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El Rey ha entrado en la ciudad donde hallará su trono. Sólo que ha entrado —como anunció el viejo profeta— “mansamente”, quietamente, sin violencias. Porque su fuerza conquistadora es la fuerza terriblemente mansa del amor. Porque su trono, desde el cual conquistará los corazones y regirá la procesión de las edades, no es el de oro y marfil de los Herodes corrompidos y los Pilatos vacilantes, sino aquel de tosca madera y abiertos brazos que está próximo a levantarse en el Calvario. 


Fuente: Las manos de Cristo