«¡No vas a creerlo —decía la carta—. Tenemos una nueva visita en Woodcrest, y le está poniendo música a los poemas de tu esposo!» Era el año 1959, la escritora Lois Ann Domer, una entusiasta joven estadounidense en la comunidad del Bruderhof en Nueva York, que entonces tenía cinco años de su fundación. La destinataria de la carta era Emmy Arnold, quien con su esposo Eberhard, habían comenzado el Bruderhof en Alemania en 1920.
Tras la muerte de Eberhard en 1935, Emmy había conservado copias de la exuberante poesía de su esposo. Los primeros poemas fueron declaraciones de fidelidad de por vida de su joven pretendiente, cuyo amor por ella solo era superado por su amor por Jesús. Sus posteriores poemas hablaban, también, de las alegrías y desilusiones de la vida compartida en comunidad que habían emprendido. A lo largo de los años varios poemas habían sido musicalizados, pero quizá ninguno con la sensibilidad ahora expresada por la esposa de un joven ministro del Medio Oeste.
Marlys Blough nació en una granja de Illinois en 1926. Creció aprendiendo a cultivar la tierra, haciendo conservas, manejando un tractor y tocando música: a los seis años suplicaba por tener clases de piano, y a los doce ya tocaba el violín. En la escuela preuniversitaria añadió el tambor de caja para participar en la banda. Después se inscribió en el American Conservatory of Music de Chicago, para estudiar «piano, teoría, análisis, contrapunto y armonía; todas las grandes cosas que puedes hacer con la música».
Mientras tanto, Glenn Swinger, su futuro esposo, estudiaba en el Seminario Teológico Bethany. Se conocieron en el grupo de jóvenes de una congregación local de la Iglesia de los Hermanos. Él era el más alto de todos; cuando no estudiaba la Biblia jugaba básquetbol. También poseía «la voz de tenor natural más hermosa que jamás he escuchado», nos dice Marlys. Él también había crecido en una granja durante la época de la Gran Depresión. En las tardes le gustaba seguir el sonido de los espirituales gospel de las iglesias negras al cruzar la calle. La desaprobación de su madre no le impedía meterse por la puerta trasera para empaparse del sonido de la gloria de Dios. Nunca lo echaron.
Durante sus estudios en la escuela preuniversitaria, la universidad y el seminario, Glenn cantaba en los clubes de música y los grupos corales. Pero ahora estaba Marlys, y la esperanza de un futuro basado en la fe que compartían y su amor por la música. Se comprometieron en 1947, en el día de San Valentín, y se casaron al final de ese verano.
Luego siguió un pastorado de cinco años en los Ozarks; después otro de tres años en la Iglesia de los Hermanos Roanoke en Luisiana. Para entonces ya eran padres de dos niñas y dos niños.
Pero —recuerda Marlys— «Glenn siempre se sintió impulsado hacia un camino más radical, a una manera de vivir el Sermón del monte. En nuestro tercer año en la iglesia de Roanoke dijo que ya no aguantaba más, porque sentía que realmente no estábamos sirviendo a Jesús». Cuestiones importantes sobre pobreza, desigualdad y guerras injustas requerían una respuesta, pero plantearlas a la iglesia tendía a crear un fuerte silencio. Un grupo de sus amigos tenía una insatisfacción creciente, y ya fuera solos o en parejas comenzaron a atravesar el país hasta Woodcrest, la primera comunidad del Bruderhof en Norteamérica.
En la década de 1950, Woodcrest le dio la bienvenida a las oleadas de personas de todo el país, quienes buscaban una manera de vivir el Sermón del monte. Glenn y Marlys quedaron impactados por la vida sencilla pero alegre que encontraron. Ellos y sus hijos fueron atraídos de inmediato al torbellino de la vida compartida en comunidad.
En este contexto, el talento musical de Marlys se convirtió en un llamado. Aquí había un coro de la comunidad con doscientas voces, deseosas de aprender algo de los grandes oratorios. De la multitud diversa surgió una orquesta, ¿pero quién podría dirigir a esa amplia variedad de cantantes y músicos en el Elías de Mendelshon? Desde el piano en medio de la sala, Marlys marcaba las partes vocales y cubría las partes instrumentales que faltaban.
Pero no tardó mucho tiempo en comenzar a componer su propia música. Cuando la comunidad anticipaba el bautismo de algunos de sus amigos cercanos —recuerda Marlys—, «estaba muy conmovida y quería participar de alguna manera». Y lo hizo escribiendo una poderosa interpretación del Salmo 130-1: «A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo».
La apertura de su puesta en escena comienza con sonido de cuerdas y el coro, atado a la tierra y arrastrándose clamando por toda la agobiada humanidad: «Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?». Entonces las voces y el violín se armonizan en el eco del salmo que encontramos en Isaías: «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo!», ofreciendo una esperanza que parece inalcanzable: «Pero en ti se halla perdón». Y con una oración que se eleva a las alturas viene la gozosa certeza: «Espero al Señor con toda el alma, más que los centinelas la mañana».
En agosto de 1968, los Swinger hicieron su compromiso formal como miembros del Bruderhof. Su decisión los mantuvo distanciados de su familia durante años (una ruptura que al final sanaron), pero para entonces sabían con certeza que esta era la vida para ellos.
Entre las muchas familias que los Swinger pronto llegaron a conocer en Woodcrest estaban los Clement: Jane, una poetisa, y Bob, un abogado. La primera colaboración de Jane Tyson Clement y Marlys Swinger fue para ese fin. Jane llegó una noche con tres versos anotados en un papel.
Pequeñas golondrinas azules sobrevuelan el campo,
el viento del sur sopla sobre la colina
el pino se yergue alto, oscuro y quieto,
Ven, amado mío...
Pequeñas golondrinas azules interpretada en guitarra
Una joven pareja se iba a casar en unas semanas. ¿Acaso Marlys pensaría convertir el poema en una canción para su boda? Lo hizo, y a partir de ese momento ninguna boda podía celebrarse sin una canción original de Clement y Swinger. De igual manera, cada nuevo bebé fue la ocasión para una canción de cuna. El coro de la escuela preuniversitaria cantaba divertidas melodías de otoño, y los niños de primaria tenían su propia cantata de Pascua, con canciones que reflejaban el toque naturalista de Jane: azafranes brotando de la tierra congelada, palomillas irrumpiendo de los capullos, y pájaros regresando al norte.
Una Navidad los Swinger recibieron un librito de poemas de Georg Johannes Gick. Escrito en Alemania, The Shepherd’s Pipe (La pipa del pastor), es un ciclo de poemas que da voz al escenario de la natividad: el establo rústico, el camino que lleva hasta él, el árbol de tilo que cuelga de la ventana, las estrellas que brillan a través del techo, una vela iluminando al niño para todos los que llegan a arrodillarse ante él. Para la Navidad siguiente, Marlys había convertido los poemas en una cantata para el coro infantil. Con sus hermosas armonías en dos partes, The Shepherd’s Pipe brilló en el oscuro salón de reunión como la vela en el pesebre.
Marlys también compuso música para los poemas de Philip Britts, un joven agricultor cuya poesía sobria y poderosa acaba de publicarse en Water at the Roots (Plough, 2018). Además completó varias cantatas: 1 Corintios 13, las profecías mesiánicas de Isaías, la historia de la natividad; así como arreglos de los himnos cristianos primitivos. Pero quizá lo más significativo para el Bruderhof en la década de 1960, cuando reestablecían de nuevo sus raíces tras años de turbulencias, fueron las palabras redescubiertas de Eberhard Arnold. Para las docenas de nuevos miembros estadounidenses esto representó un conducto a los comienzos de la vida radical que habían elegido. Aquí había canciones de una fe ardiente que se había forjado firmemente a través de las dificultades, cantos de renovación y arrepentimiento, de la unidad concedida a los creyentes de «una mente y un corazón».
The Love of Jesus (El amor de Jesús) interpretada por Harmonic Brass
¿Qué impulso o gracia atrajo a estos músicos y poetas a una comunidad donde el canto desempeña una función tan vital? Desde sus comienzos, cientos de canciones sobre la naturaleza, las estaciones, la risa, el amor y la fe han sido parte esencial de la vida del Bruderhof. Daniel Berrigan, el activista jesuita, recordó en una carta: «¡Santo Dios! Ellos cantan a la mínima provocación. Y cantan como ángeles».
Aunque hoy día cualquier niño del Bruderhof canta canciones de Marlys Swinger, yo no la conocía personalmente antes de que su nieto Jason me pidiera matrimonio. Unos meses antes de la boda, me mudé a la comunidad donde ella vivía. Su felicidad por nuestro casamiento la hizo relucir como una novia. Mi recuerdo más preciado de aquellos días fue la tarde que pasamos con la abuela Marlys, cantando muchas canciones de Eberhard Arnold, y escuchando sus memorias del tiempo cuando descubrió por primera vez sus poemas y escuchó las melodías en su mente.
Cuando llevamos a casa a la pequeña Marlys —nuestra primera hija—, nos encontramos con una arrulladora y divertida cancioncita de cuna, compuesta en la premura de un día y que la esperaba en la cuna para darle la bienvenida. Esa bebé ahora tiene diez años, y su bisabuela todavía está fuerte, esperando cumplir sus noventa y dos. El piano en su sala para nada acumula polvo. Este año está componiendo un oratorio basado en el Evangelio de Juan.
Marlys prefiere componer nueva música que hablar sobre lo que ha compuesto en el pasado. Para ella la vida es para cantarse, y si no hay una canción para expresarla, bueno, entonces debería haberla.
Trato de imaginar otras trayectorias que podría haber tenido su vida. ¿Un paso directo del conservatorio a la sala de conciertos? ¿La composición de nuevos himnos en la Iglesia de los Hermanos? ¿Un coro infantil en las montañas Ozark? Todas buenas opciones, especialmente cuando se dedican a Dios, como seguramente lo habrían sido. Pero por más que trato, no me la imagino ni la escucho en ellas. Estaba destinada para venir a este lugar de muchas voces.
Traducción de Raúl Serradell
Fotografías cortesía de la familia Swinger