No puede haber libertad mientras haya pecado en el corazón. ¿De qué sirve cambiar las estructuras? ¿De qué sirven violencias y fuerzas armadas, si se hace con odio, si se hace únicamente por mantener poderes o apoderarse del poder para luego convertirse en tiranos también en nuevas tiranías? Lo que buscamos en Cristo es la verdadera libertad: la que transforma el corazón, la que nos dice hoy: con Cristo resucitado buscad los criterios de arriba (Col 3:1). Mirad la libertad de la tierra, las opresiones de esta situación injusta en El Salvador, no únicamente de tejas abajo, mirad hacia arriba. No para hacerse conformistas, porque el cristiano sabe luchar también, sino porque sabe que su lucha es todavía más fuerte, más valiente cuando se inspira en este Cristo que supo dar más que la otra mejilla y dejarse clavar. Pero desde la crucifixión Cristo obediente, ha redimido al mundo y canta la victoria definitiva, la que no pueden usar para otros fines quienes no buscan, como Él, la verdadera liberación de los hombres.
Esta es la liberación que no se comprende sin el Cristo resucitado. Queridos hermanos, sobre todo ustedes que tienen tanta sensibilidad social, ustedes que no toleran esta situación injusta de nuestra patria, Dios les ha dado ese sentido de sensibilidad, y si tienen vocación política, ¡bendito sea Dios!. Cultívenla también; pero miren, no pierdan esa vocación; no pierdan esa sensibilidad política y social únicamente con odios, con venganzas, con violencias de la tierra. Elévense, ¡arriba los corazones! miren las cosas de arriba. […]
Lo que buscamos en Cristo es la verdadera libertad: la que transforma el corazón.
El gran iluminador, el gran inspirador de todas las liberaciones de la tierra no tiene que ser un hombre, ni una ideología, mucho menos atea, sin Dios, sin Cristo. El gran inspirador de la liberación de nuestra patria y de los hombres es el único liberador: Cristo el resucitado; Cristo, el que esta mañana canta la verdadera victoria sobre todas las opresiones de la tierra. Cristo que ahora colocado en la gloria del Padre, puede desafiar los poderes de Poncio Pilato y del Imperio Romano; y el fanatismo de los dirigentes espirituales de Israel, de sacerdotes y de una religión que había pervertido sus sentidos. Cristo, desde su resurrección desafía a todos los liberadores de la tierra y les dice: ¡Ustedes no van a liberar! Sólo ésta es la liberación que persiste, la que arranca las cadenas del corazón del hombre: el pecado, el egoísmo. Aquel que ha roto las rejas de la muerte y del infierno, aquel que ha dejado el sepulcro vacío y que invita a todos los hombres a morir contentos para que, a la hora de la Resurrección Universal ellos también puedan desafiar a las tumbas de nuestros cementerios: «¿Muerte, dónde está tu victoria?» (1 Co 15:55).
Todo lo demás muere, todo lo demás es pecado, todo lo demás es odio y violencia, todo lo demás es sangre y asesinato y secuestro; todo eso no es liberación, todo eso está sepultado entre las cosas viejas que Cristo deja, para darnos la novedad de la verdadera vida que solamente la puede vivir el verdadero cristiano. Ojalá, los fanáticos de la violencia y el terrorismo; ojalá, los que creen que con la represión y la fuerza se van a arreglar las cosas, aprendieran que no son esos los caminos del Señor, sino éstos: los humildes caminos de Cristo por la obediencia a la ley del Señor, por el respeto y el amor, y el que ahora entrega a los hombres la verdadera liberación para que el que la quiera aprovechar: Cristo, pues, Él es la clave de la revelación de Dios.
14 de abril 1979