Desde el inicio de la guerra en Ucrania, los críticos han señalado que las tácticas no violentas son poco realistas, imprudentes o incluso suicidas, en una situación de conflicto armado. Pero nuestros 35 años de trabajo por la paz a través de la no violencia en México demuestran lo contrario. Creemos que es importante compartir algunas lecciones, tanto de origen gandhiano como cristiano, que hemos aprendido —desde la cofundación del capítulo de este país— del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ) en 1987.
Contexto de la guerra
México no es Ucrania, pero creemos que la situación en México, nuestro país adoptivo (llegamos acá desde Uruguay como exiliados, huyendo de la dictadura, pero esa es otra historia), se podría llamar una guerra de baja intensidad. Primero, este país, con más de 128 millones de habitantes, es uno de los más desiguales del continente, el tercero con mayor pobreza y donde más de la mitad de sus trabajadores laboran en el sector informal.
Las investigaciones de SERPAJ, desde la década de los noventa, han evidenciado la existencia de un proceso constante de “exterminio selectivo” de opositores desarmados, como activistas sociales, defensores de derechos humanos, familiares en búsqueda de sus desaparecidos, autoridades, candidatos políticos y periodistas. A este proceso se ha sobrepuesto también —por lo menos desde 2006, a través de la muy falsamente llamada “guerra contra el narcotráfico”— un proceso de “exterminio masivo”: al menos 365 mil personas asesinadas entre 2006 y 2020; más de 4 mil fosas clandestinas encontradas; una crisis forense con 52 mil cuerpos sin identificar y más de 107 mil desaparecidos; con mínimo 300 mil desplazados internos; donde el 70% de intermediarios de migrantes están vinculados al crimen organizado y donde existe un gran aumento de la trata de personas para explotación sexual y laboral. Respecto al proceso de exterminio selectivo, desde 2018 hasta 2021 han sido asesinados 141 activistas defensores de derechos humanos y 47 periodistas; y entre 2019 y 2022 han sido asesinados 16 familiares de desaparecidos, tan solo en 2022 murieron 6 familiares.
Las alianzas victimarias de este doble proceso de exterminio se presentan en algunos sectores de las autoridades territoriales del orden legal —en todos los niveles de gobierno de los poderes ejecutivo, judicial y legislativo— con el uso ilegítimo de la fuerza, tales como las organizaciones delictivas, que constituyen una fuerza armada de carácter ilegal; una parte del ejército y de la policía; algunos empresarios y sectores de la sociedad civil, empleados por bandas delictivas (es la principal fuente de empleo nacional). El crimen organizado se ha constituido en uno de los actores centrales para que emerjan los mercados ilegales de droga, armas, trata, extorsión, etcétera. En México operan al menos 150 grupos criminales en 23 Estados, de los cuales el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación tienen alcance transnacional, con conexiones en América del Sur, España, Holanda, Rusia, China, Hong Kong, Turquía y muchos países más. El Departamento de Estado estadounidense ha reconocido, en 2022, la complicidad entre crimen y fuerzas de seguridad del Gobierno en la ejecución de asesinatos, desapariciones, torturas y detenciones. Como ejemplo, la Secretaría de Gobernación declaró que, en 217 municipios (casi el 10% del país), los Gobiernos están totalmente confabulados con el crimen organizado. Este maridaje entre el orden legal o autoridades de diversos niveles con el crimen organizado condujo al presidente Andrés M. López Obrador a crear una Guardia Nacional, sometida a las Fuerzas Armadas hasta 2028, para enfrentar a la delincuencia organizada, que se ha convertido, según él, en una poderosa fuerza “cuasimilitar”, que representa “el peso de una empresa mundial de miles de millones de dólares”, siendo el crimen “una amenaza a la seguridad nacional”.
El espiral de la no violencia
Aquellos que dudan de la efectividad de los métodos no violentos están en lo correcto al ver la vulnerabilidad de sus proponentes. Se requiere mucho coraje para enfrentarse al crimen organizado, pues su excesiva violencia y nula ética sobre la vida humana aumentan, en un alto grado, el peligro de la muerte personal y familiar.
Hemos visto que la violencia solo engendra violencia. La única manera de pararla es convencer a los violentos para que abandonen las armas. El gran desafío estratégico, desde la mirada de la “resistencia civil pacífica” —como en México se denomina a la lucha no violenta—, es lograr que la “espiral de la no violencia” detenga a la “espiral de la violencia” y, luego, hacerla retroceder hacia acciones de negociaciones, acuerdos y/o consensos, que impliquen una solución justa para las partes en conflicto. Desde nuestra experiencia como SERPAJ y junto a muchos otros grupos y redes, un elemento clave para avanzar en esta estrategia ha sido caminar en tácticas de no violencia que son proporcionales a las que usa la violencia. Dentro de la historia de la no violencia, la escala de acciones proporcionales a violencias como las que sufrimos actualmente en México, son formas de no-cooperación y desobediencia civil. A estas agregamos tres herramientas claves de la no violencia: humildad, audacia en las acciones, y no pedir permiso a las autoridades corruptas.
Dado que las estrategias de la guerra han causado una sensación permanente de inseguridad en toda la sociedad mexicana, necesitamos enfrentar el terror que está paralizando a las personas y comunidades, y empujarlo hacia atrás a una etapa de miedo. Existe —y es fundamental conocerla para luchar mejor— una diferencia entre el terror y el miedo: mientras el primero paraliza e impide reflexionar y enfrentar los ataques, el miedo ayuda a potenciar las propias defensas y a organizarse mejor.
Reforma y reintegración, no castigo
Hemos aprendido mucho sobre la resistencia no violenta de las comunidades indígenas. Gracias a su estructura e historia han podido construir, mucho mejor, tácticas y estrategias de resistencia civil no violentas. Han recurrido a la desobediencia civil, ocupando o bloqueando minas, bosques y ríos, cuando alguna corporación multinacional ha querido despojarlos de sus recursos naturales. Asimismo, en la defensa de sus territorios contra las bandas delincuenciales, algunas comunidades han logrado constituir policías comunitarias más eficaces para detener a la delincuencia. Las policías comunitarias están supeditadas a las Asambleas locales y regionales, donde la palabra de los ancianos es determinante, en cuanto a evitar que sus acciones aumenten la espiral de violencia y guerra. Y están experimentando —al mejor estilo gandhiano— formas que denominan de “reeducación” con los victimarios que arrestan, para lo cual eliminan prácticas de castigo físico, venganza y humillación. Más bien, los integran a trabajos de servicio comunitario, insertándolos directamente bajo la tutela de familias de otras comunidades y, luego, los reincorporan a sus familias y tejidos sociales originarios.
Buscando los desaparecidos
Otros actores y actoras sociales centrales en el país, en la línea de paz y no violencia, son las madres y familiares de desaparecidos y asesinados. Un 90% son mujeres y de ellas —en esta última década— hemos aprendido directamente mucho sobre la no violencia, la construcción de paz y el aumento de la identidad moral. Han sido capaces de transitar, en pocos años, de una identidad de mujeres sin interés en la política y las luchas sociales; a ser víctimas, sin entender absolutamente nada del porqué les ha tocado tal desgracia; a ser valientes defensoras —en mítines públicos y medios mundiales— del honor y vida de sus seres queridos, a quienes la autoridad quiso inculpar de delincuentes; y luego a ser defensoras de derechos humanos. Ahora se están convirtiendo en activistas sociales de la no cooperación y desobediencia civil, junto a otras formas permanentes, de menos intensidad, de lucha no violenta, como negociar con autoridades, organizar marchas y mítines, realizar peregrinaciones, ayunos y misas.
Este proceso ha sido de enorme valor personal y social, ha cambiado al país, a las leyes y a la academia. Las madres y familiares de desaparecidos y asesinados nos enseñan la pedagogía de la acción, de la investigación policial y de campo, y de la organización. Se han articulado en cientos de colectivos por todo el país, que ya conforman una “segunda familia”, lo cual les permite presionar mucho más, protegerse, romper el silencio y saber que no están solos, así como potenciar sus búsquedas y demandas de verdad, justicia, reparación, no repetición y memoria activa. Esta solidaridad es fundamental por la enorme deshumanización y descomposición social que implica la “desaparición” para toda la familia. Las relaciones sociales —y el tejido social ciudadano alrededor de la víctima— sufren una descomposición total. Los familiares pasan de vivir a sobrevivir, les han quitado una parte fundamental de su ser humano que nunca volverá a ser igual.
Pero lo más importante es que estas mujeres han tomado conciencia, desde hace una década aproximadamente, de que la autoridad no iba a buscar a sus desaparecidos, porque era cómplice y estaba profundamente ligada a esa acción. Por lo que decidieron asumir la búsqueda por sus propias manos, “en vida y en fosas clandestinas”. Enfrentaron amenazas, ataques y victimizaciones de todo tipo, del gobierno y los delincuentes, pero han seguido adelante, cada vez con más fuerza, más organización y más hallazgos y avances, aunque también es cierto que todavía falta mucho por la magnitud brutal de las desapariciones y asesinatos en el país. Estas acciones han cambiado la posición de la autoridad, que se ha visto obligada —al menos con este gobierno federal, que es sensible al tema— a apoyar, de muchas maneras, las búsquedas.
Hay ecos del evangelio en los lemas que estas mujeres han adoptado. “No estamos buscando huesos, sino tesoros”: los buscan por amor. “No queremos venganza, sino la verdad”: Para recobrar una vida mínimamente humana, necesitan conocer la verdad acerca del destino de sus seres queridos; a la vez, buscan la conversión, no la destrucción, de aquellos que asesinaron a sus familiares. “Hasta encontrarles”: las búsquedas continuarán hasta encontrar a todos los desaparecidos, no solo a mi familiar. Han tomado un camino que no tiene fin visible, por la magnitud de la violencia que enfrentan, pero están firmes en su deseo de continuar.
Además de todas las búsquedas diarias y hallazgos de fosas que se hacen localmente en todo México, se llevan a cabo las Brigadas Nacionales de Búsqueda de Personas Desaparecidas, en las que se reúnen familiares buscadores de todo el país, en un mismo estado, por varios días. Se escogen territorios donde haya condiciones favorables de todo tipo, desde condiciones materiales hasta solidarias y de seguridad, para realizar esta acción tan masiva y riesgosa. Un tema central para la realización de estas Brigadas es la información con que se cuenta acerca de posibles fosas clandestinas en ese estado. Para ello, se ha implementado una campaña ecuménica que se llama “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, inspirada en las palabras de Jesús en el evangelio de San Juan (Jn 14:6), y ha sido eficaz en iglesias, templos y escuelas. Se colocan “Buzones de paz” (cajas de cartón grandes adornadas por familiares) en las entradas y se pide a la gente que, en forma anónima y discreta, coloque allí dentro mensajes solidarios y de apoyo a las familias y, sobre todo, que coloque mapas o información de lugares donde pueda haber fosas clandestinas. Por aterrorizada y riesgosa, la acción de dar esa información tiene que ser de forma anónima. Tal información ha sido de gran ayuda para encontrar muchos sitios y restos humanos.
En última instancia, estamos combatiendo la violencia siendo un poco más humanos cada día. Para los familiares de los desaparecidos, esto incluye conocer la verdad sobre qué les pasó a sus seres queridos. Y también buscamos la humanización de aquellos que recurren a las armas, como lo demuestran mejor las comunidades indígenas. Creemos que el camino no violento hacia la paz pasa por la humanización de todos los actores: nuestros amigos y compañeros de trabajo, así como aquellos que nos hacen daño.