Por eso mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista. Así que nos mantenemos confiados, y preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor. Por eso nos empeñamos en agradarle, ya sea que vivamos en nuestro cuerpo o que lo hayamos dejado.
Toda persona debe llegar al punto donde pueda venir sola delante del Señor en paz y tranquilidad, donde pueda poner su mirada en él con mucho más confianza, para que, cuando llegue el momento de partir, la unión con él sea serena y sin preocupaciones. Jesús siempre se acerca más cuando más nos desprendemos de las cosas de este mundo, cuando aprendemos a aceptarlo todo con tranquilidad.
Mientras habitemos en el cuerpo, nuestra preocupación debe ser que el Salvador pronto pueda tener misericordia de todo el sufrimiento humano, ya sea que vivamos o no para verlo, aun cuando implique más trabajo para nosotros. Por eso, deja que te conviertas en una pobre alma cuyo enfoque sea la venida del Señor, de uno que suspira con compasión, anhelando que el Salvador cambie pronto todas las cosas. Cuando te entregas a esto, tienes una misión maravillosa. Tus suspiros no serán en vano. Esto te preparará también para un lugar en el cielo, capacitándote para ayudar en las tareas que tendrás cuando estés allí. Seguramente tendrás una misión, mientras el Salvador todavía tenga trabajo por hacer.
Aunque te vayas debilitando, recibirás la certeza de que perteneces al Salvador para siempre. Eso te consolará y, a pesar de todas las dificultades que todavía tengas que enfrentar, te dará un gozo santo. Está del todo bien anhelar a tu Salvador y pedirle que acorte tu sufrimiento, o más bien, que acelere tu preparación para que nada pueda impedir tu regreso victorioso. Este es el objetivo de mis oraciones por ti. El amado Salvador, que te ha dado tanto, hará su parte y te responderá con misericordia. «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Romanos 8:28), y cuando llegues al cielo, te sorprenderás de lo maravilloso que han sido los propósitos del Señor.
Si piensas que has tenido poca oportunidad de servir a tu Salvador, recuerda que los combatientes también se necesitan en la eternidad, así como Cristo mismo sigue siendo un abogado en nuestro favor (1 Juan 2:1). Recibirás tu encargo y te regocijarás en él. Solo mantente firme y permite que se quite de ti todo lo que pudiera estorbarte. El Espíritu de Dios seguirá obrando en ti si te sometes voluntariamente a su voluntad. Su consuelo radica precisamente en su amor paternal. Que la gracia de Dios en Cristo Jesús habite en ti hasta tu último suspiro.
Extracto del libro El Dios que sana.