Grotten pasó dieciséis años en una prisión mexicana después de ser detenido por un crimen por lo cual nunca fue condenado. Durante su estancia en un programa de reinserción social en el penal de Puente Grande en Jalisco, participó en talleres de escritura creativa y edición cartonera. Su primer libro de Gorgona Editorial Cartonera, Noche de perros tristes, publicado en 2022, incluye dieciocho cuentos cortos que había escrito mientras “mientras buscaba sentido a mi vida por los pasillos del penal, descubriendo a los monstruos y ángeles de mis pesadillas”. Estos dos extractos exploran los límites y la resiliencia del alma humana.

Jardín de niños

Soy nuevo es éste módulo.

Mis ojos se abren a una nueva y escalofriante sucursal del infierno. Purgatorio, diría mi maestro alegando que tarde o temprano concluirá el castigo. Pero... ¿Cuándo? No sé. Mis ojos no ven como tú ves. Yo lo veo todo desde dentro. Veo la substancia. Lo que realmente es, detrás de la mascarada de bellos jardines, de pastos bien cuidados y la excesiva pulcritud de los edificios blancos.

Hay tres tronos invisibles que nos subyugan, nos atormenta y nos aplastan, por tanto, nos domestican: el miedo, el hambre y el dolor; y estos tres se sujetan, a su vez, a una diva tortuosa: La Desesperanza.

Esta mañana, tras el ritual ineludible de acarrear agua para la subsistencia diaria, bañarme y tras un frugal desayuno, a saber, algo horrible con agua, y escaso que podría ser menudo, pero no lo es, hago también la inevitable fila para marcarte por teléfono. Son menos de 30 casetas para dar abasto a ocho mil internos que, por cierto, ahora somos PPL, es decir, personas privadas de su libertad; como si decirnos personas nos devolviera la dignidad que nos quitan al someternos a tan denigrantes situación. No me refiero al probable justo castigo que merecemos al estar aquí por transgredir la ley, pero a la condición zombificante de no ser, de no tener, de no poder. En fin, no diré más, solo necesito oír tu voz.

Aun no amanece del todo y ya los PPL —personas privadas de libertad— van de un lado a otro, dispersos, hiperactivos y estresados, como cuando alguien pisotea con violencia el centro mismo de la actividad de una colonia de hormigas y estas enloquecen y corren en todos los sentidos, sin sentido. ¿Quién ha pisoteado nuestro maldito hormiguero? La diva espantosa, claro.

Así se vive aquí. Siempre estresados, buscando algo, lo que sea, que genere una pequeña dosis de confort, un shot de bienestar o cualquier cosa que te alcance con los tres pesos que traes en la bolsa trasera del pantalón.

Poco a poco la distancia entre el teléfono y yo se va acortando, mientras tanto, observo el rodar de los engranajes de este infierno colectivo, en mi mente inquieta, saco una radiografia del Hades y me pregunto: ¿Quién diablos diseñó algo tan siniestro? De pronto, un hombre alto y corpulento que estaba hablando por teléfono, grita desgarradoramente, como preso de un dolor y una furia brutales y subsecuentes, al tiempo que azota con violencia el teléfono y patea la caseta, haciendo saltar pedazos de plástico y de su propio corazón. Un par de PPL se acercan a él para tratar de controlarlo, pues no deja de gritar y patear todo y a todos. Apenas intentan tocarlo, él los derriba con potentes puñetazos. Los PPL de la fila nos apartamos un poco. El hombre está hecho una furia. Su rostro está enrojecido por la ira y el dolor de algo que no entiendo, pero supongo terrible. Algo que le dijeron desde el otro lado de la linea. De sus ojos demenciales mana un llanto pródigo, como el caer de una cascada en un amanecer tormentoso. Y de su garganta un rugir, como el del león herido, acorralado. Otros llegan, muchos otros, para dominarlo. Él se defiende, rompe dientes y una que otra costilla se escucha crujir al astillarse. Su brutalidad es heroica, pero al final es dominado y cae sometido por la bestialidad de una numerosa multitud. Oigo los aullidos desgarradores del hombre caído. Ya estaba roto antes de estrellar el teléfono. Los golpes que lo derribaron fueron más un alivio, una piadosa anestesia para apaciguar su alma. Lo que queda de esta.

A mi alrededor hay una algarabía diabólica que se extiende sobre una alfombra rígida de silencio sepulcral, el silencio de los que se horrorizan al ver correr la sangre derramada. Veo la maldad destellando con odio en los ojos de los que lo golpean, así como en muchos de los que contemplan, más de cerca el espectáculo. Hay diversas reacciones entre los demás espectadores. Unos aprietan los dientes y los puños, con rabia impotente, en silencio; otros, espantados, tiemblan pensando que pudieron o podrían ser ellos en otra ocasión; veo a uno enjugar una lágrima furtiva, y sobre el muro de piedra que nos circunda, un ave negra que nos contempla con altivez, como si aquel ritual de sangre fuese una ofrenda de horror en honor a ella.

Los golpes no cesan.

El hombre caído ya no se escucha, no se mueve; con todo, no dejan de golpear y los crueles espectadores rien de contento y piden más. Súbitamente, el ave negra grazna del modo más espeluznante que te puedas imaginar. Todos se detienen, paralizados por un espanto helado que no comprenden, pero que les estremece con violencia sus espinas dorsales. El hombre caído ha muerto. El ave negra se va, llevándose consigo, el alma de aquel infeliz a un infierno mejor. Todos se dispersan. La fila se disuelve y los teléfonos quedan desiertos. Solo yo permanezco inmóvil, sin dejar de pensar que tengo que llamarte. Tengo que escucharte.

Mientras arrastran el cuerpo, yo marco tu número en el teclado. Aun no los pierdo de vista cuando tú contestas al segundo timbre, como siempre. Me estabas esperando. Escucho tu voz hermosa:

—¿Cómo estás? —me preguntas.

—Todo bien, amor —te digo— las cosas aquí pintan bien.

—¿En serio?

—Sí, todo bien, como en un jardín de niños.

Fotografía de pytyczech / Alamy Stock Photo.

 

El ritual del bardo

Todos lo conocen, aunque nadie sabe su nombre. No habla, solo canta.

Si no fuera por su horrendo aspecto, se diría que es un ángel de Dios, aunque ¿quién ha dicho que los ángeles deben ser obligatoriamente bellos? Él canta bellas canciones al Cielo. Alabanzas. Con todo, es un ser espeluznante. Aterrador y siniestramente mágico, como la muerte.

Yo, llevo casi ocho años interno aquí y desde el primer día lo he visto cumplir indefectiblemente su ritual. Hay compañeros que llevan más tiempo que yo y dicen lo mismo; unos dicen que está loco, otros que nos es real, que es un fantasma, una ilusión... un mal sueño.

Cada mañana, en cuanto se abren las puertas de las celdas, sale aquel hombre con sus harapos al viento, como si fuesen retazos de su propia vida que le cuelgan de la piel, girones del alma que aún atesora, que no desea arrancar del todo, porque tiene... ¿Esperanza?

En su diestra, un tazón humeante de café; en la siniestra, una guitarra hueca, perfectamente afinada y limpia. Camina apresuradamente, aunque su rostro no refleja ansiedad, pero paz. No sonríe. No creo que sea feliz. Nadie es feliz en este lugar. Pero, como que ha encontrado paz, de algún modo que los demás no podemos comprender. Una paz indescriptible en el corazón del infierno.

Existe un sitial sagrado, un pequeño oasis en medio del desierto: el lugar de reunión de la iglesia de Cristo, donde todos al menos una vez, hemos ido a postrarnos y pedir auxilio, cuando la mierda nos rebasa el cuello y no hay más trucos bajo la manga para salvarnos de esta. Algunos más valientes, van diario en la mañana a orar. Él llega antes que todos. No entra, se detiene en el corredor, y de cara al sol comienza a entonar cánticos en una lengua ignota, saludando al sol que el Dios Bueno hace brillar sobre justos e injustos, honrando al Soberano de los cielos. Entonces, parece que algún tipo de prodigio sucede, pues las aves de toda clase se posan sobre lo alto de los muros y lo observan en silencio. El mismo tiempo parece detenerse al escuchar su canto. El viento lleva en sus ondas aquel cantar de amor por todos los rincones y los presos lo escuchamos. Como a Pablo y a Silas en el libro de los Hechos.

La magia continúa.

He visto esta escena día a día, desde diferentes lugares. Observo en mi sucia incredulidad. Algunos al oír el cantar, dejan de hacer lo que están haciendo y divagan en sus mentes. Con lágrimas en los ojos, evocan rostros amados que ya no están, que se han ido lejos, tan lejos como la Desesperanza lo permite. Todos amamos y extrañamos a alguien. A muchos alguien, quizás.

El ave negra sobrevuela el infierno. Otros que aún sin entender las palabras, presienten el sentido espiritual de estas, cierran sus ojos y elevan a su manera, una plegaria, una oración, un rezo. Una migaja de pensamiento al Dios olvidado que, de todas formas, saben que los creó, aunque no lo reconozcan. Aroma grato en alas de oro.

El ave negra se posa en el muro. Pero hay otros, los más, que rugen como leones, que arden de rabia al oír el canto del bardo, porque no le encuentran sentido a cantarle a un Dios que ni escucha, ni responde. Ellos ya no saben llorar, ni reír. Están podridos, y aunque también tienen remedio, no lo desean. El odio es un bálsamo delicioso para sus almas desgraciadas. Se necesita valor para aceptar tu realidad, tu necesidad de pedir ayuda. Blasfemar parece ser más fácil que creer.

El ave negra grazna en lo alto. Entonces, todas las demás aves se unen al canto del bardo, como un puto coro demencial que ensordece y ahoga el graznido cruel del ave de la soledad. Todo vibra. El viento ruge con fuerza y sus ondas lleva aquel clamor sinfónico mucho más lejos. Todos, aunque algunos lo niegan, nos estremecemos ante aquel acontecimiento, porque no podemos negar que algo sobrenatural acontece cada mañana con el canto de aquel bardo sin nombre.

Ocho años, día tras día, sin falta sucede. Lo he visto desafiar a la lluvia torrencial, al huracán, al frío lacerante, a la soledad, al odio y a la maldita tristeza, que tanto nos castigan. Al dolor que oprime. El bardo canta. Sigue cantando.

Alaba y espera. ¿Qué espera?

Su motivación es indescifrable para nosotros, simples mortales, de ojos naturales... pero, yo observo. Yo lo sé todo.

El bardo canta a un Dios vivo que sí lo escucha, que se toma el tiempo para atender a su cántico y que, cada mañana lo reviste de poder, lo faculta para tocar el corazón de los internos (perdón, PPL), para dirigir la alabanza de las aves en el corazón mismo del infierno. Y a veces, hasta los demonios cantan con él.


Fuente: Julio Grotten, Noche de perros tristes: Quebrantos y aventuras desde el penal de Puente Grande (Gorgona Editorial Cartonera, 2022).Usado con el permiso del autor.

Object moved

Object moved to here.