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Cuando evitamos el conflicto o nos apartamos de los que se convierten en una fuente de dolor, perdemos la oportunidad de convertirnos en la clase de comunidad que nos puede ayudar a cambiar. Al distanciarnos selectivamente de los demás, manteniendo nuestras opciones relacionales siempre abiertas y fluidas, perpetuamos la mentira de que el conflicto es un mal que debe evitarse. Pero, al aceptar el conflicto, aprendemos que el quebrantamiento que existe en otros seguramente también reside en nosotros, y que Cristo puede sanar el dolor que todos compartimos.


Fuente: La bendición del conflicto