Ante algunos pensamientos, uno se queda perplejo, especialmente al ver el pecado del ser humano; y uno se pregunta si debe usar fuerza u optar por amor humilde. Decídete siempre a usar el amor humilde. Si de una vez por todas te decides por esto, podrás someter al mundo entero. La humildad unida al amor posee una fuerza maravillosa, más poderosa que ninguna otra cosa, y no hay como ella. - Fedor Dostoievski
Así como tantos otros de ambos lados del conflicto israelí-árabe, mi amigo palestino Bishara Awad ha sufrido su porción de injusticias. Hace poco, me contó que toda su vida ha luchado por perdonar:
En 1948, durante la terrible guerra entre árabes y colonos judíos, murieron miles de palestinos y muchos más se quedaron sin techo. Mi familia no se salvó. A mi padre lo mató una bala perdida, y no había un lugar decente para enterrarlo. Nadie podía salir de la zona por temor a que le dispararan por un lado u otro. No había ni sacerdote ni pastor para hacer una oración. Mamá leyó un pasaje de la Biblia, y los hombres que estaban presentes enterraron a mi padre en el patio. No había forma de llevarlo al cementerio en la ciudad.
Así fue que a los veintinueve años mamá quedó viuda, con nueve hijos. Yo sólo tenía nueve años. Estuvimos atrapados durante semanas por fuego cruzado, sin poder salir de nuestro cuarto en el sótano. Entonces una noche el ejército jordano nos forzó a salir corriendo hacia la ciudad Vieja. Ésa fue la última vez que vimos nuestra casa. Nos fuimos corriendo, sin más que la ropa que llevábamos puesta; algunos estábamos en pijama…
Más tarde, Bishara fue a los Estados Unidos de Norteamérica para estudiar. Se hizo ciudadano americano. Luego regresó a Israel y consiguió empleo como maestro en una escuela cristiana. Recordando el pasado, dice:
Durante ese primer año yo estaba frustrado…muy pocos de los estudiantes se convirtieron a Dios, y parecía que mis esfuerzos eran en vano. El odio contra los opresores judíos iba aumentando; todos mis estudiantes eran palestinos, y todos habían sufrido lo mismo que yo…yo era incapaz de ayudar a mis alumnos porque el mismo odio estaba en mí. Lo había guardado desde niño sin tan siquiera darme cuenta. Dios no me podía usar, y ahora sabía por qué.
Aquella noche, con sollozos, imploré a Dios que perdonara mi odio contra los judíos, un odio que había dominado mi vida. Esa misma noche sentí la presencia de Dios…Él me quitó mi frustración, mi desesperación y mi odio, y los reemplazó con su amor.
Mucha gente ridiculiza el mandamiento de Jesús de perdonar a nuestros enemigos como una insensatez auto-destructiva. ¿Cómo vamos a abrazar a quien nos quiere hacer daño, o intenta destruirnos? El amor de Jesús no conoce límites. Se extiende mucho más allá de los lindes de la justicia y equidad humanas. Vence todo lo que se halla en su camino, tanto lo bueno como lo malo; transforma y redime toda situación que, de lo contrario, no tendría ninguna esperanza.
Este artículo es un extracto del libro Setenta veces siete por Johann Christoph Arnold.