Hacia el anochecer, después de descansar bien, José y María querían continuar viajando hacia Egipto. Primero, José montó el buey y continuó adelante al otro lado de una colina, para pedir indicaciones. “No debemos de estar lejos de Egipto”, pensó.
Mientras tanto, María esperaba bajo unas palmeras, con el niño en su regazo. Entonces, pasó por allí un ladrón llamado Horrífico, conocido a lo largo y ancho de la región como el ladrón más terrible de todo el desierto.
La yerba se postró ante él, las palmeras temblaron y le echaron dátiles en su gorra, y hasta el león más fuerte metió la cola entre las piernas cuando vio a la distancia los pantalones rojos del ladrón.
Tenía siete puñales en el cinturón, tan agudos como para cortar el viento. En su lado izquierdo colgaba su sable y en el hombro llevaba un garrote tachonado con colas de alacranes.
“¡Ja!”, gritó el ladrón, sacando su sable.
“Buenas noches”, dijo María. “Más bajito, por favor; el niño está durmiendo”.
Al ladrón esto le dejó sin aliento. En su incomodidad, cortó la punta de un cardo con su sable. “Yo soy el ladrón Horrífico”, gruñó él. “Yo he hecho muchas cosas terribles…”.
“¡Que Dios te perdone!”, respondió María.
“¡Déjame terminar!”, silbó el ladrón roncamente. “Y ahora voy a quitarle el niño”.
“Eso es muy malo”, dijo María, “pero lo peor es que tú estás mintiendo”.
En este momento se oyó una risita en un arbusto cercano y el ladrón saltó hacia arriba conmocionado. Nunca antes alguien se había atrevido a reírse en su presencia. Solo eran los angelitos que habían viajado con el bebé. Habían huido al principio, pero ahora estaban sentaditos juntos en las ramas bajas para ver qué iba a pasar.
“¿No tienes miedo de mí?”, preguntó en ladrón con voz pequeña.
“¡Oh, hermano horrífico!”, dijo María, “qué hombre tan chistoso eres”.
Esto de ser llamado “hermano” llegó al corazón del ladrón porque, para decir la verdad, su corazón era tan tierno como hecho de cera. Cuando él todavía era bebé, la gente que había ido a verlo decía: “¡Ay de nosotros! ¿No se parece a un ladrón?” Y, mientras crecía, todos corrían en otra dirección y dejaban caer lo que llevaban cuando lo veían acercarse. Así que, Horrífico vivió bastante cómodo y ganó una reputación terrible, aunque nunca le quitaba nada a nadie directamente, y mucho menos hiría a alguien. Por eso, este ladrón terrible se sintió muy bien al encontrar, finalmente, a alguien que no le tenía miedo.
Después de una pausa y recomponerse, él dijo, “quiero darle un regalo a tu niñito, pero en mi bolso solo tengo bienes adquiridos por medios deshonestos. Si estás de acuerdo, quiero bailar para él”.
El ladrón Horrífico bailó, ¡y lo hizo tan bien!, como ningún ser vivo había visto antes o después. Alzó el sable encima de la cabeza y giró las piernas allí y allá, tan gracioso como un antílope, y tan rápido, que ya no podía contar las vueltas. Él lanzó los siete puñales al aire y saltó a través del viento, mientras fue cortado a pedazos y, como una llama de fuego, descendió girando la tierra, para seguir su danza vigorosa.
Tan hábilmente bailó el ladrón y era tan magnificente mirarlo —con sus aretes, su cinturón bordado y las plumas bonitas en su gorra—, que los ojos de María se pusieron a parpadear. Hasta los animales del desierto se acercaron a ver. La regia serpiente de cascabel, la rata canguro y el chacal, pararon todos en un círculo alrededor del ladrón y golpearon al ritmo sus colas en la arena. Por fin, el ladrón cayó rendido a los pies de María y, de inmediato, se durmió.
Cuando se despertó, hacía mucho tiempo que José y María ya habían continuado el viaje. Él siguió su camino, aturdido, y pronto se dio cuenta de que ya nadie le tenía miedo; incluso algunos se acercaron hasta él para saludarlo.
“¡Él tiene un corazón tierno!”, dijo la rata canguro a todos.
“El bailó para el niñito”, silbó la serpiente de cascabel.
Así que Horrífico permaneció en el desierto. Dejó su nombre terrible y se convirtió en un amigo cariñoso para todos.
Traducción de Coretta Thomson