Mi fe me hace percibir el dolor de un Dios herido por la marginación de todos estos hijos suyos. La pobreza que existe entre los hombres es lo que más afecta a Dios y nuestra vinculación a él pasa por la comunión con esa sensibilidad.
He aprendido muchas cosas. Pero he aprendido sin libros, he aprendido sin lecciones, he aprendido sin conferencias, he aprendido sin pizarrones, sin aulas… Y mi maestro ha sido el pobre, que a veces te amasija, pero para tu bien. Es una escuela de humanidad, es una escuela de solidaridad, es una escuela de amor. Y es una escuela de cruz también, pero de ahí nace la vida. Por eso me siento muy feliz. Y si bien sufro con el sufrimiento de mis vecinos, que tienen rostro, que tienen nombre, tienen historia, al mismo tiempo no podría vivir fuera de este lugar.
Bajo esos rostros me encontré con Cristo. Fui descubriendo que esa es la espiritualidad que acerca a Dios. Es el descubrimiento de Dios en aquellos que son los últimos, en aquellos a los que cuesta amar a primera vista, pero al final, con su cariño, con su solidaridad y con su apego, te atrapan de tal manera que ya no te podés escapar.
La Evangelización no existe. Existe ese hombre que debe reconocerse con dignidad “imagen y semejanza”; ese hombre que debe llenar su retina con la visión de su destino de plenitud en el amor, la libertad y la verdad; existe el cristiano que vive esa visión real y hacia la cual dirige todas sus fuerzas con otros hombres, con los cuales van dando al mundo garantías de ese destino.
Como decía Pablo VI, la evangelización empieza por hacer “pasar al hombre de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”. Ante esta gente lo primero que habría que hacer es no agredirla, como hace nuestra sociedad. Hacer que su trabajo sea “humano”. Luego, tratar de encarnarnos en su situación. Con nuestra mentalidad de colonizadores, jamás podremos entender lo que este hombre siente, ama, cree, espera. Solo metiéndonos en su pellejo, en su dolor, en su lucha por el pan de cada día, en su basura, en su borrachera, en su rabia, en su dignidad escondida, solo desde ahí podrá sentirnos como hermanos portadores de la buena nueva de Jesucristo liberador. Pero siempre me pregunto, ¿quién evangeliza a quién?
“Creced y multiplicaos”, dice el Señor en la Biblia. “Y dominad al mundo”. No dice “dominad a vuestros hermanos”. Siempre el que está arriba domina al que está abajo. Esa posición de arriba y abajo es antibíblica. En lugar de un dominio de la materia, de la tierra, de la simiente, del grano, del pan, os hombres nos hemos dedicado a dominar a nuestros semejantes. Hemos construido pirámides de poder, donde hay una base muy grande, muy amplia de dominados, y después se va achicando hacia arriba.
Pienso que estamos viviendo en una sociedad tremendamente violenta. Respiramos la violencia; es una atmósfera, es nuestro aire, un aire enrarecido.
Pero violencia es el niño que yo veo que decae y que está desnutrido, el niño que viene descalzo a pedirme un pan viejo. Violencia es la televisión. Violencia es los medios de prensa. Violencia es el hombre del carrito en la calle, es violentado. Está siendo violado todos los días porque no tiene leyes que lo amparen, no tiene salario, no tiene jornal, no tiene seguros de ninguna especie, no tiene leyes de salud y, sin embargo, es obrero. Ese hombre sufre la violencia todos los días.
Pienso que sí, son puntos culminantes, como la muerte de Carlitos,1 pero no creo que lo mató ese muchacho. Creo que lo matamos todos en la medida en que estamos aceptando todo este orden de cosas, o desorden de cosas. Cómo señalar solo una violencia, que si se quiere es consecuencia de un espiral de violencia que nace en responsabilidades, que nace en decisiones, que nace en medios de poder.
Cuando me veo ante un micrófono, dudo: hablar, no hablar, callarme o gritar… Pero llega un momento en que uno siente que hay una voz que le quema adentro. Lo dice el profeta en la Biblia: “¡Cómo callar si tu voz me quema adentro!”… Ya lo he dicho varias veces, pero lo repito, porque no quiero que se tomen mis palabras como algo personal, sino que esa voz que me quema adentro es la voz de los pobres de esta zona, que yo quiero ampliarla, quiero amplificarla.
Y esa voz es la voz que siento todos los días del pobre que sufre. Esa voz es problema todos los días, es hambre todos los días. Esa voz son los niños desnutridos, lo niños que cuando les damos de comer lo hacen con tremenda avidez hasta hinchar su pequeño estómago. Y esa voz que quiero ampliar es la de las madres que sufren y que muchas veces me dicen “y a quién vamos a acudir, usted, es el que está a mano”. Como me decía una señora anoche, “no quiero molestarle, pero mi problema es dónde quedarme esta noche con mi hijito”. Uno se pregunta muchas cosas, pero no hay que perder tiempo en preguntas. Hay que actuar rápidamente.
Yo no discuto con nadie. Lucho con mis vecinos por ir venciendo los enemigos del hombre: el hambre, la falta de amor, la injusticia, la desocupación, la falta de oportunidades en el campo de la educación, la falta de salud… Dando respuestas a todo lo que acá es reclamo, es grito.
Yo no soy nadie, ni el barrio ni la zona dependen de mí. Todo depende de todos. Y la dependencia personal termina en el momento en que la persona ya no está. Igual la solidaridad sigue, la vida sigue luchando por no morir, y las personas, los pueblos, los barrios siguen haciendo una historia.
Imagen de portada: Fred Kooijman, ranchos de lata en Bucaramanga, Colombia, década de 1980. Wikimedia Commons.
Notas
- Sacerdote salesiano, asesinado a los 36 años por un adolescente en la parroquia del barrio Colón, Montevideo, en 1988.