A partir del Tratado Japón-Corea de 1876, Japón comenzó a integrar a Corea a su imperio. En 1910, Japón anexó oficialmente a Corea, poniendo fin a la antigua dinastía Joseon. Esto tuvo un impacto profundo en todos los aspectos de la vida coreana, incluida la religión.
Las autoridades japonesas demolieron el 85 por ciento de los edificios del histórico complejo Gyeongbokgung en la capital de Corea, Seúl, incluido el palacio principal que durante siglos había sido un símbolo nacional. En su lugar se construyó el Edificio del Gobierno General de Japón. Se agregaron cuernos dorados de estilo sintoísta japonés cerca del techo de Sungnyemun, una de las ocho puertas en el muro que rodea Seúl, convirtiendo un símbolo del orgullo coreano en un monumento cuasi japonés.
Durante la década de 1930, los japoneses intentaron solidificar la lealtad coreana exigiendo que todos los ciudadanos coreanos participaran de las prácticas de adoración sintoísta. El primer día de cada mes, los japoneses obligaban a los coreanos a reunirse alrededor de un santuario de la diosa del sol de Japón y a inclinarse en adoración.
Este fue un mandato especialmente difícil para los estudiantes y profesores de la escuela cristiana donde Ahn Ei Sook enseñaba música. Cuando las niñas eran convocadas para reunirse en el patio de recreo para la caminata mensual hacia el santuario japonés, muchas de ellas se escondían en las aulas y los baños, con la esperanza de evitar adorar en el santuario. Pero eso era inútil; el director ordenaba a los maestros que buscaran a las niñas y las sacaran.
Mientras Ei Sook observaba a los profesores moverse de una habitación a otra recogiendo a las estudiantes, se llenó de tristeza. Quería llorar, pero no podía. Cerró la puerta, cayó de rodillas y oró en silencio a Jesús.
Cualquiera a quien las autoridades japonesas encontrarán reacio a inclinarse ante sus santuarios era tildado de traidor y estos eran torturados.
“¡Señorita Ahn! ¿Estás ahí?” Era la voz de la directora que se escuchaba en forma ahogada a través de la puerta cerrada. Había venido a escoltar a Ei Sook al santuario. La profesora de música abrió la puerta para enfrentarse a su superior. “Hoy es el primero del mes”, dijo la directora. “Tenemos que llevar a las niñas montaña arriba hasta el santuario. ¿Recuerda?”
Ei Sook se quedó en silencio, con una mirada desafiante. “No eres la única creyente”, dijo la directora. “Esta es una escuela cristiana. La mayoría de las alumnas son cristianas. También lo son todos los demás profesores. Yo también soy cristiana. Piense en ello señorita Ahn ¿Hay algún creyente en Cristo que quiera inclinarse ante dioses paganos? Todos odiamos hacer tal cosa, pero los cristianos somos perseguidos por un poder demasiado despiadado como para enfrentarlo “¡A menos que adoremos en el santuario japonés, cerrarán esta escuela!”
Ei Sook sabía que la presión a conformarse era muy grande. Cualquiera a quien las autoridades japonesas encontrarán reacio a inclinarse ante sus santuarios era tildado de traidor y estos eran torturados. Los cristianos de toda Corea habían muerto por no renunciar a su fe. Ei Sook se compadeció de su directora, quien era responsable del bienestar de las estudiantes, los maestros y la escuela misma. Si alguien no acudía a la adoración, todos correrían peligro. Fue una carga pesada de llevar.
Aún así, Ei Sook no podía ver cómo su superior podía dejar de lado al Señor al que decía seguir. La profesora de música no se movió. “¿Puede ver los grandes problemas que causará en esta escuela si no coopera?”, dijo la directora, con una mezcla de miedo y odio en su voz. “Pero no parece que eso le importe. Está pensando solo en sí misma”, añadió.
Finalmente, Ei Sook respondió: “Si quiere que vaya a la montaña, lo haré”.
La directora la sacó de su salón de clases y bajó las escaleras hacia el patio de recreo. “Adorará en el santuario, señorita Ahn. ¿De acuerdo?”
Alejándose del santuario, pensó, estoy muerta. Ahn Ei Sook murió hoy en el monte Namsan.
La profesora de música no respondió. Mientras pasaba junto a sus estudiantes, pensó que podía ver sus rostros consternados. “Incluso la señorita Ahn va a ir”, dijo una de las chicas “¡Ahora Dios seguramente nos cuidará!”, otra estudiante dijo: “¡Nuestra directora tiene tanto poder! ¡Ha hecho que la señorita Ahn vaya al santuario!”. Todo lo que Ei Sook podía hacer era orar. ¡Oh Señor!, oró ¡estoy tan débil! Pero yo soy tu oveja, por eso debo obedecer y seguirte. Señor, cuida de mí.
Las estudiantes y los profesores comenzaron a subir la montaña. Se alinearon con la gran multitud reunida ante el santuario japonés. Ei Sook podía sentir su corazón latiendo. Y entonces una voz gritó: “¡Atención!” y los coreanos reunidos enderezaron sus espaldas. La voz dijo: “¡Nuestra más profunda reverencia a Amaterasu Omikami [la diosa del sol]!” Todos reunidos ante el santuario inclinaron la parte superior del cuerpo en una profunda y uniforme reverencia. Todos menos una.
Ahn Ei Sook se puso de pie, con su rostro mirando hacia el cielo. Un momento antes, se había sentido llena de culpa y miedo, pero hora estaba invadida por una sensación de calma. Dentro de su cabeza, una voz le dijo: Has cumplido con tu responsabilidad. Escuchó un murmullo pasar a través de la multitud cuando quienes se inclinaron a su alrededor se dieron cuenta de que no se había unido a ellos. Alejándose del santuario, pensó, estoymuerta. Ahn Ei Sook murió hoy en el monte Namsan. No temía a la muerte, pero la idea de la tortura la hacía estremecerse.
Buscando seguridad, huyó del lugar. Pero, después de meses en la clandestinidad, en marzo de 1939 Ei Sook decidió ir a Tokio para apelar a las autoridades japonesas por los cristianos perseguidos de Corea. Fue arrestada de inmediato y pasó los siguientes seis años en prisión. Su desobediencia fue severamente castigada; pero, aún en la inmundicia y brutalidad de la prisión compartió el evangelio con sus compañeras de prisión. Más tarde dijo: “No puedo explicar cómo una mujer tan débil como yo pudo recibir bendiciones tan maravillosas en tiempos de miedo y sufrimiento”.
Estos son los que durante seis largos años se negaron a adorar a los dioses japoneses. Lucharon contra la tortura severa, el hambre y el frío.
La administración japonesa de Corea terminó en 1945, cuando Japón fue derrotado al final de la Segunda Guerra Mundial. Los santuarios japoneses fueron quemados, en 1940, treinta y cuatro cristianos, incluido Ahn Ei Sook, habían sido puestos en prisión de Pyongyang. El 17 de agosto de 1945, cuando finalmente fueron liberados, solo quedaron con vida catorce personas. Uno de ellos fue Ahn Ei Sook.
Mientras los prisioneros salían, un simpático guardia de la prisión gritó: “¡Damas y caballeros! Estos son los que durante seis largos años se negaron a adorar a los dioses japoneses. Lucharon contra la tortura severa, el hambre y el frío, y han ganado sin inclinar la cabeza ante la adoración de los ídolos de Japón ¡Hoy son los campeones de la fe! La multitud reunida saludó a los prisioneros como héroes, gritando: “¡Alabado sea el nombre de Jesús!” y cantando alegremente:
Todos aclamen el poder del nombre de Jesús.
Que los ángeles se postren y caigan.
Traed la diadema real
y coronadle Señor de todo. . .
De Siendo testigos: Relatos de martirio y discipulado radical. Basado en el relato personal de la resistencia de Ahn Sook al régimen japonés: If I Perish (Chicago: Moody Press, 1977).