Jesús nos trae una nueva ética en el Sermón del monte. Mientras que la moralidad de los escribas y fariseos es una justicia exterior —el producto del legalismo y la coacción de la sociedad, la iglesia y el estado—, la nueva justicia pone de manifiesto su naturaleza como libertad interior. Independiente de las circunstancias externas, rechaza las imposiciones de mammona. En cambio, construye sobre Dios y en comunión con Dios.

El carácter de los que pertenecen al reino de Dios es tan distinto al de todos los demás que solo pueden ser comparados con el Padre que está en el cielo: «sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto». Dios es la fuente de la vida y el amor. Nos hacemos hijos de Dios y obtenemos el carácter de Dios cuando nacemos de nuevo en el Espíritu de Dios. Pero la única manera de acceder a esta nueva vida es a través de la liberación de la antigua.

El mismo Jesús es el hombre nuevo, el segundo Adán, el espíritu vivificador que nos conduce, de la falta de vida en la vieja naturaleza, a la vida cálida y poderosa de la nueva humanidad. En comunión con él nos convertimos en la sal que vence la decadencia de la muerte. En él somos la luz que difunde calor vivificador y claridad de visión. En él alcanzamos la naturaleza del mismo Dios, la nueva naturaleza de espíritu y amor.

Esta nueva vida en Dios es una paradoja. Tenemos que ser decididos y resueltos, pero al mismo tiempo debemos permanecer en humildad, conscientes de nuestra total pequeñez. Solo Dios puede liberarnos de la vanidad y la arrogancia, de la piedad y el moralismo de nuestras propias fuerzas. Frente a él reconoceremos nuestra pobreza y nos convertiremos en mendigos ante él. Estaremos sedientos de la justicia de Dios.

Vivimos la justicia mejor solo cuando damos frutos buenos.

La justicia del moralista es forzada y compulsiva, pero la justicia de Jesús es espontánea. El origen de sus obras está en el entusiasmo por la vida y en el deseo interior de actuar. Y su parábola del árbol bueno que da fruto bueno —y del árbol malo que da fruto malo— nos muestra cómo distinguir lo que es nuevo de lo que es viejo. Solo pueden ser considerados buenos aquellos hechos que brotan espontáneamente del interior. Vivimos la justicia mejor solo cuando damos frutos buenos.

Dios no puede mentir; por ello la nueva justicia es la verdad que busca expresión en todas las cosas. El moralismo del mundo, la afirmación de la fuerza y los derechos, ahora se reemplaza por el amor que no se detiene ante nada, ni siquiera ante el enemigo. Este amor establece vida y justicia. Demuestra fidelidad y pureza de pensamiento, y es paciente y misericordioso, lleno de compasión hacia todo el mundo sufriente.

La voluntad de Dios es paz y justicia. Solo los que viven conforme a ella pueden pretender ser parte de su nuevo reino. De la misma manera, Jesús demanda acciones y obras. Nos engañamos si pensamos de otra manera. Los que solo escuchan sus palabras son como el hombre necio cuya casa, edificada sobre arena, se hundió. Pero los que lo escuchan y actúan son como el hombre que construye sobre roca.


Traducción de Raúl Serradell