El 1 de agosto de 2022, Monica Cornell llamó al Bruderhof en Fox Hill para avisarnos que su esposo, Tom, había fallecido. Fiel colaborador del reino de Dios aquí en la tierra, Tom encarnó de tal modo la pasión de Cristo por los pobres que enriqueció nuestro propio llamado a hacer realidad esa justicia en la vida cotidiana de una comunidad de fe.
Asistí a la misa funeral de Tom y, mientras el Padre agustino Martín Laird, de la Universidad Villanova, hacía un vívido relato de su vida, sentí una inmediata conexión fraternal con quienes nos habíamos reunido para despedir a Tom; innumerables personas cuyas vidas habían sido tocadas por su generosa ayuda y amistad. Llegaron muchos obreros migrantes a rendir homenaje a ese hombre solidario que había visto a Cristo en ellos, sus compañeros de camino. También estaban allí integrantes del movimiento católico obrero junto a las personas a quienes les proveen alojamiento diario –hombres y mujeres que buscan salir de la calle, dejar atrás la soledad y las adicciones. Allí estábamos, personas de todas las condiciones sociales, pero sintiéndonos parte de un círculo estrecho que compartía la pasión de Tom por la justicia, la paz y el reinado de Dios en la tierra.
Tommy, el hijo de Tom y Monica, nos recibió en el estacionamiento, y Deirdre, su hermana, me acompañó hasta donde estaba Monica, junto al ataúd donde se veía a Tom con una expresión de infinita paz en su rostro. Vestía su túnica diaconal, en señal de su dedicación a la iglesia que amaba, a pesar de que hubo momentos en que se lo consideró una figura discordante debido a su postura radical con relación a las enseñanzas de Cristo. Sus zapatos gastados, obtenidos en el contenedor de ropa donada del movimiento católico obrero, lo habían llevado por calles y senderos pedregosos, siempre al encuentro y servicio de los pobres.
Monica me contó cómo fueron los tres días y noches de vigilia junto a la cama de Tom en la UCI, orando y leyendo salmos con él y para él. Como parte de su práctica devocional, Tom diariamente rezaba el breviario, y así lo hizo hasta que su fiel corazón liberó su espíritu para que fuera a reunirse con el Maestro a quien siempre había servido. Recordé tres días similares, junto al lecho de muerte de mi esposo, Andreas, quince años atrás. Los versos de George MacDonald expresan con total acierto cómo es esa última vigilia:
Así como aquí, en la tierra, el momento del parto
está acompañado por miradas ansiosas y expectantes,
así también, el lecho de quien muere –según nuestra comprensión–,
estará rodeado de miradas atentas del otro mundo;
siervos expectantes esperando abrir la puerta
a una vida de la que este mundo no es más que una turbulenta antesala.
El cuerpo de Tom descansaba en un sencillo ataúd de madera de pino, hecho por los hermanos de nuestra comunidad, a pedido del propio Tom; un pedido que tenía su historia:
Unos cinco años atrás, habíamos invitado a Tom y Monica a la Oktoberfest del Bruderhof y nos dio gran gusto que pudieran asistir a pesar de sus múltiples responsabilidades en la chacra Peter Maurin: su hogar y centro comunitario del movimiento católico obrero. Jakob, nuestro pastor, de ochenta y cuatro años de edad y amigo de Tom, le preguntó si podíamos hacer algo por él; la respuesta no se hizo esperar: "Un sencillo ataúd de madera de pino para Monica y otro para mí". Ambos recordaron a Dorothy Day, cuyo ataúd había sido hecho por los huteritas. Jakob trabajó con un joven carpintero para construir dos ataúdes que fueron entregados en la chacra y depositados en el sótano –sin duda, para sorpresa de más de un visitante–, junto a las estanterías cargadas de libros que daban testimonio de los variados intereses de estos buscadores de la verdad.
¿Cómo llegamos a conocer a los Cornells? En 1982, mi esposo atravesó una crisis espiritual, como ocurre con muchas personas que viven un compromiso cristiano serio. Después de solicitar y obtener un período de ausencia de nuestra comunidad, se encontró en Waterbury, sin posibilidad de conseguir empleo dada su condición de ciudadano suizo, portador de la tarjeta verde, que no podía acreditar educación más allá de noveno año. Decidió dedicar al menos los fines de semana a hacer algo por otros y buscó un comedor popular donde colaborar; solo dos estaban abiertos los sábados y domingos.
Formando fila junto a muchos otros –pobres en espíritu y materialmente, igual que él–, fue avanzando hasta llegar a la enorme olla de sopa. Y ¡allí estaba Tom!, cucharón en mano, sirviendo las porciones y mirando a los ojos a cada persona. Andreas quedó sorprendido; se habían visto en una ocasión, en muy diferentes circunstancias. ¿Cómo explicar su situación actual? Pero Tom, al levantar la vista y fijar los ojos en él, se mostró gratamente sorprendido: "¡Caminamos lado a lado en la marcha de Selma! ¿En qué puedo ayudarte?". Andreas le explicó que quería colaborar, y Tom, con un brillo de picardía en sus ojos, le propuso: "¡Nunca faltan platos para lavar!". A Andreas lo impactó saber que había un segundo comedor dirigido por el hijo de Tom, Tommy; un adolescente que organizaba la fila de personas que buscaban un plato de comida, mientras sus pares seguramente jugaban al fútbol en una cancha allí cerca.
Después de haber servido a la larga fila de comensales, Tom invitó a Andreas a su casa y, en los días siguientes, lo ayudó a encontrar empleo en una mueblería. Allí trabajaban migrantes latinos indocumentados con quienes entabló buena relación de compañerismo y amistad, dado que en su juventud había trabajado tres años en fábricas en Uruguay.
Tom y Andreas establecieron un vínculo afectivo que perduró a lo largo de los años. Andreas le habló de su necesidad de renovación espiritual, y Tom nunca indagó acerca de los pormenores de sus luchas. Él y Monica simplemente le brindaron apoyo y cariño en momentos difíciles. Andreas valoraba poder tener conversaciones significativas sobre la realidad mundial y, también, ese humor tan propio con que Tom solía referirse a sus problemas y frustraciones personales y sus comentarios mordaces sobre los problemas sociales y el liderazgo político en nuestro país.
Cuando cumplimos veinticinco años de casados, Andreas me dijo que quería presentarme a dos personas muy especiales, y así conocí a Tom y Monica. En los años siguientes, fuimos a visitarlos de vez en cuando. Sentados en los taburetes altos de su pequeña cocina, disfrutamos risas y también reflexiones profundas. Esas visitas nos permitieron conocer a los otros huéspedes que recibían en su casa: personas que habían quedado por fuera del sistema de servicio social. Un huésped pasó por la cocina para ir al living, hablando todo el tiempo, sin parar. Tom levantó los ojos, y percibimos un destello en sus ojos y compasión en su voz cuando dijo: «El pobre hombre no logra retener un solo pensamiento en su cabeza sin comunicarlo, desde que se levanta hasta que se acuesta». Pero era parte de la familia.
En otra ocasión, se escuchaban disparos de cañones en la habitación contigua; era la banda de sonido de una película de guerra. Tom, un ardiente opositor a cualquier acto de guerra, nos miró y, con esa expresión risueña que le iluminaba el rostro, explicó: "¿Qué puedo hacer? Uno de nuestros huéspedes tiene cáncer terminal. Entre una sesión y otra, eso es lo que lo ayuda a enfrentar el final de su vida. Se imaginarán que traté de que viera películas sobre la naturaleza, ¡pero no funcionó!". Su hospitalidad me resultó conmovedora.
Me emocioné al recibir la invitación a celebrar sus cuarenta y cinco años de casados. Monica se veía joven y radiante, con una tiara de flores en la cabeza, aunque comentó que se sentía algo incómoda con su vestido nuevo (solía vestirse en tiendas solidarias de segunda mano). Renovaron sus votos matrimoniales para sellar sus cuarenta y cinco años de vida juntos, con la esperanza de muchos más. Al despedirnos, dije al pasar que cuando llegaran a los cincuenta, les prepararíamos una celebración en el Bruderhof.
No llevé la cuenta de los años, de modo que el llamado de Tom me tomó completamente por sorpresa: habían pasado cinco años, y nos avisaba que el siguiente sábado podían venir a nuestra comunidad. ¡Fue una magnífica celebración! Monica y Tom se sentaron bajo un arco de girasoles, y tuvimos música y diversión ininterrumpidas. Fue un honor para todos nosotros celebrar junto a ellos ese momento tan significativo de su vida.
Recordamos cuantas cosas en común conectaban nuestras vidas. Una de ellas fue la marcha de Selma, el 7 de marzo de 1965. Igual que Tom, nuestra comunidad respondió a la convocatoria de Martin Luther King Jr. a cruzar por segunda vez el puente Edmund Pettus, después del Domingo Sangriento cuando los manifestantes fueron reprimidos por la guardia nacional. El Bruderhof envió un grupo a Selma, y Andreas era uno de los integrantes. Al mismo tiempo, en Manhattan, una madre joven, igual que yo, con su bebé en brazos, seguramente estaba pegada a la radio, atemorizada y orando para que no se repitieran los episodios de violencia y que su esposo y padre de su bebé regresara sano y salvo. Era Monica con Tommy, de tan solo tres semanas; mi hija Francisca tenía la misma edad.
El padre de Andreas y mi propio padre habían cumplido condenas en prisión, en Suiza, por ser objetores de conciencia. La madre de Andreas llevaba a su pequeño hijo a la prisión, junto con una provisión de comestibles, para que el padre pudiera verlo. Del mismo modo, Monica llevaba a sus dos pequeños a la prisión en Danbury, donde Tom cumplía una condena por haber quemado tarjetas de reclutamiento para la guerra en Vietnam. Tom solía bromear que Deirdre aprendió a caminar en la sala de visitas, pero a Tommy, que ya tenía tres años, ese entorno le resultó algo traumático.
Tom y Monica encontraron un propósito para su vida en el movimiento católico obrero, junto a Dorothy Day. Aunque respetaba las acciones radicales manifestadas a través de la desobediencia civil para llamar la atención del público sobre una situación de injusticia, Dorothy Day creía firmemente que el propósito de Cristo para este mundo debe ponerse de manifiesto en la vida cotidiana. Y Tom y Monica encarnaron esta visión.
No debe de haber sido fácil formar una familia y criar hijos a la vez que vivir una vida de consagración como obreros católicos, apoyando el trabajo de redes como la Hermandad Católica por la Paz (Catholic Peace Fellowship), Pax Christi y la Comunidad de la Reconciliación, y con Tom viajando regularmente por todo el país, dando charlas en escuelas secundarias y universidades.
Fue Monica, su fiel compañera de vida, quien aseguró la unidad y estabilidad de la familia. Hizo malabares con las donaciones para cubrir las necesidades cotidianas de su familia y de la familia que Dios enviaba a su puerta. Fue Monica quien creó un espacio donde Tom encontró solaz para su vida interior y exterior. Sus dos hijos bien podrían haberle dado la espalda a esa vida en condiciones tan precarias y de tanto sacrificio, para ir en pos del sueño americano. Sin embargo, Deirdre y su esposo Kenney continuaron con esa visión y trabajan con los trabajadores migrantes de la zona. Tommy, por su parte, después de un tiempo de andanzas juveniles, regresó y se hizo cargo de la chacra y de la atención de los huéspedes. Es reconfortante saber que ahora Monica los tiene a ambos a su lado.
Tom y Monica decidieron llevar a la práctica en su vida la opción preferencial de Jesús por los pobres, no porque la pobreza sea una virtud en sí misma (habían visto las profundas cicatrices que la injusta distribución de recursos había dejado en el alma de las personas que acogían), sino porque veían a Cristo en ellos. Juntos, crearon un espacio en la chacra Peter Maurin para mostrar otra justicia: la justicia del reino de Dios.
Al compartir el relato de nuestra amistad, sé que me hago eco de los muchos encuentros que tantas otras personas tuvieron con ellos. Tom tenía un don especial para establecer una relación personal con cada persona. Todo lo que podríamos decir cuando una vida tan fructífera llega a su fin está perfectamente expresado en el texto de Apocalipsis 14:13: "Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor. Sí —dice el Espíritu—, ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los acompañan".
Traducción de Nora Redaelli