“No tengo ningún derecho de retirarme de la responsabilidad de ser defensora. Es mi deber expresar los sufrimientos de la gente, los sufrimientos interminables que son tan grandes como las montañas”. Así escribió Käthe Kollwitz —artista, socialista, pacifista y madre en luto—, cinco años después de la muerte de su hijo Peter en el campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. En 1937, emprendió esta Pietá en su memoria, mientras existía la amenaza de otra guerra. Ella perdió a su nieto, también llamado Peter, en esa segunda gran carnicería: falleció en acción como un recluta de Hitler, cuyo régimen perseguía a Kollwitz por sus actividades disidentes.

En 1993, una réplica ampliada de la Pietá Kollwitz, en hierro fundido, se instaló como pieza central del Memorial para las Víctimas de Guerra y Dictadura, en el bulevar “Unter den Linden”, en Berlín, Alemania. La obra fue ubicada en el Edificio de la Nueva Guardia, o “Neue Wache”, anteriormente un santuario nacionalista, que tenía un rol central en el desfile anual de los Nazis, el cual celebraba a los héroes de la guerra.

Hoy, los restos de un soldado desconocido y un prisionero desconocido de un campo de concentración, están enterrados bajo la estatua. Directamente por encima, el óculo permite que la luz del sol, la lluvia y la nieve caigan sobre la madre angustiada. “Dichosos los que lloran”: este lugar nos acerca a lo esencial de esta bienaventuranza enigmática, evocando el sufrimiento de las madres por todo el mundo, desde Siria hasta el Congo.

El fotógrafo berlinés Walter Mason escribió: “La estatua de Kollwitz, solitaria en el centro del espacio, inspira un respeto que entiende inmediatamente cualquier persona que entre. Los turistas salen de la calle y, sin excepción, se callan. La madre con su hijo está tan abrumada por su aflicción que parece inaccesible; los visitantes se quedan a una distancia y participan en su luto”.


Este artículo se publicó por primera vez en 2014. Traducción de Coretta Thomson.