¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!
Este testimonio de Juan es el corazón y la joya de todo el evangelio. Es cierto, Juan fue silenciado por una muerte sangrienta, pero los apóstoles siguieron proclamando: "¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" Ellos también murieron, pero este evangelio resuena a través de los siglos y santifica a los apóstoles. Y cuando hoy la iglesia del Señor se reúne para celebrar la Santa Cena, mira al crucificado y miles de voces cantan: "¡Oh, Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y danos tu paz!".
A menudo nos agobian el trabajo, las preocupaciones y el sufrimiento, pero si tuviéramos que soportar todo el peso de nuestro pecado y culpa, nos hundiríamos en la noche eterna. El madero de la cruz que el Señor llevó al Gólgota sobre sus hombros desgarrados y sangrantes era pesado, pero más pesada era la carga invisible que reposaba en ese madero maldito. En realidad, no fue el pecado de un solo hombre, sino el pecado, la culpa y la muerte de toda la humanidad, lo que fue puesto sobre el Cordero de Dios. La época de la Cuaresma nos invita a que miremos bien a este Cordero, además, Juan nos exhorta con su afirmación: "Aquí tienen".
Debemos elevar nuestra mirada al crucificado, que llevó nuestra carga y expió nuestra culpa.
Así como una vez los hijos de Israel en el desierto, buscando ayuda de las mordeduras de feroces serpientes, miraban a la serpiente de bronce; de igual manera, nosotros debemos elevar nuestra mirada al crucificado, que llevó nuestra carga y expió nuestra culpa. Debemos mirarlo con una fe cada vez más plena, profunda y agradecida; y para ello, se necesitan ojos nuevos y puros. Debemos rogar por estos, si queremos comprender el sufrimiento de nuestro redentor en lo más profundo de nuestros corazones.
Con estos ojos, mi alma, contempla al sufrido salvador. Míralo en el jardín de Getsemaní a la sombra de la noche, con el rostro caído, luchando contra la muerte y sudando gotas de sangre. Míralo en la sala del juicio, soportando en silencio los azotes del cruel verdugo, las escupidas y una corona de espinas. Toma tu lugar debajo de la cruz en el Gólgota y escucha las siete últimas palabras del moribundo. Mira las heridas sangrientas en su cabeza, sus extremidades temblando de dolor y sus ojos llenos de lágrimas.
Mira aún más profundo, en el corazón de Jesús, y observa la obediencia a su Padre y su compasión por ti. Mira su corazón roto y su cabeza inclinada. Mira hasta que tu corazón también se quebrante de dolor y amor, y tus ojos se inunden con lágrimas de gratitud. Todos los que lo miran y lo llevan en el alma de esta manera, forman la gran iglesia invisible de Dios aquí en la tierra, que se revelará el día de la gloria. Ella verá al Cordero de nuevo como su glorificado y eterno rey. Entonces, experimentará la profecía de la nueva alianza: "El Cordero que está en el trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios les enjugará toda lágrima de sus ojos" (Apocalipsis 7:17).
Extraído de The Crucified Is My Love. Traducción de Clara Beltrán.