Reseña del libro Bonhoeffer the Assassin? Challenging the Myth, Recovering His Call to Peacemaking, de Mark Thiessen Nation, Anthony G. Siegrist, Daniel P. Umbel, Editorial Baker Academic.

«Entonces, ¿cómo explicas el caso de Bonhoeffer?» Este es el desafío que enfrenta cualquier persona que decide abrazar el pacifismo, impactada por las enseñanzas de Jesús en el Sermón del monte acerca de la no violencia y el amor al enemigo. La discusión surge de dos posturas enfrentadas; por una parte, los cuatro Evangelios y otros textos cristianos antiguos parecen enseñar de manera inequívoca que los discípulos de Jesús debían estar dispuestos a morir pero nunca a matar.1Por otra parte, existe una tradición de la guerra justa, que se remonta a Agustín de Hipona, y también, intentos anteriores de explicar por qué, en sentido práctico, este aspecto particular de la enseñanza de Jesús debería estar limitado, exceptuado o suspendido hasta la segunda venida.

Sean cuales sean las virtudes de la tradición de la guerra justa, no es posible ignorar la notoria dificultad de compatibilizarla con las enseñanzas y el ejemplo de Jesús consignados en el Nuevo Testamento. Quizá esto explica por qué, desde hace ya algunas décadas, sus partidarios, tarde o temprano, acaban invocando el nombre del mártir Dietrich Bonhoeffer, un pastor y teólogo alemán que fue ejecutado por oponerse al régimen nazi. El nombre Bonhoeffer se usa como argumento para zanjar cualquier discusión debido a su impactante conversión al «realismo»: confrontado con el horror de los crímenes de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, se apartó de su postura pacifista y participó en una conspiración para matar a Hitler. De este modo, llegó a representar un modelo de toma de decisiones responsables, libre de los escrúpulos del literalismo, que es el punto de partida de la tradición de la guerra justa.   

Así se presenta el legado de Bonhoeffer según el relato mayoritariamente aceptado. La historia es impactante, pero, según los autores de Bonhoeffer the Assassin? (Bonhoeffer, ¿un asesino?), no es real.  

Desterrar una narrativa de arraigo tan profundo en la opinión popular es una tarea titánica que Nation, Siegrist y Umbel acometen a conciencia, con ingenio y meticulosidad. Sin escatimar esfuerzos, buscan demostrar que Bonhoeffer fue un mártir completamente diferente de lo que la mayoría de la gente cree. La tesis que proponen es la siguiente: hasta el momento mismo de su ejecución a manos de oficiales nazis, en abril de 1945, Bonhoeffer continuó siendo un pacifista, un discípulo no violento del Cristo crucificado que llama a sus seguidores a poner en práctica la «ofensa intolerable» de amar a los enemigos.

Para respaldar su tesis, los autores emprenden una ardua investigación. Primero, llevan al lector a recorrer, paso a paso, la vida de Bonhoeffer (Parte 1) y luego, lo guían a través de su obra y pensamiento (Parte 2), despejando metódicamente el entramado de falsas afirmaciones que subyacen en la narración tradicional. Por ejemplo, derriban el supuesto de que el trabajo de Bonhoeffer con la Abwehr, el servicio de inteligencia militar de Alemania, sea un indicador de su participación activa en el complot para matar a Hitler. Mediante un cuidadoso trabajo de investigación, logran unir secuencias de datos que indican que Bonhoeffer usó su posición en la Abwehr para oponerse a Hitler por medios no violentos.

Fotografía de Dietrich Bonhoeffer sacada alrededor de 1931, el año en que estudió en el seminario neoyorquino Union Theological Seminary

Para argumentar su tesis, los autores hacen un análisis pormenorizado de los datos biográficos de Bonhoeffer. Señalan, en primer lugar, su viaje a los Estados Unidos, en 1939, con el propósito de evadir el servicio militar. Por esta misma razón, al regresar a Alemania, se postuló como capellán militar, pero su solicitud fue rechazada, y poco después, se unió a la Abwehr sabiendo que de ese modo obtendría la exoneración. Su trabajo en los servicios de inteligencia militar fue una cubierta que, además de evitar el servicio militar, le permitió continuar con sus tareas como pastor, teólogo y líder ecuménico de la Iglesia Confesante. Los viajes que realizó enviado por la Abwehr le facilitaron una de las pocas vías de comunicación aún abiertas para animar a los líderes de las iglesias a resistir al nazismo. Según los autores, las actividades de Bonhoeffer no contribuyeron en nada ni a los esfuerzos militares de Alemania ni a los intentos de asesinar a Hitler.   

Los autores concluyen que aunque Bonhoeffer sabía que se tramaban complots para matar a Hitler –tuvo conocimiento de cinco de los cuarenta y dos complots de asesinato documentados por los historiadores–, jamás participó activamente en alguno de ellos. «No existe la más mínima evidencia de que Bonhoeffer haya estado involucrado en modo alguno en estos atentados contra la vida de Hitler» (86).2 La mera participación de Bonhoeffer en conversaciones confidenciales con los posibles asesinos –sostienen los autores–, no es razón suficiente para concluir que estuvo implicado en sus planes.

Se suele presumir que Bonhoeffer fue detenido por participar en una conspiración en razón de que su arresto se produjo poco después de un atentado fallido del cual él tenía conocimiento. Sin embargo, la documentación oficial da cuenta de una versión diferente: Bonhoeffer fue arrestado a causa de su participación en la Operación 7, una acción no violenta, aunque técnicamente fraudulenta, para ayudar a catorce hombres y mujeres judíos a huir de Alemania. En septiembre, cuando finalmente se confirmó su procesamiento, los cargos en su contra fueron: valerse de su cargo en la Abwehr para evadir el servicio militar –«subvertir la autoridad militar»– y llevar adelante acciones para «impedir que otros cumplieran el servicio militar» (87). En pocas palabras, los nazis no detuvieron a Bonhoeffer por presunto asesino sino por evasor del servicio militar obligatorio.

Jesús dice: Precisamente porque vivís en el mundo y el mundo es malo, tiene valor este principio: no debéis oponer resistencia al mal. – Dietrich Bonhoeffer

Los cargos en su contra no eran infundados, y los autores se encargan de demostrarlo. Después de revisar las cartas, los sermones y otros textos de Bonhoeffer escritos a partir de mediados de la década de los treinta, los autores afirman que, además de sostener su compromiso personal con la no violencia, Bonhoeffer trató de influir en sus estudiantes y otras personas para que consideraran ser objetores de conciencia. En fecha más avanzada, apenas unos meses antes de ser detenido, en una carta a su íntimo amigo Eberhard Bethge, Bonhoeffer escribió que reafirmaba lo que había escrito en El precio de la gracia,3 un libro en el que adhería al pacifismo de manera inequívoca.

Después de seguir el rastro histórico tan lejos como les fue posible, los autores se enfocan en los escritos de Bonhoeffer. ¿Habría tenido su compromiso con la no violencia un carácter absoluto o habría llegado a convencerse de que en determinadas circunstancias la violencia está justificada? La versión comúnmente aceptada, influenciada por las categorías de realismo y responsabilidad de Reinhol Niebuhr, interpreta la participación de Bonhoeffer en la Abwehr como un indicador, o quizá un catalizador, de un cambio ético y teológico. Se dice que Bonhoeffer cambió su manera de pensar y rechazó su pasada insistencia en la no violencia a favor de un cálculo moral más realista: reconocer que hay circunstancias dramáticas en las que lo mejor que un cristiano puede hacer es elegir el mal menor.

De acuerdo con esta interpretación, este cambio se hace evidente al comparar las dos obras más importantes de Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento (original alemán publicado en 1937) y Ética 4 (escrita mayormente entre 1939 y 1941 y publicada de manera póstuma). El primer libro es un clásico en su exposición de los temas del discipulado radical: la vida en la comunidad cristiana; vivir para los demás; alzar la voz por los indefensos, y tomar la cruz. La profunda claridad del Sermón del monte, con Cristo en el centro, atraviesa todo el libro y constituye su esencia. Por tanto, el amor a los enemigos es cuestión de simple fidelidad a Cristo crucificado. Anticipando que esto podría tildarse de «fanatismo», Bonhoeffer se pregunta si acaso Jesús se negaba a enfrentar la realidad o el pecado del mundo y responde:  

[…] Jesús dice: Precisamente porque vivís en el mundo y el mundo es malo, tiene valor este principio: no debéis oponer resistencia al mal. Difícilmente podríamos reprochar a Jesús que no conoció el poder del mal, él, que desde el primer día de su vida se halló en lucha con el demonio. Jesús llama mal al mal y precisamente por eso habla de esta forma a los que le siguen.5

Se ha dicho que en Ética Bonhoeffer se aparta de este requerimiento de simple obediencia y se concentra, en cambio, en conceptos tales como el dilema humano de la culpa, el deber de prestar oído a los «mandatos» creacionales de Dios y la distinción entre «las cosas últimas» y «las cosas penúltimas». De acuerdo con esta lectura, Ética representa una ruptura con escritos anteriores de Bonhoeffer y abre la posibilidad de recurrir a medios violentos en determinadas situaciones límite. Matar podría ser un deber cristiano.  

¿Se trata de un cambio real en el pensamiento de Bonhoeffer? Los autores afirman lo contrario. En este punto, su argumento se vuelve más matizado y supone considerable familiaridad con la obra de Bonhoeffer. Advierten que el nuevo enfoque planteado en Ética no debe confundirse con un distanciamiento de sus convicciones anteriores. «Corregir no implica renegar salvo que la corrección y el elemento corregido tengan una incompatibilidad lógica» (177). Mediante un análisis minucioso, sostienen que, en los escritos posteriores, Bonhoeffer avanzó en el desarrollo de la ética planteada en El precio de la gracia: «Ética es su confirmación a la vez que continuidad, revisión, esclarecimiento y culminación» (158).   

El siguiente ejemplo sirve de ilustración. En El precio de la gracia se percibe una clara oposición entre la iglesia, por una parte, y el mundo, por otra. En Ética, en cambio, el tono es bien diferente: Dios obra para reconciliar al mundo consigo haciéndose humano; Jesucristo es quien redime al mundo y restablece la comunión. Por tanto, la fidelidad del cristiano se pone de manifiesto en el marco del mandato divino de ser responsable en y por el mundo. Sin embargo, al analizarlo más detenidamente, se ve que este contraste no es más que un cambio de perspectiva. En El precio de la gracia, Bonhoeffer se centra en el llamado de Cristo y cómo este llamado conforma la naturaleza y misión de la iglesia. En cambio, en Ética, se muestra a la iglesia en el marco de la totalidad del mundo creado por Dios, del cual la iglesia es una parte. De cualquier modo, Cristo sigue ocupando el centro en esta obra como en la anterior.    

En el capítulo «Ética como configuración», por ejemplo, Bonhoeffer enseña que la persona y la acción de Jesucristo son el modelo a seguir, en abierta oposición a los sistemas éticos que reducen la ética cristiana a un conjunto de «principios cristianos»:

En la Iglesia no se trata de religión, sino de la figura de Cristo y de su configuración en una agrupación de hombres. Si nos apartamos de este punto de vista, aun cuando sea lo más mínimo, recaemos ineludiblemente en aquella programación de la configuración ética o religiosa del mundo de la que hemos partido. […] Solo hay una configuración de y a esta figura de Jesucristo. El punto de partida de la ética cristiana es el cuerpo de Jesucristo, la figura de Cristo en la figura de la Iglesia, la configuración de la Iglesia de acuerdo con la figura de Cristo.6

Más adelante, vuelve sobre el mismo punto:

El mandamiento [de Dios] es la única capacitación para hablar desde el punto de vista ético. […] el mandamiento de Dios es y sigue siendo siempre el mandamiento de Dios revelado en Jesucristo. No hay otro mandamiento de Dios, sino el que ha sido revelado por él y precisamente revelado de acuerdo con su beneplácito en Jesucristo.7

Solo la figura de Cristo puede moldear la vida cristiana; solo a través de la persona de Cristo podemos comprender el mundo. Este enfoque de la ética cristiana, señalan los autores, «es casi idéntico al enfoque de El precio de la gracia» (185). En ambos libros, Bonhoeffer sistemáticamente critica cualquier clase de ética basada en acciones autónomas. El llamado del cristiano siempre pasa por la obediencia a Cristo que actúa en y a través de sus discípulos que viven en el mundo.

Este énfasis en la obediencia incondicional a Cristo se hace evidente de manera vívida cuando Bonhoeffer evita hablar de «órdenes» o «estados» creados –los términos tradicionales de la Reforma–, y opta por la expresión «mandatos» creacionales. Estos mandatos –familia,  trabajo, educación, autoridad, religión– no poseen «carácter inmutable ni autónomo desligado de la permanente ordenación divina», mucho menos una ética propia a la manera de algunas teologías luteranas. Por el contrario, lo único que importa es la completa obediencia al mandamiento de Cristo. Tal obediencia no es una «posibilidad imposible» (aquí se opone a Niebuhr), sino que, a través de la iglesia como corporalidad de Cristo, el amor redentor de Dios puede hacerle frente al mal y vencerlo. Cristo es Señor de todos los órdenes de la existencia: él nos llama a participar en todas las áreas de la vida, pero siempre de tal manera que seamos libres de vivir para otros en el mundo como Cristo lo haría.

No hay otro mandamiento de Dios, sino el que ha sido revelado por él y precisamente revelado de acuerdo con su beneplácito en Jesucristo. –Dietrich Bonhoeffer

Los autores aclaran que el pacifismo de Bonhoeffer tenía muy poco que ver con una moral de principios absolutos. Su compromiso con la enseñanza «no resistir al mal» se fundaba exclusivamente en la persona de Cristo: «Los mandamientos de Dios son verdaderos y fiables porque Cristo es verdadero y fiable, un orden que no debe invertirse. Sin embargo, si se abstraen los mandamientos de su fundamento en la persona de Cristo y se los transforma en principios morales absolutos, la persona de Cristo queda subordinada a estas normas morales» (185). Bonhoeffer rechaza esta posibilidad en ambas obras, El precio de la gracia y Ética, insistiendo en que Cristo siempre debe ocupar el centro.   

Nation, Siegrist y Umbel presentan un caso imponente fundado en la vida y pensamiento de Bonhoeffer. Pero hay pruebas sólidas para refutar su tesis: los relatos de algunos compañeros de Bonhoeffer, particularmente Eberhard Bethge, que recuerdan que en sus últimos años de vida, Bonhoeffer había manifestado que estaba dispuesto a matar a Hitler, personalmente si fuese necesario. (Aunque según el propio Bethge, Bonhoeffer desempeñó un papel secundario en la conspiración). En este punto, los autores hacen su jugada más audaz y controvertida. Sostienen que la carga probatoria de un cambio tan radical en las convicciones de Bonhoeffer no puede recaer en recuerdos reconstruidos después de los hechos, principalmente cuando esos recuerdos entran en conflicto con el testimonio unánime de la documentación histórica y la trayectoria y pensamiento de Bonhoeffer. Los autores no lograrán convencer a todos los lectores acerca de este punto tan complejo, pero sí logran invertir la carga de la prueba. Ya no es posible aceptar de manera acrítica la presunción de que Bonhoeffer abandonó el pacifismo para colaborar con el plan para asesinar al Führer.

Tampoco sería aceptable, para el caso, contraponer de manera simplista el pacifismo –en su acepción reduccionista de «no matar»– a un fuerte sentido de responsabilidad para combatir el mal en la esfera de lo social. Es posible aceptar lo uno sin desechar lo otro. Tal como Bonhoeffer lo entendió, en situaciones en que el mal se agrava, como en la Alemania nazi, toda opción moral estará cargada de ambigüedad y de resultados inciertos. Para el cristiano, la decisión no es si podrá o no mantener las manos limpias (un imposible, en cualquier caso), sino más bien si seguirá fielmente el ejemplo de Jesús, confiando en el poder de Dios como él lo hizo.

Finalmente, ¿qué idea debemos hacernos de Bonhoeffer? Su coraje y sacrificio permanecen, más allá de que los autores estén o no en lo cierto. Sin duda, algunos considerarían fútil, y aun perverso, forzar la evidencia en el afán de conseguir certezas en uno u otro sentido. Aun así, si alguien alguna vez dudó de que este apóstol de un discipulado fiel pudiera desobedecer enseñanzas de Jesús que él consideraba medulares, en este libro encontrará la explicación de por qué esas dudas pueden estar justificadas. Es una obra bien lograda, de gran acierto y felizmente, no abunda en polémicas. En palabras de Barry Harvey, este libro debería «replantear de modo decisivo nuestra lectura de la vida y pensamiento de este cristiano excepcional».

En mi opinión, el libro cumple un propósito mucho mayor: recuperar al Bonhoeffer que dio testimonio de la cruz de manera coherente y radical; el hombre para quien Jesús era el todo en todo. Como él mismo lo expresó alguna vez: «La paz de Jesús es la cruz, y esta cruz es la espada que Dios empuña en la tierra». Somos llamados a servir a un Señor crucificado empuñando esa espada y no otra –como Bonhoeffer nos enseña–, trayendo paz como Jesús trajo paz y conquistando como él conquistó.


Traducción de Nora Redaelli

Notas

  1. Ver la obra clásica de Richard Hay, The Moral Vision of the New Testament, HarperOne, 1996, y Ronald J. Sider, The Early Church on Killing, Baker, 2012.
  2. Citas traducidas directamente del presente artículo. Las referencias entre paréntesis corresponden al original inglés Bonhoeffer the Assassin? Challenging the Myth, Recovering His Call to Peacemaking.
  3. Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento (José L. Sicre, trad.),  Ed. Sígueme, Salamanca, 2004.
  4. Dietrich Bonhoeffer, Ética (Lluís Duch, trad.), Ed. Trotta, Madrid, 2000.
  5. Bonhoeffer, El precio de la gracia, p. 99.
  6. Bonhoeffer, Ética, pp. 80-81.
  7. Ibídem, pp. 294 y 296.