Si oyes a unos niños que riñen o, si vamos al caso, a unos adultos, es posible que oigas que una de las partes apela al sentido de compromiso de la otra: “¡Pero lo prometiste! Me diste tu palabra”. A pesar de la volubilidad de la naturaleza humana, parece haber una expectativa innata de que, cuando las personas hacen una promesa de hacer o no hacer algo específico, mantendrán esa promesa. Alguien que no lo hace es considerado con poca voluntad o egoísta.
Un voto es una promesa con más peso, un compromiso solemne de dedicarse a una acción, servicio o modo de vida. Los votos deben ser hechos de manera completamente voluntaria y se manifiestan en presencia de otros que actúan como testigos de ese momento y de su cumplimiento. Este fenómeno no es privativo de una cultura específica ni de un credo; puede encontrarse a lo largo del mundo en contextos religiosos y seculares. Los votos cristianos se hacen a Dios o en presencia de Dios. Un voto conforma una relación entre la persona que hace ese voto y Dios, así como con los demás en la comunidad.
Pero ¿funcionan los votos? ¿Qué nos da la confianza de que vamos a ser capaces de mantenerlos más que las personas que hacen y rompen promesas a diario?
Hace treinta y dos años, mi esposa Linda y yo hicimos votos de membresía en la iglesia comunidad del Bruderhof. Unos años antes, en 1987, habíamos llegado al Bruderhof desde Minnesota. Crecimos como cualquier niño de los sesenta. Encontramos la fe en Jesús a fines de los setenta y comenzamos una búsqueda para descubrir adónde nos estaba llamando Dios y cómo podíamos servirlo a él y a su reino. Queríamos encontrar un lugar donde pudiéramos darlo todo y donde la vida no estuviera compartimentada, sino integrada, donde el culto, el trabajo, la educación, el cuidado de los hijos y de los ancianos fueran parte de una vida vivida con otros que creyeran en lo mismo que nosotros.
Después de años de búsqueda encontramos el Bruderhof e hicimos una visita que duró una semana. Meses más tarde regresamos para hacer una visita más larga, y luego volvimos para quedarnos. Fuimos parte de la comunidad por un par de años antes de hacer nuestros votos. Esto nos dio a ambos y al Bruderhof el tiempo para discernir si Dios nos estaba llamando a integrar esa comunidad específica y ese modo de vida. Ese proceso varía según cada individuo, pero jamás es precipitado.
En el Bruderhof, el hecho de hacer votos es una señal de entregarse completamente, y de unirse sin reservas, al servicio de Jesucristo en la iglesia comunidad. Los votos nos comprometen a una acción futura: proclamar a Jesús en palabra y en hechos; dar todo en pro de Jesús, incluyendo nuestra fuerza, energía, creatividad y propiedad; ir allí donde la iglesia nos necesite, hacer cualquier tarea que la comunidad nos asigne; hablar honestamente y aceptar la corrección; arrepentirnos y cambiar cuando sea necesario; permanecer fieles a esos votos para toda la vida.
¡Esas promesas son una gran exigencia si uno se las toma en serio! Cuando ahora pienso en ellas de nuevo, me pregunto cómo un ser común, débil y pecador puede aspirar a cumplir con esos votos tan abarcadores. Por supuesto, a veces he fallado en el cumplimiento de mis votos: me he resentido cuando alguien venía con una admonición; he refunfuñado ante ciertas tareas para las que no me sentía apto; me he callado la boca cuando pude haber dado testimonio de Jesús.
Pero ¿acaso los votos por sí mismos nos ayudan a mantenernos en el camino de la fidelidad? Creo que sí. Una escena de una película formuló esa pregunta en mi mente de una manera nueva. El reino de los cielos, la película de 2005 de Ridley Scott, cuenta una historia de ficción ambientada en la época de las cruzadas. En una escena Jerusalén está rodeada por un enorme ejército de musulmanes que intenta recuperar la ciudad. La mayoría de los habitantes de la ciudad son campesinos, hombres y mujeres ancianos, siervos y esclavos. No hay caballeros para defender la ciudad, con excepción de uno, Balián, a quien se le ha encomendado la defensa de la Jerusalén. El patriarca de Jerusalén se ha dado cuenta de que dicha defensa no tiene esperanza y quiere huir con Balián dejando a las personas a merced del ejército invasor, pero Balián se rehúsa a abandonar la ciudad. El patriarca intenta que Balián entre en razón diciéndole: “Mi señor, ¿cómo podremos defender Jerusalén sin caballeros? ¡No tenemos caballeros!”.
Balián responde diciendo: “¿De verdad?, mientras mira intensamente a un jovencito que es un siervo del patriarca. Balián dice al joven: “Tú naciste siervo. ¡Arrodíllate! ¡Cada soldado y cada hombre capaz de usar un arma, arrodíllese! ¡De rodillas!”. Después de que la multitud se arrodilla, Balián los guía para que hagan los votos de un caballero: “No tengáis miedo frente a vuestros enemigos. Sed valientes e íntegros para que Dios os pueda amar. Hablad con la verdad incluso si eso os conduce a la muerte. Proteged a los desamparados. ¡Ese es vuestro juramento! ¡Levantaos, caballeros! ¡Levantaos, caballeros!”.
El patriarca cree que Balián ha perdido el juicio y una vez más intenta convencerlo de su sinsentido burlándose de él: “¿Quién te crees que eres? ¿Vas a cambiar el mundo? ¿Acaso hacer de un hombre un caballero lo transforma en un mejor luchador?”. Y la respuesta sencilla de Balián es: “¡Sí!”.
Como pastor en mi comunidad (una de las tareas que la comunidad me solicitó) he tenido muchas oportunidades de conocer a jóvenes que deseaban hacer sus votos de membresía. A menudo he recordado la escena de Balián en las murallas de Jerusalén. De hecho, les he mostrado a muchos de ellos esa escena de la película para enfatizar la idea: hacer esos votos puede volverlos mejores luchadores por el reino de Dios. Una joven me escribió tiempo después:
Han pasado tres años desde que hice mis votos, y ya he fallado cientos de veces en su cumplimiento. Pero eso no ha cambiado la realidad de esos votos para mí. Siempre están allí para respaldarme y reafirmarme. No puedo imaginar dónde estaría si hubiera huido de ese compromiso con Jesús, pero sin duda no estaría aquí, en la iglesia. Necesito esos votos, manifestados frente a la congregación, para mantenerme firme en mi compromiso.
Desde mi bautismo, ha habido varias veces en que la tragedia ha puesto a prueba mi fe. Hace poco llegué a un punto donde no podía decir con certeza que creía en algo o que esperaba algo, sino que solo podía aferrarme al conocimiento de que hubo un tiempo cuando tuve certezas, e intenté permanecer fiel todo lo que pude a aquello que sabía que alguna vez había tenido, y oré de nuevo por esa certeza. Es un tramo desértico de la vida que se vuelve peor, porque no se puede ver el final del mismo, pero mis votos me sostuvieron cuando no hubiera podido tener la fuerza para continuar. He descubierto que crisis de fe así, al desafiar mi compromiso, finalmente lo fortalecen.
Lo que esa joven describe es algo que también he escuchado de otros quienes, cuando atravesaban momentos difíciles en su vida, han regresado a sus votos y han recordado el momento en que los hicieron. Puedo recordarles que sus hermanos y hermanas que escucharon sus votos y que han hecho los mismos votos caminarán junto a ellos y los apoyarán a través de esos momentos difíciles.
Durante un servicio de culto semanal reciente (aquí la comunidad se reúne la mayoría de las noches, al aire libre, cuando el tiempo lo permite) estábamos debatiendo acerca del compromiso. Uno de los hermanos mayores presentó la siguiente analogía, citada de manera libre de un libro de Eugene H. Peterson, The Unnecessary Pastor:
Cuando los montañistas están escalando rutas particularmente peligrosas, usan algo llamado clavija, una estaca de metal que introducen en la pared de roca, y luego pasan su soga a través de ella para asegurarse de no caer. Cada vez que hacemos un voto como, por ejemplo, en el bautismo o en el matrimonio, estamos ajustando una nueva clavija para nosotros. A medida que continuamos escalando, podríamos resbalar un poco o incluso caer, pero esa clavija estará ahí para que no caigamos. Podríamos incluso descender un poco e intentar encontrar otra ruta rumbo a la cima, pero cuando nos damos cuenta de que no hay otra ruta y regresamos a donde comenzamos, esas clavijas aún están allí para sostenernos con firmeza mientras escalamos.
Los votos son importantes, ya sea que se trate de votos de matrimonio, votos de membresía o votos personales que la gente hace para que los ayuden a recordar qué tipo de persona desean ser. Está claro: Dios escucha nuestros votos y los honra. A través del Espíritu Santo nos impulsa a la acción y a la fidelidad. Los votos no se refieren a cuán buenos e inteligentes somos o cuánta fuerza de voluntad tenemos. Se refieren a qué tipo de persona Dios quiere que seamos y qué queremos ser nosotros. Al final, ¿esos votos nos hacen mejores luchadores para Dios? Junto con Balián, creo firmemente que la respuesta es “¡Sí!”.
Traducción de Claudia Amengual