No poseo nada que ustedes no tengan ya, pero hay mucho que pueden tomar y que yo no puedo darles. No podemos recibir el cielo mientras nuestros corazones no descansen en el presente. ¡Reciban el cielo! No hay paz en el futuro que no esté con nosotros ya en secreto. ¡Reciban la paz! La tristeza del mundo no es más que una sombra; tras ella, al alcance de la mano, está la alegría. ¡Reciban la alegría!
Hay resplandor y gloria en la oscuridad, si sólo pudiéramos verlos, y para ver tan sólo basta mirar. Les ruego que miren. La vida es muy generosa en dar, pero nosotros juzgamos sus dones por la envoltura y los desechamos por feos, pesados o duros. Quiten la envoltura, y encontrarán debajo un vivo esplendor, tejido de amor, de sabiduría, y de poder. ¡Denle la bienvenida, agárrenlo! Tocarán la mano del ángel que se los trae.
Créanme: en todo lo que llamamos “prueba”, “pena” o “deber”, está la mano del ángel; están también el don y el milagro de una presencia que eclipsa todo. Lo mismo con nuestras alegrías: ¡No se den por satisfechos con meras alegrías: éstas también ocultan dones divinos!
Así pues, por ahora, les saludo—no con el saludo que ofrece el mundo sino con mi profundo aprecio y con el ruego, ahora y siempre, que Dios haga huir las sombras y haga amanecer el día sobre ustedes.