Escrito como introducción al nuevo testamento, El NT y su mensaje por Juan Mateos nos anima y desafía para seguir más fielmente a Jesús hoy en día. Extraído de Nuevo Testamento. Con comentarios y notas exegéticas, disponible de Ediciones Cristiandad.
Por definición, el grupo no vive para sí mismo, los discípulos son «pescadores de hombres» que tratan de atraer a otros a la nueva manera de vida. Esto no se hace por afán de imponer las propias ideas, sino por la experiencia de la propia felicidad: el que ha encontrado el tesoro y la perla quiere que los demás los encuentren también (Mt 13,44-46).
Para la misión, lo primero de todo, lo más importante, es la existencia del grupo mismo. Si no existe la nueva sociedad de hermanos como Jesús la quiso, todo es inútil, no hay nada que ofrecer más que palabras e ideas sin realidad. Tiene que verse que el amor y la felicidad son posibles. Da pena ver cristianos amargados que intentan hacer felices a los demás sin tener ellos experiencia de lo que es la alergia y la paz cristiana. La renuncia a los valores del mundo se hace «por la alegría» de haber encontrado el tesoro (Mt 13,44).
El grupo debe ser visible y ha de percibirse a su alrededor el bien que hace (Mt 5,14-16); hay que proclamar el mensaje sin miedo (Mt 10,26-27), pero con prudencia (Mt 7,6; 10,16).
El que anuncia la buena noticia aparece en el Evangelio (Mt 10,5-15) como pobre (sin dinero, sin provisiones), amable (saludar), sencillo (aceptar la hospitalidad), no exigente (no andar cambiando de casa, Mc 6,10), eficaz, convencido de la urgencia de su trabajo (no perder el tiempo con saludos interminables, Lc 10,4), y de la seriedad e importancia de su misión (si no escuchan, echárselo en cara sacudiendo el polvo de las sandalias). Demuestra la realidad de la salvación curando enfermos y expulsando demonios. Es decir, el envido personifica en cierto modo la comunidad a que pertenece, su manera de presentarse y de obrar hace visible lo que vive y ofrece la salvación que ya conoce.
San Juan expresa la misión de esta manera: ser instrumento del Espíritu de Dios en su testimonio contra el mundo. El espíritu quiere probar al mundo que Jesús, el condenado, era inocente y tenía razón; que el mundo que lo condenó era el culpable y que además va a la ruina (15,26-27; 16,8-11). Los cristianos, por tanto, tienen que enfrentarse con el mundo para denunciar su maldad, como hacia Jesús (Jn 7,7). No se puede dejar al mundo tranquilo en su injusticia. Eso, necesariamente, provocará el odio del mundo, que perseguirá al grupo cristiano como hizo con Jesús (15,18-22; 16,1-4). No hay que desanimarse, la empresa es de Dios y Jesús ha vencido al mundo (16,33). A los que, ante esa denuncia guida por el Espíritu, reconozcan su error, se les perdonarán sus pecados; a los que se obstinen en su maldad, se les imputarán (20,21-23). Y hay que pedirle a Dios con insistencia que acabe con la injusticia en el mundo (Lc 18,1-8).
Otro aspecto importante de la misión es la actitud ante el dolor y la injusticia. No se puede ser indiferente ante el sufrimiento, cualquiera que sea. Nunca se negó Jesús a curar a un enfermo, ni pasó de largo ante el dolor de la madre viuda (Lc 7,11-17); atendió a los que le pedían por sus hijos (Mc 9,21-27; Jn 4,50) y al que tenía a su niña en las ultimas (Mc 5,22-24). Tuvo compasión de la ignorancia de la gente y les enseñaba sin cansarse (Mc 6,34); una multitud estuvo con él tres días enteros y les dio de comer cuando se les acabaron las provisiones (Mc 8,1-3). Y, nótese, todo esto lo hacía con personas que no iban a ser discípulos. No hacía el bien por proselitismo, sino por compasión. Muchas veces incluso prohibía publicarlo, todo lo contrario de usarlo como propaganda (Mc 1,44; 5,43; 7,36). Para Jesús la popularidad no es señal de éxito ni contribuye al reinado de Dios (Mc 1,35-39; 6,45; 7,24).
Como Jesús, los cristianos tienen que sentir lástima y pena por el dolor de los demás y estar dispuestos a ayudar para que mejore la situación: aquí viene el compromiso del grupo cristiano en la lucha contra la injusticia en el mundo. La primera tarea será concientizar a la gente, como hacia Jesús, abriéndoles los ojos para que perciban cuáles son las causas de sus males. Hay que desmentir los engaños que propone la sociedad y, el primero de ellos, que ser feliz consiste en tener, acaparar, ser rico, figurar y dominar. Hay que echar abajo los ídolos que crean las ideologías, de cualquier color que sean, y hacer hombres capaces de juzgar los hechos como son; es decir, hay que esforzarse por crear personas libres. En esto no hará el cristiano más que imitar lo que hizo Jesús con el pueblo de su tiempo.
Tendrá también que tomar iniciativas y apoyar las que existen para aliviar el dolor humano, la opresión y la injusticia, aunque sin adherirse a ideología de poder ni identificar esta actividad liberadora con el reinado de Dios. Combatir la injusticia es necesario y urgente, pero en medio de esta lucha el grupo cristiano debe acordarse siempre de que Jesús, al contrario de los zelotas, no identificaba el reinado de Dios con la reforma de las instituciones. Por mucho esfuerzo que se ponga, mientras el hombre no cambe y Dios no elimine de su corazón las ambiciones, la injusticia seguirá existiendo de una forma o de otra. Jesús enseña que dentro del sistema de dinero y poder no hay solución para ella; la salvación de la sociedad humana se encuentra sólo en el reinado de Dios, en el grupo de «los que eligen ser pobres», donde ambición y rivalidad están sustituidas por amor y hermandad. Y esto sólo Dios es capaz de realizarlo, creando hombres nuevos mediante su Espíritu.
De ahí el empeño que deben poner los que creen en Jesús por formar comunidades que vivan plenamente el mensaje.
La comunidad cristiana, Parte I
Extraído de Mateos, Juan, Nuevo Testamento. Con comentarios y notas exegéticas. Ediciones Cristiandad, 1975. Usado con permiso.
Imagen: Les Voyageurs por Jules Ernest Paul (detalle), Wikimedia Commons