A veces parece como si Dios ya no se preocupara por nosotros, como si hubiera olvidado a su pueblo. Esto fue lo que pensaron y dijeron los antiguos israelitas. Por mucho que clamaban por gracia, ninguna ayuda parecía llegar, y su peor destino era inminente.
Pero el profeta Isaías le dice a Israel que Dios no solo no ha dejado de tener gracia, sino que anhela ser misericordioso con ellos. Por mucho que eran impacientes por su gracia, él estaba impaciente (por así decirlo) de ser clemente, en realidad anhelaba ser misericordioso. Dios no fue indiferente hacia ellos, para él fue doloroso tener que esperar hasta que pudiera volver a revelarles su gracia.
¿Qué significa esto? Si Dios está esperando para ser misericordioso, debe existir una razón por la que está esperando, y la razón debe residir en nosotros. Ve algo en nosotros, algo que no está bien, algo que impide su gracia. Así que tiene que esperar hasta que sea quitado ese impedimento. Los israelitas de inmediato buscaron falsa ayuda en otros lugares: en las naciones vecinas o en otros dioses. ¿Cómo entonces podría Dios tener gracia y ayudarlos? Pero Dios seguía deseando mostrarles misericordia.
Dios desea bendecirnos, quiere tener todo nuestro corazón y nuestra total atención, para que pueda darnos su gracia.
En nuestra intranquilidad también probamos miles de cosas, sin comprender que al hacerlo nos apartamos cada vez más de Dios. Pero Dios desea bendecirnos, quiere tener todo nuestro corazón y nuestra total atención, para que pueda darnos su gracia. Pero cuando no se lo damos, tiene que esperar, y también nosotros, tenemos que esperar pero en sufrimiento.
¡Ojalá que ya no hagamos esperar al Señor, para que pueda traer su gran ayuda que tanto necesitamos con urgencia! Él está dispuesto y quiere ser misericordioso con nosotros.
¡Oh Señor, muéstranos tu misericordia! ¡Quita todo lo que estorbe tu gracia y te impida ser misericordioso con nosotros! Amén.