Para mí, el misterio del nacimiento y la muerte solo se pueden expresar en términos de eternidad. Esto no solo se debe a mi formación, puesto que mis padres vivieron su fe más que hablar de ella. Más bien, se debe a las ocasiones en mi propia vida en que algo mucho mayor que las palabras podía sentirse claramente por medio de alguien que nunca dijo una palabra. He visto cómo aun la vida más breve puede transformar a todos aquellos que están a su alcance.
Mi pequeña hermana Marianne murió cuando yo tenía seis años. Nuestra familia había esperado su llegada con gran ilusión. Ella nació después de una labor de parto muy difícil de mi madre durante más de 60 horas y sufrió una insuficiencia cardiaca casi mortal. Fue milagroso que sobreviviera el parto en un hospital de una primitiva aldea en Paraguay. Pero la pequeña estaba gravemente enferma y solo vivió 24 horas. Debido a que vivíamos lejos del hospital y como yo tenía solo seis años, nunca pude ver, tocar o sostener a mi pequeña hermanita. Aun así, he sentido esta pérdida toda mi vida. Con el tiempo, se ha vuelto todavía más importante para mí recordar que Marianne fue —y es— una parte real de mi vida y mi familia. Aunque ella estuvo aquí en esta tierra solo por un día, siempre será mi hermana.
Años más tarde, experimenté este vínculo con el cielo aún más claramente a través de otra niña, mi nieta Stephanie Jean, quien permanecerá en mi corazón por el resto de mi vida. Cuando Stephanie nació, supimos de inmediato que era una niña muy especial con graves anormalidades. Fue diagnosticada con Trisomía 13, un trastorno genético caracterizado por una esperanza de vida muy breve. La mayoría de los infantes que nacen con este trastorno mueren en cuestión de pocos días.
Stephanie tuvo tres hermanas y un hermano. Se esforzaron por comprender que sus padres no iban a traer a casa a la pequeña saludable que todos anhelaban, sino a una bebita extremadamente discapacitada que no viviría mucho tiempo. Oramos constantemente que se hiciera la voluntad de Dios en su vida, y que comprendiéramos el significado de su nacimiento.
Como abuelos, experimentamos la maravilla de abrazarla casi a diario. Stephanie vivió durante cinco semanas y, cuando llegó el momento, murió en paz. En el funeral no podíamos creer la cantidad de personas que asistieron. Todos habían escuchado de su nacimiento y diagnóstico, y les afectó profundamente. Querían participar en la última expresión de amor por una niñita que en cierto modo pertenecía a todos.
Vino gente de todos los vecindarios y más allá: trabajadores de la construcción, los maestros y compañeros de sus hermanos, personal ejecutivo del condado, personal de la policía local y otros de la comunidad de las fuerzas del orden. Cuando se estaba cavando a mano su pequeña tumba, todos estos amigos y vecinos quisieron tomar turnos, como un inolvidable gesto de reverencia. Fue extraordinario como en poco tiempo esta pequeña niña había tocado e influenciado las vidas de tantas personas.
Mi nieta no ha sido olvidada. Ella es como un rayo de luz del cielo que continua obrando en la gente y cambiando sus vidas. Mi esposa y yo todavía agradecemos que Dios la diera a nuestra familia y a todos los que conoció.
Hay muchos otros como Stephanie. Para mí, cada niño es parte del plan de Dios, y Él no comete errores. Cuando un niño está discapacitado, su vida adquiere un significado especial. Dondequiera que encontremos esos niños, necesitamos prestar atención. Tienen cosas sorprendentes para enseñarnos acerca de la confianza y el amor incondicional.
En una época en que a la gente a menudo se la evalúa en términos de su valor, inteligencia o atractivo, existen muchos que no son queridos ni apreciados. Pero si verdaderamente amamos a los niños, les daremos la bienvenida a todos. Como dijo Jesús, «cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe».
Este artículo está extraído del capítulo ‘Descubriendo la reverencia’ del libro Su nombre es hoy.