No sé cómo llamar a eso que perdimos.

Una persona sabia me dice que me enfoque más en lo que significó eso para nosotros que en cómo llamarlo. Y de nuevo la terrible palabra: “eso”. Una vez un profesor destacó cada “eso” en un poema que yo había escrito. Se refirió a esa palabra como algo sin vida, sin importancia. Estaba en lo cierto.

El problema con este consejo es que no podemos conocer realmente una cosa hasta no tener una palabra para nombrarla. Este concepto es fundamental para mi pedagogía. Cuando aprendemos una palabra, expandimos los límites de nuestro universo conocido. Enseño a niños. Trato de convencerlos de que las palabras son mágicas, que ambos significados de la palabra “spell” ―que en inglés significa tanto “deletrear” como “hechizo”― se ponen en juego cuando aprenden una palabra nueva. Sí, están aprendiendo a poner las letras en orden para formar una palabra determinada, pero cuando hacen eso, también están haciendo un conjuro, invocando algo que antes no existía para ellos y que pueden usar cada vez que lo necesiten.

Estoy aprendiendo a hacerme preguntas con el método socrático del mismo modo que hago con mis estudiantes. Creo que es la mejor manera de llegar a lo más importante que yace bajo cualquier decisión o pensamiento. Hacer esto me ha ayudado a rechazar formas superficiales de hablar acerca del aborto espontáneo. Me ayuda a desechar las palabras y las formas de pensar que no funcionan. Por ejemplo, cuando la enfermera llamó para darme la noticia de que ya no estaba embarazada, dijo: “Considérelo como una señal de buena salud. Su cuerpo se dio cuenta de que algo estaba mal y se ocupó de eso”.

¿Qué significa ocuparse de algo?

Atención, protección. Connota ternura.

¿Y tu cuerpo mostraba ternura hacia aquello que estaba creciendo dentro de ti?

Continuó hablando con un tono consolador: “Estabas apenas embarazada”.

¿Qué significa “apenas” en este contexto?

Se trata de un adverbio que responde a la pregunta: “¿Hasta qué punto?” Por ejemplo, “¿Hasta qué punto estabas embarazada?” “Estabas apenas embarazada”. Significa recién, o casi.

¿Pero tú estabas embarazada?

Sí. “Estabas” es un verbo de enlace. Une el sujeto “tú” con el complemento, en este caso, el adjetivo predicativo “embarazada”, que completa el significado del sujeto en la oración. En esta oración, el significado de “tú” no está completo sin el adjetivo “embarazada”. El tiempo verbal es el verdadero problema.

Un colega cuestiona el valor de nuestra labor como maestros. Está preocupado porque visitó una clase de alumnos de noveno grado y, aunque muchos de ellos pudieron recitar las primeras estrofas de “El camino no elegido”, ninguno pudo recordar quién lo había escrito.

“Eso no es un problema”, dije. “Un día, cuando estén solos y deban tomar una decisión, se dirán a sí mismos ‘dos caminos se abrían en un bosque amarillo’, y tendrán palabras, un hermoso conjunto de ellas, que se corresponderán con su experiencia y se sentirán menos solos. Lo que necesiten vendrá a ellos”.

“¿En qué basas esta aseveración?”, preguntó él con la cabeza inclinada.

“Intuición. Experiencia. La sabiduría de algunos poetas que he leído”.

Caitlin Connolly, Los cielos lloraban conmigo, óleo sobre lienzo, 2015. Usado con permiso.

Una tarde, mientras mis alumnos estudiaban su lección de latín, escribí estas palabras:

“Mi primer embarazo terminó en un aborto una tarde de jueves. Solo por cinco días tuve la certeza de estar embarazada. Más temprano ese día, mi esposo me había preguntado cómo me sentía. ‘Menos embarazada’, le dije. Horas más tarde aparecieron la sangre, el dolor punzante y la impotencia. La desesperación no conoce de lógica. Quería devolver la sangre a mi cuerpo, tomarla si hubiera sido necesario. Sabía que la sangre significaba muerte. Me sentí dentro de una pesadilla roja.

“Después de una conversación telefónica con el médico, no hubo nada más que hacer salvo arrastrarme hasta nuestra cama y rogar a la noche por un poco de sueño. En las profundidades de esa noche, mi esposo se despertó riendo. Creí que estaba sollozando. Cuando le toqué el hombro y le pregunté si estaba bien, respondió ‘Sí, solo soñé con algo gracioso’. La risa era contagiosa. Nos quedamos acostados en medio de aquel delirio, ensoñados en el mismo núcleo de nuestra pérdida, dejando escapar unas risitas hasta quedar dormidos. En los indescriptibles meandros del sueño más profundo su alma se estaba limpiando, y yo chapoteé un poco en el derrame”.

“En medio de la muerte, estamos en la vida”.

Luego de escribir eso, me fui a casa, busqué a Fanny Howe y encontré esto, su traducción de “Pan y vino” de Hölderlin:1

Demasiado tarde hemos entendido qué eran los dioses, salvo que viven en otra esfera, lejos en el universo y que a veces pasan como el sonido de un trueno. Es posible que, por la noche, en nuestros sueños, recibamos su guía. Pero nosotros, humanos, pocas veces los retenemos por mucho tiempo.

En la mañana, mi esposo no recordaba qué le había resultado gracioso.

La pena es un momento sagrado. Nos abre el pecho en dos y en ese estado deambulamos por las habitaciones que deberían resultarnos familiares, pero que ahora están cargadas. Cada objeto ―incluso las propias palabras― vibra con sentido. Parece que los ojos, con sus bastones y conos, están ahora recargados y tienen la capacidad de percibir más de lo que jamás estuvo ahí.

Durante una caminata al atardecer, un par de días después, la luna estaba casi llena. El viento soplaba sobre las altas hierbas en los campos cerca de nuestra casa. Subimos una colina siguiendo el borde de esos campos, mi esposo y el perro iban delante. Él era una sombra oscura, el cielo se encendía tras él, la hierba silbaba balanceándose y las estrellas brillaban sobre nosotros; y en ese hecho tan normal me sentí más viva de lo que jamás me había sentido, más despierta. Apenas podía soportarlo.

Los riesgos del amor son terribles. La fe y la poesía nos ayudan a lidiar con ellos.

En mi primera clase con el poeta Christian Wiman, nos dijo que íbamos a tener que memorizar una buena cantidad de poesía. Su razonamiento era simple. Decía acerca de los poemas: “Necesitas tenerlos en el cuerpo. Los necesitas para la vida”.

Mientras estoy en el baño, me recito un poema que aprendí en esa clase, “Blandeur” de Kay Ryan:2

If it please God,
let less happen.
Even out Earth’s
rondure, flatten
Eiger, blanden
the Grand Canyon.
Make valleys
slightly higher,
widen fissures
to arable land,
remand your
terrible glaciers
and silence
their calving,
halving or doubling
all geographical features
toward the mean.
Unlean against our hearts.
Withdraw your grandeur
from these parts.

Una vez les mostré a unos amigos este poema y, como respuesta al yo lírico, alguien dijo: “Ya deja de ser tan pusilánime”. Sentí envidia y pena por ella, porque la vida jamás la había afectado verdaderamente al punto de tumbarla de rodillas preguntándose qué es Dios y suplicando por un alivio.

Algo maravilloso de este poema, sin embargo, es que nos muestra la tragedia de cómo sería el mundo si nuestro deseo de menos realmente prosperara. Ninguno de nosotros, espero, elegiría un Gran Cañón anodino en vez del auténtico. El poema da voz a nuestra súplica, en tanto demuestra el valor de que jamás sea atendida.

Odiseo no quería ir a la guerra. A menudo les recuerdo esto a mis alumnos. Ya ha pasado una semana desde el aborto y aún estoy sangrando, de pie al frente del salón, leyéndoles en voz alta la escena en la que Odiseo finge demencia para evitar ser arrastrado al servicio de Agamenón, y cómo su intento no funciona.

El mensajero de Agamenón se da cuenta del engaño. Coloca al recién nacido Telémaco en el suelo delante del arado que Odiseo conduce con desenfreno en su falsa insania. El bebé de boca sonrosada se retuerce y agita los brazos. Odiseo no tuvo opción. Detuvo a los bueyes. El amor, y el reconocimiento de su peso y medida, siempre son señales de cordura.

Me digo esto cuando me siento demente por querer reprochar a los gritos a mi cuerpo por crear y luego matar… ¿qué? Aquello Que Añorábamos. Aquello Que Era Nuestro.

Con confianza y facilidad escribí la palabra “matar” en la oración de arriba, pero solo se puede matar aquello que está vivo. “Vivo” y “vida”, a estas palabras les tengo más miedo. Me ha dado miedo decir Aquello Que Era Nuestro estaba vivo, pero la ecuación no puede ser resuelta sin la palabra “vida”. No se puede perder aquello que no ha existido, y nada puede existir si no tiene existencia, y tener existencia es, en cierto sentido, vivir.

Temo sonar como una ideóloga sin importar las palabras que elija. Más aún, temo al peso de la pérdida que existe al otro lado de palabras como “vivo”. “Vivo” es una palabra ante la que tiemblo.

Mi abuela materna tuvo catorce hijos. Pasó embarazada más de diez años de su vida. Dos hijas no sobrevivieron a la infancia. Aún le quedaban once hijos en casa, cuando su esposo murió en un accidente mientras talaba. Por una cuestión estadística, sin duda también habrá tenido abortos, pero no lo sé.

Una vez la escuché mientas hablaba por teléfono con una mujer que recién había enviudado. Con mucha sencillez le dijo: “Habrá días en que no querrás salir de la cama, pero lo harás”. El trabajo y la creatividad eran su respuesta diaria a la pena. Siempre estaba en movimiento. Cosía bolsillos de camisas de hombre en una fábrica, volvía a casa y cultivaba hortalizas y flores, alimentaba a las personas y amaba a muchos niños.

Su vida es una confirmación de lo que la poeta Muriel Rukeyeser ha dicho: “¿Qué sucedería si una mujer dijera la verdad sobre su vida? / El mundo se partiría en dos”.

Durante cinco días sentí que ya no era solo yo. Una vida residía en mi interior. Mi cuerpo se hinchaba rápidamente. Supe en mi cuerpo lo que estaba sucediendo antes de que el análisis diera positivo. También supe en mis huesos que ese conocimiento somático era irreversible, que sin importar lo que sucediera ―ya fuera que diéramos la bienvenida a un niño a una vida floreciente, o que perdiéramos el embarazo y jamás conociéramos a aquello que estaba floreciendo―, mi vida jamás sería igual. No había vuelta atrás.

En los días que precedieron a mi análisis positivo, estábamos en las montañas Never Summer en Colorado. Repitiendo la oración de Jesús, recorrí kilómetros y kilómetros de senderos montañosos a pie, junto a lagos alpinos y campos de flores silvestres, algunas de las cuales solo florecen cada treinta años. Sabía que estaba al límite de lo que podía saber o controlar, y oraba “Señor Jesucristo, ten misericordia de mí, pecadora”, una y otra vez y otra vez a lo largo de una semana.

Una vez, un director espiritual me preguntó si esa oración no me parecía demasiado servil. No me lo parecía entonces. Ni me lo parece ahora.

Cuando Dios le muestra a Ezequiel el valle de huesos secos, le pregunta: “¿Podrán revivir estos huesos?”. La respuesta de Ezequiel es: “Señor y Dios, tú lo sabes”. Cuando se nos confronta con asuntos de vida y muerte, de lo que será y no será, siempre debemos situarnos por debajo de la obra del Misterio. Esto es lo que significa ser completamente humano. Esto es lo que Dios quiere decir cuando al final se le aparece a Job y le pregunta dónde estaba cuando las estrellas fueron esparcidas por los cielos. Veo la oración de Jesús y la respuesta de Ezequiel como dos formas de decir lo mismo, de reconocer que nuestro pecho está tan abierto como el ancho cielo.

¿“Eso” o “Ellos”? ¿Un “embrión”, una “blástula”, una “chispa de vida? ¿Una “persona”, una “protopersona”, una “ella” o un “él”? ¿Una “no-ella-aún” o un “no-él-aún”?

Ya no estoy interesada en los aspectos políticos de este asunto, lo que no significa que niegue que el asunto sea político, o de que yo crea que esos aspectos políticos no importen. La verdad siempre importa, y la verdad siempre es política, pero estoy viviendo dentro de este asunto ahora y, por el momento, los aspectos políticos no son de mi incumbencia. Espero que, una vez que haya considerado cómo nombrar lo que sucedió, podré avanzar como corresponde.

No hay palabras para esto. Uno de los motivos por los que permanecemos tan silenciosos como sociedad con respecto a la pérdida de un embarazo es que hablar de eso resulta terriblemente torpe. Todos tememos decir algo equivocado, y con razón. Lo equivocado hiere, y la mayoría de las cosas dichas están equivocadas. Mi esposo y yo nos dimos cuenta de ese problema en una fase temprana. También supimos que debíamos seguir hablando de eso o nuestro corazón se pudriría. Nos prometimos que, cuando habláramos de eso, siempre asumiríamos la buena voluntad del otro. Así que hablábamos y vacilábamos al hablar, heríamos los sentimientos del otro, nos perdonábamos y continuábamos hablando.

Ya no creo en coincidencias. Solo están (1) nuestra limitada capacidad de atención y (2) los signos y señales del universo constantemente lanzados delante de nuestros ojos. A veces los vemos en la ocurrencia natural de sus patrones y lo llamamos coincidencia; a veces los vemos en nuestra periferia y lo llamamos intuición.

Cuando niña, estaba una vez jugando con el sintonizador de canales de la televisión, girándolo una y otra vez. Me detenía un segundo en cada canal, sentía el gratificante clic y lo giraba de vuelta. En esos instantes que duraban medio segundo, tres actores diferentes y consecutivos repitieron una misma palabra en tres canales diferentes, uno tras otro. Cuando le pregunté a mi madre qué significaba eso, dijo “Nada”.

Cuando estamos en estado de pena, nuestra capacidad de percepción está elevada. Nuestra visión periférica se expande.

Mi esposo y yo trabajamos junto a nuestros amigos en una escuela pequeña. Es el primer día después del receso de verano y acabo de recibir una llamada de mi médico para informarme de que ya no estoy embarazada. Estamos sentados en el patio de recreo. El director es uno de nuestros amigos y lo vemos salir del edificio. Unas semanas antes estábamos todos juntos de vacaciones en la playa ―él, su esposa, sus dos hijos y nosotros― saltando olas, divisando pelícanos y leyendo en voz alta para los otros. Se va acercando a nosotros y guarda el teléfono. Su esposa acaba de llamarlo para decirle que los médicos van a inducirle el trabajo de parto en la mañana. Nuestras respectivas llamadas suceden al mismo tiempo. La mañana siguiente, Winifred se unió a nosotros en este mundo conocido.

En medio de la muerte, estamos en la vida, y la amistad es el respaldo que nos ayuda a soportar el peso de esta vida.

Unos días más tarde conocimos a Winifred. Yo estaba aún con dolor físico, aún sangrando. Nuestro amigo se sentó junto a mí con Winifred en brazos. Toqué los deditos rosados de sus pies mientras llorábamos en silencio. Luego me la ofreció. Quedé embobada con la suavidad de su piel, los ojos que se abrían y cerraban, los dedos que se movían intentando alcanzar algo. Al sostenerla en brazos, mi pena se volvió más firme, se partió al medio y una mitad desapareció.

Nada se nos debe. Tal como Aquello Que Era Nuestro jamás fue, Winifred, en toda su plenitud, no tenía por qué ser. ¡Pero es! Ella es. Sin complemento del sujeto, sin adjetivo predicativo, nada necesario para completar el significado del sujeto en la oración. Ella existe, tiene una existencia, vive, respira e intenta alcanzar algo, todo de una manera sencilla. Este hecho es impactante y lo cambia todo. La vida de Winifred es un don gratuito, inmerecido, y ella ―llamada así en honor a la santa virgen que conoció la vida después de la muerte― nos pertenece a todos. Ella es un milagro. El hecho de que ella no sea un milagro que me sucedió a mí no cambia nada. No la disminuye ni tampoco mi fascinación por ella.

Una de mis primeras lecciones cuando enseño escritura creativa es la diferencia entre connotación y denotación. El ejemplo con el que suelo comenzar es la diferencia entre “asesinar”, “matar” y “ejecutar”. Por denotación, las tres palabras significan los mismo (es decir, alguien termina con la vida de otro), pero por connotación son mundos aparte. Una implica intención, otra la vuelve confusa y la otra es una acción cometida por el Estado.

Aborto. Escribí la palabra una y otra vez en mi diario intentando que mi cerebro envolviera la palabra.

¿Cuál es su denotación?

La expulsión de un feto del útero antes de que sea capaz de sobrevivir de forma independiente, en especial, cuando es espontánea o como resultado de un accidente.

¿Y cuál es su connotación?

Muerte. Sangre. Mi cuerpo mató un-casi-bebé-que-mi-alma-añoraba.

“Matar”, tal como has dicho, implica un acto de la voluntad. Estoy segura de que estarás de acuerdo en que no hubo voluntad en lo que sucedió, en lo que hizo tu cuerpo, así que ¿cómo reformularías esto?

Mi cuerpo dejó que una blástula se muera.

Eso no está bien escrito y es gramaticalmente incorrecto. ¿Puedes intentarlo de otra manera?

Aborté.

¿No hay un complemento directo para ese verbo? Tú abortaste algo.

Sí, lo hice.

¿Te preocupa cómo hablar de eso porque temes deshonrarlo?

Sí. Temo deshonrarlo. O, mejor dicho, quiero desesperadamente honrarlo.

No tenía sentimientos. No le importa a eso ni a ellos ni a Aquello Que Añorabas si es honrado.

Es algo que no sabes. Y a mí me importa.

Siento que hay un problema alternativo. ¿Temes honrarlo de más? ¿Temes decir que era más de lo que era?

No quiero llamarlo algo que no era. Aún no era un bebé. Winifred es una bebé. Yo estaba “apenas embarazada”, ¿recuerdas?

¿Pero lo amabas?

Sí, claro. Había amor.

¿Dónde has puesto ese amor ahora?

En intentar encontrar una forma de hablar de eso.


Kay Ryan, “Blandeur” de The Best of It: New and Selected Poems (Grove Press, 2011). Usado con permiso. Traducción al español de Claudia Amengual.

Notas

  1. N. de la T.: El artículo hace referencia a una traducción de Fanny Howe al inglés.
  2. N. de la T.: Sigue una traducción libre del poema solo a efectos ilustrativos: Si a Dios así place / que lo menos suceda. / Que la redonda Tierra / se allane, / que se aplane Eiger / y el Gran Cañón sea irrelevante. / Haz más altos / los valles, / amplía las grietas / de la tierra arable, / detén tus / terribles glaciares / y silencia / su derrumbe, / duplica o reduce / a la mitad / los rasgos del paisaje. / En nuestro amor no descanses. / Aparta tu grandeza / de esas partes.