Hay huellas que solo se llenan de sentido cuando el exterior las reconoce. De ahí que las huellas pertenezcan, además, al que las mira. Según David Gómez —fundador del Museo Popular de Siloé y quien ofrece visitas guiadas para contar la historia de los barrios que componen la comuna veinte de Cali— y otros habitantes del sector, la estrella de Siloé es una huella lejana de la de Belén: “El profesor Alberto Marulanda Palacios fue uno de los primeros en notar que todo esto parecía un pesebre natural”, comenta David, haciendo un barrido con su brazo por encima de las casas. Especialmente en las noches, cuando aún no había energía y se alumbraba con lámparas de petróleo: desde la parte baja de la ciudad, se podían ver un montón de lucecitas cayendo en picada, como una frondosa cortina de planctom ;luminoso sobre el cerro.
Recordemos que un pesebre es una composición que representa el nacimiento del niño Jesús. En él se instalan los personajes que participaron de la escena bíblica. Un pesebre, como todo acto creativo, impone su propia escala, por eso es normal que las figuras difieran en sus tamaños, formas y materiales. Por esa arquitectura improvisada, adquiere sentido la metáfora del profesor Marulanda. Siloé era un pesebre en tanto creación espontánea y comunitaria. Un proyecto en continua reconstrucción: desde principios del siglo XX empezaron a levantar las casas con cartón, guadua, bahareque y, cuando la situación lo permite, se mejora con ladrillo y cemento. Lo normal es dejar las varillas estructurales al aire libre, como una promesa de que vendrá el próximo piso. Pero las casas, a veces, se derrumban o son destruidas por las fuerzas estatales, que todavía reclaman ciertos territorios de Siloé. Entonces, la comuna se reconstruye, impone su tiempo y sus formas al resto de la ciudad.
Como a este pesebre vivo le faltaba la estrella guía, cuentan David y doña Leticia Loaiza, el profesor Marulanda convenció a algunos padres de familia de la comuna para colocar un lucero en Siloé. Durante diez años reunió esfuerzos y capitales para construir lo que sería un pentágono de guadua. Su idea era instalarlo en la parte más alta de un tanque de Empresas Públicas de Cali y, a pesar de la negativa inicial de Julio Mendoza Durán, gerente de Emcali, la iniciativa comunitaria continuó firme. Luego de recapacitar o por oportunismo político, Mendoza Durán dijo que no solo prestaría el tanque, sino que mandaría a construir una estructura de metal y la iluminaría con el alumbrado público del municipio. De esa manera, la estrella se convirtió en uno de los principales atractivos del alumbrado navideño de Cali. Su inauguración en diciembre de 1973 fue todo un acontecimiento, que el Diario de Occidente reportó como “un espectáculo visible desde cualquier lugar de la ciudad y aún de algunas regiones vallecaucanas, pues fue ubicado en una colina estratégicamente escogida para tal efecto”. No hay que olvidar que la luz viaja en todas las direcciones y que nosotros la vemos porque ella nos ha encontrado primero. Es la estrella, junto con las masas que han sido atraídas, la que nos mira desde el cerro. Y nos convoca. Y nos desborda, como toda huella, porque nos hace ver lo que falta.
Aunque hay quienes ven un estigma en lugar de luz. John Guevara, líder social del sector de la estrella, me dijo que algunas personas prefieren no mencionar que viven en dicha zona, la más alta y fresca de todo Siloé. Esto para evitar que les cierren las puertas en trabajos o para ahorrarse la sospecha de las miradas ajenas. De ahí que él, junto con otros muchachos y un youtuber, que se hace llamar El Traveler, se están organizando para ofrecer recorridos turísticos por la comuna. Estos, a diferencia de algunos que ya existen, se harán caminando: “la idea es que la gente suba para que vea cómo se ve todo desde acá arriba, desde mi sector”, comenta John. Y si bien es cierto que la palabra turismo suele levantar suspicacias, es verdad que una caminata por la comuna es suficiente para desnaturalizar el teatro de sombras aumentadas que las huellas han dejado.
El recorrido incluye el mirador desde donde se ve la ciudad, todo Siloé y el velo de la estrella. Se sube por la carretera que lleva al barrio Mónaco, por la que se puede salir al Pacífico; esta ruta que es custodiada por el Ejército Nacional, ya que fue camino de escape para grupos armados, como el M19 —una extinta guerrilla urbana—. David expone en el museo Popular de Siloé algunos objetos que sobrevivieron a los bombardeos, los cuales estaban en el campamento que el “M” instaló en las inmediaciones de las casas. Se sigue por un camino destapado, que limita con la mansión de Chupeta —narcotraficante reconocido por las cirugías plásticas con las que esperaba burlar a las autoridades—, y se llega al mirador, una llanura propicia para elevar cometas.
Actualmente, la estrella es parte del alumbrado público de Cali, por lo tanto, cuando la ciudad se enciende, también lo hace su farol. A partir de 2007 la convirtieron en una estrella de dieciséis puntas y de veinte metros de altura, que alumbra las trescientos sesenta y cinco noches del año. Vista desde atrás, desde el mirador, se puede hacer una verdadera genealogía material de las formas. La huella se mezcla con las pisadas lumínicas de los demás. La estrella de Siloé es la más grande, imponente, mas no la única. La acompañan otras constelaciones: las luces de las casas, de los carros, de los buses, de los centros comerciales. Entonces, se invierten los valores y las fronteras se difuminan. El cielo está en la tierra y la tierra está en el cielo: las estrellas son el reflejo lejano de otra, a veces extinta, en el espacio tiempo.