Entonces los apóstoles le dijeron al Señor: —¡Aumenta nuestra fe!
Cuando nuestra fe es escasa, debemos pedir por lo que nos falta. Debemos clamar, como el padre del joven que estaba poseído: «¡Sí creo!... ¡Ayúdame en mi poca fe!» (Marcos 9:24). Sin embargo, la petición por más fe no es suficiente. El que desea orar por más fe debe preparar su alma para ella. Debe apartarse de todo lo que interfiera con el poder de la fe. Debe serenarse, poner en orden sus pensamientos, su espíritu y todas sus facultades. También debe unirse en espíritu con su propia gente y no debe estar destrozado ni devastado en su interior. Entonces será efectiva la oración por más fe. La fe será concedida de lo alto y encontrará una puerta para entrar al corazón.
En este pasaje los discípulos habían recibido poder para expulsar a los espíritus impuros, sanar a los enfermos y realizar muchas obras en el nombre del Señor. Necesitaban dones para hacer todo esto, y aunque habían logrado muchas cosas, hubo períodos y momentos en los que carecían de estos dones; en otras palabras, no estaban seguros de que algo realmente sucedería cuando invocaran el nombre del Señor. Por esta razón le pidieron a Jesús: «Aumenta nuestra fe para que tengamos el poder que necesitamos cuando hablemos en tu nombre».
Lo importante es que cuando oremos por más fe, nunca debemos hacerlo simplemente por nosotros mismos.
¿Cómo lo aplicamos a nosotros mismos? ¿Podemos también orar por más fe? Quizá sí, tal vez no. Lo importante es que cuando oremos por más fe, nunca debemos hacerlo simplemente por nosotros mismos. Cuando oramos por más fe, estamos pidiendo que algo mucho más grande sea dado a la iglesia. Esa es nuestra obligación y nuestro deber: «Aumenta la fe de la iglesia, del pueblo de Dios, y especialmente de tus siervos, para que experimenten de nuevo la auténtica fe apostólica». Esa debería ser nuestra oración.
Resulta trágico que muy poca gente en la iglesia se atreva a hacer algo en fe, y cuando lo hacen, piden muy poco. Por eso ocurren muy pocas cosas que dan gloria al nombre de Jesús. A menos que tengamos fe, todo lo demás es inútil. Necesitamos con urgencia que nuestros corazones sean impactados una vez más, porque necesitamos la fe más que nunca. Aunque debemos dejar que el Señor le dé fe a quien quiera, nuestra preocupación debe ser que sucedan milagros en la iglesia otra vez. Porque ahí dentro reside oculta la gloria y el poder de Cristo. Así que oremos por más fe, pero no oremos solamente por nosotros mismos.