Los nombres de mis hijos no han sido añadidos aún, pero en un par de años, mi padre hará actualizar y reimprimir el grueso libro de registro familiar. Y cuando lo haga, el libro permitirá rastrear la historia de mi familia en una línea ininterrumpida desde mi hija menor y única mujer, Jimene Jeong 정지민, ciudadana estadounidense, hasta DukSung Jeong 정덕성, cuarenta y nueve generaciones atrás, el primer ciudadano coreano en nuestra familia.
Muchas familias coreanas tienen libros de registro familiar de este tipo. Siendo el confucianismo la principal filosofía religiosa en el país, respetar y honrar a nuestros ancestros es un aspecto fundamental de nuestra cultura. No todas las familias actualizan sus libros y bases de datos regularmente, pero para la mayoría es un deber sagrado. El árbol de nuestra familia Jeong tiene cinco ramas principales que se diversificaron en cientos de direcciones a través de los siglos. En la actualidad, nuestro clan se compone de más de doscientas mil personas. Por supuesto, estamos diseminados por todas partes y no todos estamos en contacto. Una de las principales ramas de la familia cree que tiene el derecho o el deber de mantener un sitio web que contiene gran parte de nuestra historia colectiva, incluidos los casamientos, nacimientos y muertes; todos los acontecimientos de los que tengan noticia.
La versión impresa es un hermoso libro, con listas de nombres y fechas de nacimiento ordenados en columnas de arriba abajo y de derecha a izquierda, página tras página. Junto a él, en el mismo estante, hay un volumen más frágil y delicado, manuscrito con tinta y pincel, que da testimonio de los primeros siglos. De niño y adolescente, apenas si les presté atención a esos libros. Jugué y estudié a la sombra de los nombres e historias de mis ancestros sin mostrar por ellos más interés que lo que marcaba el deber familiar.
¿Cómo se explica que ahora, viviendo al otro lado del mundo y solo viendo esas páginas en formato digital, surja este vivo interés por el nombre de mi padre, el mío y el de mi hermano, y el lugar que muy pronto ocuparán los nombres de mis hijos? Me pregunto por qué ahora siento esta necesidad de remontarme muy atrás en la historia, hasta donde las páginas del libro lo permitan, para leer el relato de ese otro desarraigo que llevó a mis ancestros a una vida nueva e inesperada.
En el año 853 de nuestra era, DukSung Jeong, un funcionario de confianza del gobierno chino, con un alto cargo en el Ministerio de Defensa, se enemistó con el emperador y fue enviado al exilio a la pequeña isla de Aphaedo 압해도, en la costa sudoeste de Corea.
Según la historia familiar, él y su familia se sintieron muy a gusto allí, tanto que decidió quedarse y hacer de ese lugar su patria, aun después de que soplaran vientos de cambio en la corte y le ofrecieran regresar a China y retomar su cargo en el gobierno.
Su tumba y la casa dedicada a su memoria permanecen hasta hoy en la isla que adoptó como su nuevo hogar y donde nació nuestra familia coreana. A pesar de que nos separan casi mil doscientos años, me siento más cerca de él que de mis ancestros más próximos. Después de todo, cumplimos años el mismo día: 13 de octubre. Me gustaría preguntarle cómo afrontó ese enorme cambio cultural con su familia. ¿Habrá tenido dificultades para comunicarse en una lengua desconocida, como me ocurre a mí? ¿Qué cosas extrañó? ¿Cuál fue su principal motivación para quedarse? ¿Qué les enseñó a sus hijos acerca de sus raíces? ¿Qué le gustaría que yo les enseñara a los míos?
Quizá mi familia llegará hasta allí algún día, a la tierra que fue el hogar de mi ancestro y es, por lo tanto, también el nuestro. Me detendré allí largo rato. Luego, llevaré a mi esposa y a mis hijos a conocer a los familiares que viven cerca de la isla, para que nos cuenten más historias de aquellos que vivieron antes que nosotros, porque no todo ha quedado por escrito.
Les debo a mis ancestros un profundo respeto que me esfuerzo por expresar en palabras que les lleguen a mis hijos, sea en nuestra lengua nativa, que mi esposa y yo procuramos que sigan hablando con fluidez, o en inglés, la lengua que nosotros nos esforzamos por hablar con la fluidez que ellos ya tienen.
Soy cristiano, de modo que no venero a mis antepasados como es costumbre en las familias de tradición confucionista. Pero me gustaría que mis hijos comprendieran que si no saben de dónde vienen, no sabrán adónde van. Cada una de las numerosas generaciones que nos precedieron nos legaron algo preciado y valioso a quienes ahora vivimos. Los vínculos se construyen y transmiten de generación en generación, y no debemos permitir que el olvido quiebre esa conexión.
No surgimos de la nada. En Génesis, encontramos el árbol genealógico de Rut, que llega hasta Adán y más allá, hasta Dios. El árbol genealógico de mi familia y el de todas las demás familias, los que fueron escritos y los que no, guardan paralelismos con Génesis. Allí están mis raíces, mis orígenes, que se remontan hasta llegar a Dios. Dios está presente en la historia de todos nuestros ancestros.
Eso es lo que quiero transmitirles a mis hijos. Nacieron en Corea, y somos una familia coreana, pero ahora vivimos en una comunidad estadounidense: otra cultura, otra lengua. Seguramente vivirán tiempos de confusión, no ahora mismo, sino en la adolescencia y cuando se hagan mayores y lleguen a formar su propia familia. Pero si tienen clara su identidad, la profundidad de sus raíces y las historias que conforman su historia, tendrán contención y sostén. Me gustaría decirles: aun cuando ustedes son diferentes, aun cuando sus padres son diferentes de los padres de sus compañeros, ¡todo está bien! Sus raíces son profundas, y ustedes son la generación siguiente, una nueva página en un libro muy antiguo.
Traducción de Nora Redaelli.