En esta entrevista, Susannah Black Roberts, de la editorial Plough, conversa con el artista Makoto Fujimura acerca del cuidado de la cultura como un antídoto a la guerra cultural.

Susannah Black Roberts: En todo lo que has escrito sobre tu obra artística y el accionar del cuidado de la cultura, has hecho énfasis en la capacidad generativa. ¿Qué relación existe entre acción generativa y reparación? ¿Puedes explicarnos la distinción que haces entre “arreglar” y “crear”, tanto en la teología como en el arte?

Makoto Fujimura: Sí, la reparación puede ser generativa, pero solo si aprendemos a observar y considerar que las piezas fragmentadas tienen su propia belleza. Según la concepción industrial de Occidente, lo que está roto, lo imperfecto, se debe “arreglar” a fin de eliminar todas las imperfecciones; de lo contrario, hay que desecharlo. En mi último libro Art and Faith (Arte y fe), escribí sobre las apariciones de Jesús después de su resurrección. No solo regresó como un ser humano glorificado, después de cargar nuestros dolores y transgresiones en la cruz, sino que regresó como un ser humano glorificado ¡lastimado! Las heridas glorificadas de Cristo resucitado pueden hacer que la teología se abra a una nueva perspectiva de la relación entre creación artística y construcción de cultura.  

Tu padre trabajó en el campo de la lingüística y la informática, y tú pareces estar más abierto que otros artistas a los grandes modelos lingüísticos y otras herramientas de inteligencia artificial. Sin embargo, tu profundo respeto por la singularidad de la creación humana debe generarte algún tipo de conflicto con las aplicaciones de IA que supuestamente crean arte. ¿Cómo evalúas estas nuevas tecnologías desde una perspectiva filosófica, teológica y práctica?

Crecí en la conocida comunidad Bell Labs, en Murray Hill, Nueva Jersey, de modo que es posible que mi postura frente a la tecnología sea diferente a la de otros artistas. Allí, a comienzos de los años setenta, Lillian Schwartz creó imágenes generadas por computadora, y Max Mathews logró sintetizar el sonido de un instrumento en una computadora, lo cual derivó en el software de simulación acústica Max que aún hoy se sigue usando. Lo que ahora vemos no es más que es un extraordinario desarrollo, a partir de aquellos primeros experimentos, de la capacidad de las supercomputadoras para reconocer patrones. Pero la máquinas no son (aún) “inteligentes”, de modo que la inteligencia artificial no es un descriptor real de lo que está ocurriendo. Creo que el fenómeno del ChatGPT es simplemente una extensión de la capacidad de reconocer patrones que le permite a la máquina recopilar y cotejar miles de millones de datos, sin tener criterio propio ni sensibilidad estética. Claro que una persona puede introducir esa capacidad de discernimiento, pero entonces estamos usando la computadora como una herramienta, de la misma manera en que uso un pincel como un recurso tecnológico, como una herramienta.

Tenemos en nuestras manos enorme poder para crear shalom generativo en abundancia, o bien para destruir el mundo muchas veces. Claro que la creatividad y la tecnología humanas son peligrosas; basta visitar Hiroshima o Nagasaki para comprobar hasta dónde llega nuestro poder de destrucción. Pero también nos fue dada la capacidad de discernir, de encauzar y administrar ese poder. Una función del arte es estimular a la imaginación a lanzarse a la búsqueda del futuro, no solo en este lado de la eternidad, sino también, de manera misteriosa, al otro lado. La nueva creación no alcanza a realizarse completamente sin nuestra participación (así como no hay Eucaristía sin pan y vino). Por lo tanto, los artistas y los cristianos son futuristas; nuestra tarea es crear el futuro como tendría que ser. La pregunta que surge es: ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué podemos crear hoy que santifique nuestra imaginación, en lugar de usarla con afán de poder y destrucción? En Nueva York, estuve parado donde estaban las cenizas de la Zona Cero, reflexionando sobre Hiroshima y Nagasaki. Mi obra artística fue una manera de descubrir lo imposible de tal reflexión.

Hay personas que sostienen que hoy vivimos en una sociedad más hostil al cristianismo que en el pasado. Como artista y creyente, ¿cómo reaccionas ante esa hostilidad presente en la cultura? ¿Será demasiado tarde para lo que has llamado “el cuidado de la cultura”?

En los noventa, cualquier idea de trascendencia, o incluso hacer referencia a la fundamentación del bien y la verdad, se consideraba algo dudoso, cuando no una amenaza al relativismo imperante. En el mundo artístico, la belleza era tabú. Si te identificabas como cristiano y creabas belleza, como era mi caso, de inmediato eras calificado de amenaza “externa” a la corriente mayoritaria.

Tim Keller me ayudó a comprender que aun en aguas infestadas de tiburones, en medio de una ciudad sumida en la desesperación, nosotros debemos crear belleza. La idea del “cuidado de la cultura” es proponernos amar a la cultura como exiliados en “la Babilonia” donde fuimos llamados a servir. El cuidado de la cultura es una propuesta no violenta, un antídoto contra una mentalidad de guerra cultural donde el miedo a la escasez reina. La cultura del cuidado siempre busca “plantar huertos” (como dice Jeremías 29), incluso sobre las cenizas de la Zona Cero, a fin de que las generaciones futuras vean cómo esa ciudad, que supo ser enemiga del evangelio, es ahora próspera en virtud del trabajo fiel que realizaron sus hijos. Hacer realidad el cuidado de la cultura significa vivir con actitud generativa y crear manifestando el “fruto del Espíritu” de Gálatas 5. Esta ha sido siempre la tarea encomendada a los seguidores de Cristo, incluso en la tierra hostil del exilio.

Aguileñas – Estudio, oro y pigmentos minerales sobre papel kumohada. Arte copyright © 2010 Makoto Fujimura. Usado con permiso.

En relación con esto, con frecuencia oímos decir que estamos en una guerra cultural: el término acuñado por James Davison Hunter, que ahora han adoptado muchos autoproclamados guerreros culturales. Tú encaraste esto de manera explícita al oponer el cuidado de la cultura a la guerra cultural. Mi impresión es que la tentación a optar por la guerra va en aumento. Frente a esta tentación, ¿cómo se entiende el accionar del cuidado de la cultura? ¿Es posible que el cuidado de la cultura dé respuesta a la creciente polarización de nuestra sociedad? ¿De qué manera puede la cultura promover la convivencia que es esencial para el bien común político? ¿Acaso puede crear algo bello a partir de los pedazos de una sociedad fragmentada, como haría un artista de kintsugi con un bol de té quebrado?

Cuando James Hunter acuñó el término no estaba avalando la guerra cultural, sino que, como sociólogo, veía que ese discurso confrontativo dañaría significativamente el discurso democrático. Su libro Culture Wars (Las guerras culturales) fue sin duda profético, y ahora, después de muchos años, estamos cosechando la cizaña sembrada por esas guerras.

Pero imagina la angustia de quienes vivían en la Palestina del siglo primero, en la región donde Jesús creció. ¿Vivían con temor? ¿Vivían bajo amenaza? ¡Sí! No había garantía de futuro ni de seguridad para la familia de María y José. Sin embargo, Jesús enseñó a amar a los enemigos. El trabajo del artista es esencialmente mirar “las aves del cielo” y observar a “los lirios del campo” –un mandamiento de nuestro Salvador, que también se encuentra en Mateo 6–, en lugar de preocuparse por cómo van a vestirse o qué comerán o beberán. El arte puede ser una manera de “amar a nuestros enemigos”, que es el acto más transgresor de la cultura.

Históricamente, en Nazaret, en el siglo primero, en Japón, en el siglo XVI, o en Estados Unidos durante la devastadora guerra civil del siglo XIX, la gente lo pasó mucho peor que nosotros en términos de conflictos armados y enemistad cultural. Los cristianos siempre estamos llamados a amar con valentía en medio de naciones enemistadas y luchas tribales. El kintsugi (surgido durante las guerras en el Japón feudal, en el siglo XVI) es una bella metáfora, que últimamente hemos visto con frecuencia en expresiones de la cultura pop, desde Ted Lasso hasta La guerra de las galaxias. El arte kintsugi consiste en “reparar para crear algo nuevo”, en lugar de “arreglar”. Primero se observan las fracturas y luego se las embellece; se utiliza oro y una resina japonesa para resaltar la belleza de las fracturas, en lugar de ocultarlas. Como el cuerpo quebrantado de Cristo, la iglesia debe mostrar el camino y ser modelo de este tipo de reparación para un mundo doliente y fracturado. Debemos valorar a las personas, con sus diferencias, cada una con sus propios quebrantos. Debemos recordar que nosotros, como cristianos, somos un mosaico de fragmentos que solo en Cristo logra unirse. El arte para generar kintsugi puede ser el puente que acerque a las personas escépticas a una comunidad auténticamente frágil y quebrada, que solo nuestro Salvador kintsugi puede hacer hermosa.

Frente a la percepción bastante extendida de que la cultura contemporánea carece de encanto o raíces, muchas personas expresan su anhelo de belleza. ¿El arte puede dar respuesta a este anhelo de arraigo y belleza? ¿Puede crear una nación que incluya a cristianos y no cristianos, republicanos y demócratas, inmigrantes del pasado y del presente, mediante una reparación yobitsugi política y cultural?

El yobitsugi, una técnica derivada del kintsugi que une intencionadamente fragmentos de diferente origen, es una metáfora potente para el futuro de nuestra sociedad. 

Primero, debemos reconfigurar nuestra concepción de la belleza, superando el concepto occidental dictado por la industria, la cosmética, donde se valora lo perfecto e inmaculado, para aceptar la idea de belleza imperfecta, fragmentada de Oriente. La brecha ideológica, presente tanto en filas conservadoras como liberales, tiene sus raíces en una manera binaria de “buscar un chivo expiatorio”, de identificar culpables a partir de lo que consideramos imperfecciones imperdonables. Vemos esas fracturas a través de la lente inmaculada que nuestros ídolos ideológicos nos imponen.

El arte puede inspirar una contemplación más profunda, física y mental, que nos lleve a dejar de culpar a otros (o a los políticos), y, en lugar de ello, preguntarnos: ¿qué necesito reparar y hacer nuevo en mí? Cuando logramos dar ese paso, cuando contemplamos en profundidad nuestra alma y los bordes de nuestras fracturas, descubrimos que necesitamos unos de otros y de la comunidad (incluso de nuestros enemigos) para nuestra completa sanación.


Esta entrevista, realizada en inglés el 10 de septiembre de 2023, ha sido editado para acortar su extensión y mejorar su claridad. Traducción de Nora Redaelli.