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La cruz nos enseña cómo morir, no cómo matar; a dar nuestra vida, no a quitar la vida de otros. En la cruz, la gloria de Jesús, su divina dignidad, se vuelve supremamente manifiesta, así como la nuestra. Aquí está el tesoro de nuestra sacralidad personal. El baluarte de la muerte ha sido vencido por el amor altruista. Ya no estamos bajo su dominio, ya no más bajo los preceptos de tener que quitar la vida para proteger la vida. El Hijo de Dios redime la imagen dañada en todos nosotros para que nosotros, hijos e hijas de Dios, seamos capaces de vencer cada arma de la muerte. A través de Cristo podemos libremente, incluso alegremente, entregar nuestra vida, aun si eso significa nuestra propia muerte. Los preceptos de muerte, con su “conspiración contra la vida”, no son invencibles ni inevitables. 


Fuente: "¿La vida humana es siempre sagrada?