Salió Jesús de allí y llegó a orillas del mar de Galilea. Luego subió a la montaña y se sentó. Se le acercaron grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más, y los pusieron a sus pies; y él los sanó. La gente se asombraba al ver a los mudos hablar, a los lisiados recobrar la salud, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel.
Grandes multitudes se acercaron a Jesús, llevaban a los cojos, lisiados, ciegos, mudos, y los ponían a sus pies, y él los sanaba. Las noticias de su presencia se difundieron rápidamente. Por cierto, si alguno de nosotros hubiera estado allí y hubiera escuchado de la oportunidad de ser liberado de su aflicción, ¿quién de nosotros no hubiera dado todo por venir ante Jesús?
Sin embargo, no siempre fue fácil para los enfermos llegar ante Jesús. Muchos dependían de la ayuda de otros. Esas personas deben de haber tenido mucha compasión y también haber hecho un esfuerzo considerable. ¿Cómo entonces el Salvador no podría recibirlos? ¿Les debería haber mostrado menos compasión solo porque podrían haber venido ante él por razones equivocadas?
La compasión solo ve la necesidad de los demás; omite toda crítica y todo juicio. Jesús nunca les dio primero un sermón a los enfermos, ni primero examinó su condición interior; nunca les preguntó qué pecados habían cometido para merecer esa enfermedad. Esto no solo hubiera sido duro, sino que hubiera lastimado aún más a los enfermos.
La compasión solo ve la necesidad de los demás; omite toda crítica y todo juicio.
¿Por qué entonces somos tan rápidos para juzgar a los enfermos, examinándolos para averiguar si tienen suficiente remordimiento o son dignos de que oremos por ellos? Jesús dijo: «al que a mí viene, no lo rechazo». Por esta razón, siempre está mal pensar que la enfermedad es «una bendición disfrazada». ¿Qué es más benéfico para nosotros: la enfermedad o la salud? El Salvador ciertamente no piensa que los enfermos estaban mejor que los sanos, de lo contrario no los hubiera sanado, ni hubiera ordenado a sus discípulos sanar a los enfermos.
Sí, Dios sabe por qué algunos tienen que sufrir, sin duda él elige lo que es mejor para ellos. Pero el Salvador recibe con profunda compasión a cada uno que viene a él, y rápidamente los ciegos ven, los mudos hablan, y los cojos reciben pleno uso de sus extremidades. Recordemos esto. Todos los que vinieron y todos los que trajeron a los enfermos y lisiados ante Jesús, tuvieron bastante fe y esperanza. Mucho más de la que tenemos nosotros. Y en su misericordia infinita Jesús los sanó a todos.
Traducción de Raúl Serradell
Este artículo es un capítulo del libro El Dios que sana.