Hay un cuento que, como hacen los mejores cuentos, empieza “Había una vez…” y trata una colmena de abejas en que vivía una abeja que no quería trabajar, una abejita tan haragana que al final todas las abejas dieron que ella se vaya de la colmena. Pasaba una noche fría y bien oscura y horrible, solita y triste, pero contemplando su actitud y como está realizando su vida.
Así termina el cuento:
“Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:
-No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo que nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, si hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche.
Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.”1
Pienso muchas veces en este cuento y su lección. ¿Cuántas veces soy igual como la abeja haragana? ¿Cuántas veces no quiero hacer lo que debo hacer? Creo que la abeja al final es muy sabia, porque habla de qué nos hace fuerte: nuestro trabajo.
Siendo cristiana ¿qué es mi trabajo? Amar a mis prójimos, orar por los enfermos y visitarlos – obras así son importantes tal como contar chistes, cantar y charlar con las personas con quien vivo diariamente. Tengo bastante que hacer, y si quiero cosechar bien parece que tengo que seguir trabajando.
Ahora es el otoño – no solamente por la estación pero también es el otoño del mundo, y tenemos mucho trabajo que hacer antes de la Gran Cosecha. Adelante pues – ¡a trabajar!
Esta reflexión salió por primera vez en 2015. Imagen: Wikimedia Commons
Notas
- “La abeja haragana”, en Cuentos de la selva por Horacio Quiroga, pp 36-40.