Entonces la madre de Jacobo y de Juan, junto con ellos, se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor. “¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús. “Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda”. “Ustedes no saben lo que están pidiendo”, les replicó Jesús. “¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber?”. “Sí, podemos”. “Ciertamente beberán de mi copa”, les dijo Jesús, “pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre”.
Jacobo y Juan le hicieron a su Maestro un pedido sincero por medio de su madre Salomé. Su razonamiento era noble, al considerar que todos los lugares de honor junto a los reyes terrenales eran nada, en comparación con un lugar de honor al lado de Jesús. Su fe era grande, ya que —a pesar de todo lo que el hijo del hombre había dicho sobre su sufrimiento futuro— su gloria pronto superaría toda la grandeza humana. Su amor ardía, buscando ser bendecidos quedándose por siempre al lado del Señor. Era necesaria una valentía noble para atreverse a pedir tal favor. Sin embargo, un fuego extraño quemaba en este pedido de los hijos de trueno. En su solicitud también acechaban la vanidad audaz, el orgullo ciego y la esperanza mesiánica y mundana. Por eso, con una dignidad tierna el Señor los reprendió: “Ustedes no saben lo que están pidiendo”, y les indicó la copa que él tendría que beber y el bautismo que él tendría que experimentar. Por eso les recordó en dos imágenes el sufrimiento y la muerte que le esperaban.
Tal como las aguas del río Jordán (a cuya orilla se encontraban parados en ese momento) se habían derramado sobre Jesús en su bautizo, en el principio de su misión, ahora las olas oscuras del sufrimiento lo inundaban. Tal como el contenido preciado de una copa de vino se debe saborear hasta la última gota, él debe tomar el vino de la tribulación y aceptarla en su interior, necesita vaciar la copa de la ira de Dios en sumisión humilde, para que se haga la voluntad de Dios. De esta manera, el Señor quiere recalcar a sus discípulos el principio fundamental de su reino: solo por medio de la humildad se alcanza la grandeza; por el servicio se consigue la realeza, por la cruz se gana la corona. Quien desee ascender junto con Jesús debe, primero, descender con él.
La profunda cuestión de consciencia que Jesús les puso —si podían beber su copa y aguantar su bautizo— fue respondida por los dos discípulos con una confianza audaz y con una certeza valiente, con un “sí” jubiloso. Más tarde, los dos se mantuvieron fieles a este “sí”: Juan por su vida larga, llena de sufrimiento, en servicio fiel al Señor y Jacobo por su temprana muerte sangrienta.
Queremos meditar, una vez más, en este hecho: no se puede ser cristiano sin la cruz. Entre más cerca al Señor queremos estar, más profundo necesitamos descender con él —en lo espiritual y lo mundano—, hundiéndonos en su humillación y sufrimiento. Esto es esencial. Así pues, que mi alma deje que estas preguntas del Señor penetren hondo en mi consciencia: ¿Puedes beber mi copa? ¿Lo harás? ¿Aguantarás mi bautizo? Bendecidos aquellos que puedan responder con humildad —en la vida y en la muerte— que “sí”.
Selección y traducción de Coretta Thomson, del libro The Crucified is My Love.