Paul Pappas sabía exactamente de qué quería hablar, y no era sobre envejecer en el Bruderhof (el tema original de la entrevista), aun cuando acababa de cumplir noventa y ocho años y era la persona más anciana de todas nuestras comunidades en ese momento. Paul era, además, mi abuelo adoptivo desde hacía veintiséis años, así que me entusiasmaba la idea de ir a la vecina comunidad de Bellvale y dedicar una tarde a ponernos al día. Pero eso no significaba que mis preguntas serían respondidas, al menos, no las de orden práctico. Cuando le pregunté: “¿Cómo describirías la experiencia de envejecer en comunidad?”, saltó directamente a la última palabra:

“La comunidad nace en Pentecostés cuando, de manera imprevista, un grupo de gente experimentó algo tan bueno que, simplemente, los llevó a unirse. Y hemos llegado a unirnos de las más diversas maneras. En lo personal, yo era contrario a la idea de formar comunidad y alguna vez he dicho que era demasiado testarudo para dejarme guiar por Dios, así que finalmente tuvo que acorralarme”. Y agregó: “Pienso en aquel rey que quiso dar un gran banquete y envió invitaciones a más y más personas hasta que por fin le dijo a su siervo, ve y oblígalos a venir. ¡Yo soy uno de los que vino obligado!”.

Paul y Mary Pappas, a la derecha, celebran su sexagésimo aniversario de bodas. Todas las fotografías cortesía de la familia Pappas.

La potente invitación a vivir en comunidad comenzó cuando Paul fue testigo de las atrocidades de la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue parte del Cuerpo de Marines apostado en el Pacífico. “Desembarqué en Nagasaki seis semanas después del lanzamiento de la bomba y mi primer pensamiento fue: ‘¿Por qué tuvimos que arrojar una segunda bomba? ¿Acaso no había sido suficiente?’”. Tanta destrucción innecesaria derrumbó su fe en casi todo. “Cuando salí del ejército, era una persona enojada, amargada y cínica. No encontraba un propósito para mi vida; nada parecía tener sentido”. De lo único que estaba seguro era que “la guerra nunca era justa. Nunca. Jamás nos permitiría alcanzar lo que nosotros tanto anhelamos, que es la paz”.

Después de la guerra, su vida no se veía nada mal desde afuera: tenía una joven familia y una carrera por delante como ingeniero eléctrico. “Estaba por acceder a un puesto con un buen salario que me hubiera permitido comprar un automóvil nuevo y hasta una casa, pero pensaba: ‘Y después, ¿qué? Tienes automóvil, tienes casa, pero, ¿de qué te sirve?’ No me daba cuenta de que lo que me faltaba era encontrar un propósito; algo en lo que verdaderamente pudiera involucrarme, algo por lo que luchar. Para mí, la religión no tenía sentido si no había algo que pudiera hacer aquí, en esta vida”.

Mientras tanto, su esposa, Mary, también estaba en búsqueda de sentido y un propósito para su vida. A raíz de una charla durante una conferencia sobre la paz, se convenció de que debían visitar la comunidad Bruderhof, en aquel entonces en Paraguay. “Me dijo: ‘Debo hacer algo con mi vida, pero no sé bien qué. Cuando lo vea, lo sabré’”. ¡Y vaya si lo supo! No dudó en hacer las valijas y partir, con un bebé y un niño de dos años.

“El mundo se va al demonio y no hay nada que uno pueda hacer. Pero yo sí sé qué hacer.” Paul Pappas

“No se trataba solo de la comunidad; Mary tuvo una visión del reino venidero de Dios. Estoy tan agradecido por haber conocido esta vida; sin duda me salvó a mí y a nuestro matrimonio, y no fue por lo que yo hice”. Paul dejó claro que él no compartió esa visión de inmediato, sino que pudo alcanzarla gracias a la obra de Dios y de su esposa. “Debemos comprender cuál es la esencia de nuestra vida en común; por qué elegimos vivir de este modo y por qué es importante. Porque no es algo solo para nosotros, sino para todo el mundo. Se nos encomendó la tarea de mostrar algo del reino de Dios aquí en la tierra, de modo que la gente pueda verlo, experimentarlo –y eso fue lo que me pasó a mí. Cuando mi esposa y yo por fin fuimos a Woodcrest, pude verlo con mis propios ojos. Aquí encontré personas que tenían un propósito y daban todo de sí para hacerlo realidad. Entonces me di cuenta de que ese era el propósito que quería para mi vida. Eso marcó un gran cambio en mí y fue lo que guió mi vida en adelante. Antes de conocer Woodcrest, no creía que las personas pudieran vivir de este modo; me parecía absolutamente imposible».

Miré las preguntas que tenía anotadas, pero Paul iba mucho más rápido: “¿Te sientes satisfecho? ¿tienes un propósito por el cual seguir viviendo?”. A Paul lo enorgullecía llegar puntualmente a su trabajo en la mueblería todos los días, pero no era eso lo que lo motivaba a levantarse cada mañana. Se aseguró de reencausar nuestra conversación hacia el tema del legado: la importancia de transmitir un legado, ese legado que le fue confiado a su generación y que él oraba para que mi generación y las siguientes comprendieran cabalmente. Entendía el sentir de los jóvenes acerca de que el mundo se va al demonio y no hay nada que uno pueda hacer, aunque en seguida agregó: “Pero yo sí sé qué hacer”, y citó a Eberhard Arnold: “‘Tenemos que hacer visible la iglesia invisible de Dios. Esa es nuestra tarea’”.

Concretamente, poco tiempo antes había estado muy atento a la situación de unos jóvenes por quienes sentía gran afecto. Le preocupaba ver que habían adoptado una suerte de patriotismo simplista y se negaban a reconocer que el poder siempre tiene un lado oscuro y que la bandera puede ser un ídolo. “Siempre digo que lo que nuestro país hace bien, está bien, y hay muchas cosas muy buenas. Tenemos la enorme bendición de haber vivido aquí todos estos años sin sufrir persecución. Fuimos bien acogidos y gozamos de una libertad que no tendríamos en otros países, y por esto debemos estar agradecidos. Pero mucho de lo que nuestro país hace no está bien. El propio profeta Isaías dice que vendrá un tiempo en que se dirá que es bueno lo que es malo, y malo lo que es bueno”.

“De joven, jamás imaginé que llegaría a ver las cosas que hoy están sucediendo”, continuó diciendo. “Vivimos tiempos difíciles, muy difíciles. No recuerdo otra época de mi vida en que estuviéramos tan divididos [como país], y no solo divididos, sino que se ha generado un clima de odio en muchos ámbitos”. Se mostró preocupado porque percibía los signos de guerra. “En mi opinión, estamos en el final de los tiempos. Solo que nosotros vivimos en un hermoso lugar, muy tranquilo, en el que todos nos sabemos cuidados, y podemos trabajar y todo funciona bien, pero eso podría cambiar de la noche a la mañana”.

Los Pappas con sus dos hijos mayores, 1956.

Paul creía en dar una respuesta de fe antes que unirse a la lucha. “A veces, ante determinada situación, se tiene el impulso de salir y protestar. A mí no me interesa protestar; no se consiguen buenas respuestas por ese medio. Sin embargo, nosotros aquí sí tenemos una respuesta. No tenemos un ejército, no tenemos fuerza policial ni un juez de paz, pero, para disfrutar de todo esto, hay algo a lo que debemos renunciar: nuestro propio yo. No se trata de las cosas materiales, sino de nuestro yo”. Es una suerte de consagración que implica llegar a ser parte de algo más grande. “El apóstol Pablo compara a la iglesia con un cuerpo, y cuando te bautizas, pasas a formar parte de ese cuerpo. Ya no eres una persona independiente; sigues siendo tú mismo, pero actúas como miembro de un cuerpo. Y juntos encontramos el camino; en esto reside el secreto de nuestra vida en comunidad”.

Me hubiera gustado que los jóvenes que no están de acuerdo con él o quizá quieran eludir sus desafíos supieran cuánto se preocupaba por el futuro de todos ellos. “Uno de los muchachos por quien yo estaba preocupado, de pronto, no sé qué pasó, se puso de pie y expresó con total convicción que deseaba recibir el bautismo. Yo había orado pidiéndole a Dios que obrara en su vida. Estuve a punto de pararme y gritar: ‘¡Aleluya!’”.

Hubo una vez otra joven inmadura, de aspecto algo desaliñado, a quien Paul y Mary acogieron en su hogar: ¡esa joven fui yo! Con dieciocho años, estaba viviendo por primera vez lejos de mi familia, y ellos simplemente me abrieron las puertas de su casa, con todo amor, sin importar qué hacía o decía. Escuchaban atentos mis grandes preguntas y eran demasiado considerados para intentar dar respuestas fáciles. Tenían una manera especial de estar ahí, dando espacio para mi crecimiento espiritual. Cuando me fui a la universidad, sabía que seguía contando con ellos. Y cuando pasé un año trabajando en un centro de migrantes en las márgenes de los Everglades, a menudo pensaba: “¿Qué pensaría Paul de esto? ¿Qué esperaría Mary de mí en esta situación?”. Su cariño y cuidado eran una fuerza poderosa.

Hubo una vez otra joven inmadura a quien Paul y Mary acogieron en su hogar: ¡esa joven fui yo! Con dieciocho años, estaba viviendo por primera vez lejos de mi familia.

Cuando cerca de un año más tarde, tomé la decisión de unirme al Bruderhof, me escribieron una carta en la que celebraban mi decisión a la vez que compartían sus dificultades y me contaban acerca de cuando hicieron sus votos y las alegrías y las luchas que enfrentaron a partir de entonces. Años más tarde, cuando nuevamente nos encontramos viviendo en la misma comunidad, no necesitaba invitación para ir a su casa una vez por semana a conversar sobre todo lo que pasaba en nuestra vida. Cuando Mary estaba muy cerca de su muerte, pude despedirme de ella y agradecerle todo su cariño, mientras ella me agradecía por haber sido parte de su familia. Le llevé un ramo de rosas de mi pequeño jardín, y ella las admiró una por una; parecía maravillarse ante cada pétalo. Así era Mary siempre, y no solo con las flores.

Cuando mi esposo me propuso matrimonio, uno de los primeros lugares adonde me dirigí fue la tumba de Mary. Fue una visita gozosa; le llevé rosas y oré para que nuestro matrimonio fuera tan sólido como el de ellos. Cuando Jason y yo le contamos a Paul que estábamos comprometidos, recibimos su bendición y la de Mary; una bendición doblemente poderosa teniendo en cuenta que uno de ellos intervenía desde el cielo. En el comienzo de nuestra relación, Paul nos escribió varias cartas llenas de afecto y sabiduría, que atesoramos hasta hoy. Cuando atravesamos un tiempo difícil, después de varios años de matrimonio, Paul estuvo resueltamente a nuestro lado, acompañando con su oración y su consejo sereno. Cuando esa etapa quedó superada, fue el primero en compartir nuestra alegría, con una expresión en su rostro que parecía decir: “Sé cómo se siente; estuvimos en ese mismo lugar”.

Si Paul leyera esta reseña, apuntaría que ellos no fueron especiales en modo alguno. Hay muchas otras personas mayores en la comunidad que tienen una visión lo suficientemente rica para compartirla con otros, solo que debemos escucharlos mientras todavía están entre nosotros.

Sobre el final, Paul se despidió con las siguientes palabras: “No alcanzan las palabras para agradecer todas las bendiciones que recibimos de Dios. Pero seremos probados y debemos afirmar nuestros pies en la Roca para enfrentar el futuro. Debemos estar dispuestos a defender lo que es verdadero, sin importar las consecuencias. Si no reconocemos esto con claridad, no llegaremos a la meta. ¿Cómo podemos transmitir todo esto a otros? ¡No lo sé!”.

“¡No te des por vencido con nosotros!”, fue todo lo que atiné a decir, y él respondió sonriente: “Claro que no; no pienso darme por vencido”.

Esa fue nuestra última conversación. Tres semanas más tarde, Paul se reunió con Mary en el cielo.


Traducción de Nora Redaelli.