Sundar Singh (1889-1929) abandonó la comodidad de su casa a los dieciséis años para vivir como un sadhu, llevando la vida de un mendigo. Amó a Jesús y devotó su vida a él, pero nunca aceptó las convenciones culturales de la religión, sino que abrazó sus austeras enseñanzas originales. Este extracto del libro Enseñanzas del maestro, es parte de una conversación entre Sadhu Sundar y un cristiano.
Cristiano: Sadhu-ji, usted tiene la experiencia personal de que Jesús es el Maestro que nos lleva a la paz interior y a la salvación. ¿Tenemos nosotros la obligación de llevar esta verdad a los distintos pueblos paganos?
Sadhu: Debemos romper con la vieja costumbre de llamar «paganos» a aquellos que posean otra fe distinta a la nuestra. Los peores «paganos» están entre nosotros. Debemos amar como hermanos y hermanas a las personas que tengan otra fe, y a los que sean agnósticos o ateos. No necesitamos amar cualquier cosa que crean o hagan, sino simplemente amarles.
Incluso un idólatra que rinde culto a una piedra puede experimentar algo de la paz de Dios. Mas ello no significa que tal piedra posea un determinado poder, pero a algunos les sirve para concentrar su atención en Dios. Dios concede a todo el mundo la paz de acuerdo con su fe. El peligro, por supuesto, es que aquellos que le rinden culto no avancen espiritualmente y por tanto se sientan más atraídos hacia el objeto material del culto que hacia el Dios viviente y, en última instancia, se queden tan inanimados como la piedra que adoran. Semejante persona no será capaz de reconocer al autor de la vida, quien es el único que puede colmar el ansia de sus corazones.
Cristiano: Pero, ¿no estamos obligados a profesar nuestra fe y compartirla con los otros? Usted mismo admite que el maestro envió misioneros a la India.
Sadhu: Cuando en verdad encontramos al Maestro y experimentamos la liberación del pecado, un auténtico gozo nos empuja a compartirlo con los demás. No podemos permanecer silenciosos respecto a lo que Dios ha hecho sino que debemos ser testigos de ello. Cualquiera que haya experimentado la paz del Maestro —sea hombre o mujer, chico o chica, rico o pobre, labrador o granjero, escritor o sacerdote, juez u oficial, doctor o jurista, maestro o alumno, miembro del gobierno o misionero—, es solamente un seguidor del Maestro que dará extenso testimonio de la verdad. Pero por importante que sea el testimonio ello no significa necesariamente que se tenga que predicar en la plaza del mercado o en el púlpito. Tenemos mil oportunidades de dar testimonio del maestro allá donde quiera que vayamos. Y podemos hacerlo a través de una vida recta, a través de un carácter censurable, a través de la integridad del comportamiento, mediante nuestro propio entusiasmo o por el amor hacia el Maestro, compartiendo con los demás lo que Él ha hecho por nosotros. Cada persona, no sólo con palabras sino también con su vida, puede ser un testimonio del Maestro.
Un místico sufí iba de viaje y llevaba consigo una cantidad de trigo. Después de pasar varios días en el camino, abrió su bolsa y encontró en ella un cierto número de hormigas. Se sentó y meditó sobre su situación. Conmovido por aquellas pequeñas criaturas perdidas, volvió sobre sus pasos y dejó a salvo a las hormigas en su hábitat original.
Es sorprendente ver cómo los seres humanos podemos mostrar tanta simpatía por unas criaturas insignificantes. ¿Cómo entonces es posible la falta de simpatía y amistad que solemos mostrar con los demás? Muchos han ido tan lejos que se han perdido y no han sabido cómo regresar. Está claro que nuestro deber es guiar a los extraviados y volverlos al camino de la rectitud y ayudarles a encontrar su casa eterna.
Hay muchas personas en la India y en otras partes del mundo a las que les gustaría oír hablar sobre el Maestro. Esas personas necesitan el testimonio de la verdad pero no les hace falta la cultura occidental. Los hindúes necesitan desesperadamente el Agua de vida, ¡pero no la quieren en vasijas europeas! El Maestro escogió simples pescadores como sus seguidores porque tenía un simple mensaje que manifestar, no una filosofía. El mundo ya tiene suficientes docentes y filósofos.