La voluntad de Dios es que todos los seres humanos sean redimidos y que ninguno se pierda. Sin embargo, los Evangelios también dicen muy claramente que ninguno de nosotros será salvo, a menos que experimentemos el nuevo nacimiento por medio del Espíritu Santo, a menos que pasemos por el arrepentimiento y la conversión y encontremos la fe. Y Jesús, que tiene un amor más grande que cualquier humano, habla con claridad de la perdición. Aunque Dios es todopoderoso, y aunque su voluntad expresa es que todos sean salvos, no impone su voluntad sobre nosotros, su naturaleza es la del cordero: Cristo; y la paloma: el Espíritu Santo. Así que depende de nosotros como individuos, si nos abrimos o no a la gracia del nuevo nacimiento. Sin embargo, primero debemos volvernos humildes y quebrantados, ya que el nuevo nacimiento no es posible sin el juicio severo. El juicio de Dios es amor.

En Romanos 8, Pablo habla de la salvación de los elegidos o escogidos. Uno podría preguntarse: «¿Qué pasará con los demás? ¿También serán salvos?». Pedro arroja luz sobre esta cuestión en su segunda carta, donde escribe: «El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan». Está claro, entonces, que la voluntad de Dios es que todos, incluyendo sus enemigos, se arrepientan y encuentren la salvación. Pero podemos resultar culpables por jugar con su paciencia.

Toda la idea de la condenación del individuo pecador es muy difícil de aceptar y de reconciliar con el amor de Jesús, como lo reveló tan poderosamente en la cruz del Gólgota. Pero cualquiera que siga atado al pecado no puede entrar en el reino de Dios, de lo contrario el mundo seguiría dividido y con maldad. No comprendemos la plenitud del amor de Dios. Sin embargo, sabemos que Jesús lleva los pecados del mundo entero y permanece delante del trono de Dios. Su sacrificio por la redención del mundo es el punto central. Nunca debemos perderlo de vista.

Cuando era niño siempre tuve la sensación de que algún día las masas —la clase obrera— cambiarían para acercarse más a Dios. Tal vez fui influenciado por muchos anarquistas, socialistas y socialistas religiosos que se quedaron en nuestra casa. Pero cuando fui mayor, leí en el libro de Apocalipsis cómo las copas de la ira, una tras otra, se derramaban sobre la tierra, y que a pesar de eso los hombres no se arrepentían. Esto fue muy duro para mí. No podía aceptar la idea de que solo una fracción muy pequeña de la humanidad fuera a salvarse. Eso iba en contra de toda mi manera de pensar. Escudriñé la Biblia —los profetas y el Nuevo Testamento— con esta cuestión en mente.

La voluntad de Dios es que todos los seres humanos sean redimidos y que ninguno se pierda.

Cuando leí el Evangelio de Juan, encontré el lugar donde Jesús dice que el juicio vendrá sobre la tierra: «El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado. Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo». No sé cómo lo hará Jesús, pero sí creo que atraerá a todas las personas hacia sí mismo, y que no murió en la cruz solo por unas pocas. Jesús dice que el camino a la verdad es estrecho y que pocos lo encontrarán, que la mayoría de la gente andará por el camino ancho que conduce a la perdición. Indiscutiblemente esto es cierto, pero sería terrible si pensáramos que nosotros mismos hemos encontrado el camino estrecho, y no tuviéramos amor por los que van por el camino ancho.

En la parábola de las diez vírgenes, Jesús no estaba hablando del mundo, sino de los cristianos. Todas las que fueron a recibir al novio eran vírgenes; es decir, todas eran cristianas. Pero cinco de ellas eran sabias y cinco eran insensatas. Todas tenían el envase externo, es decir, la vasija. Pero no todas tenían aceite. . El aceite del que habla Jesús es el Espíritu Santo, la vida que viene de Dios, y solo cinco de ellas lo tenían.

Si amas a alguien muy profundamente, no le tendrás miedo. De la misma manera, si amas de verdad a Jesús, no le temerás. No puedes servir a Jesús por temor.

Derramar agua sobre una persona, o sumergirla en agua, por sí mismo no sirve para la salvación. «La verdadera circuncisión está en el corazón y se hace por el Espíritu, y no por lo que está escrito. El que tiene la circuncisión de corazón, por el Espíritu recibe la aprobación de Dios y no la de los demás.» Este es un punto importante: la fe no consiste en preceptos escritos. Pablo se refería a la ley de Moisés, pero también en la actualidad podemos ser esclavizados por leyes escritas, este es uno de nuestros dilemas. No debemos renunciar nunca a la libertad del Espíritu, solo en ella podemos encontrar la paz con Dios.


Extracto del libro Discipulado.