgará a ustedes!”. Debido a esta impertinencia, la multitud exigió que los cristianos fuesen azotados antes de que los animales salvajes fueran liberados.

Entonces, un oso, un leopardo y un jabalí fueron seleccionados para enfrentar a los hombres. Cuando se lanzó al jabalí, éste en lugar de atacar a los cautivos, se volvió y corneó al cazador que lo había traído. El oso y el leopardo atacaron a Saturnino y a Revocato. Saturo por su parte fue sacado solo y atado al suelo cerca del oso, pero el oso no salió de su guarida; en cambio el leopardo (el animal que Saturo había predicho que lo mataría) con una sola mordida, le infligió una herida mortal. El moribundo Saturo llamó a Pudente, el guardia que se había encariñado con los prisioneros, y le dijo: “Adiós y sé consciente de mi fe, no dejes que estas cosas te molesten, sino al contrario, que esto te afirme”. Luego pidió que le dieran su anillo a Pudente, como recordatorio de su muerte, después de esto murió.

Las dos jóvenes madres fueron desnudadas y a cambio de sus ropas le dieron redes para usar; luego fueron arrojadas a la arena con un toro salvaje con ellas. Sin embargo, mientras el animal las pisoteaba y pateaba, Perpetua parecía despreocupada por el brutal animal, atando cuidadosamente su desaliñado cabello para así enfrentar la muerte con la mayor dignidad posible.

Después de haber sido brutalizadas por los animales, los cristianos sobrevivientes se reunieron, se dieron un beso de la paz una última vez y luego cada uno de ellos fue apuñalado con una espada.

Pero Perpetua, apuñalada entre las costillas por un gladiador novato cuya mano temblaba, no murió; ella entonces gritó en voz alta y agarró la espada de las manos del gladiador y se la llevó a la garganta. De esta manera ella ocasionó su propia muerte.


De Siendo testigos: Relatos de martirio y discipulado radical

Basado en “Acts of Perpetua and Felicitas” en The Ante-Nicene Fathers. La mayoría de los expertos están de acuerdo con Tertuliano, el autor del trabajo, quien usó el diario y las cartas de Perpetua y Saturo como fuentes, esto alrededor del 230 d.C.