Y el poder del Señor estaba con él para sanar a los enfermos. —Lucas 5:17b

Dondequiera que Jesús se quedaba o caminaba, un poder fluía de él, para sanar y vivificar el alma y el cuerpo. Cualquiera que se le acercaba con un corazón confiado recibía ayuda. El Señor del cielo, el Dios de Israel, el poder de este Dios fluía en Jesús y obraba sanación. ¡Qué maravilloso que el Hijo de Dios haya aparecido así!

Difícilmente se puede comprender que Dios se haya acercado tanto a nosotros con semejante bondad. ¡Cuán evidente era que todo estaba corrompido! ¡Cuánta falta de temor de Dios había en la tierra! ¡Cuán hipócrita era la piedad de los que fingían ser devotos! Incluso hicieron del templo una «guarida de ladrones», lo convirtieron en un mercado.

Sin embargo, él vino. ¿Y cómo era? Vino no como alguien que juzga sino como alguien lleno de bondad, calidez, misericordia y amor. Nadie tuvo que temerle. A todos se les permitió acercarse, todos los quebrantados podían tener esperanza, incluso los pecadores y recaudadores de impuestos. Todos podían acercarse. Y todos los que vinieron fueron sanados y satisfechos. Todos pudieron regocijarse de que el embajador de Dios en persona los hubiera visitado.

Debido a que el Señor fue tan bondadoso y bueno con todo el que se le acercaba, demostró que realmente venía de Dios. ¿Quién podría ser más grande? ¿Puede haber algo más maravilloso que saber que este hombre de Nazaret provenía de Dios? ¿Puede alguien más satisfacer nuestra necesidad más profunda? ¿Podemos imaginar a alguien que venga del cielo más grande, más majestuoso y más glorioso que él? Verdaderamente, él es el único. «Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14b).

Jesús sigue siendo el mismo Salvador hoy en día. Así que hay esperanza para todos, nadie debe desesperase ni dudar de su paciencia y amor. Sin importar quién seas, puedes venir. ¡Pero debes acercarte! Acércate anhelando misericordia y gracia. Entonces recibirás su bondad en abundancia. Incluso en estos tiempos difíciles puedes experimentar su misericordia, y cuando sea el momento oportuno: «Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Apocalipsis 21:4). ¡Alábalo por esa esperanza inconmensurable!


Traducción de Raúl Serradell. Este artículo es un capítulo del libro El Dios que sana.

Imagen: Jesús sana a los enfermos Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, Santiago de Chile, c. 1940, taller de Pedro Subercaseaux. Fuente: Wikimedia Commons