La noche casi ha terminado; y ya se acerca el día. Aun así, no parece como si el día estuviera cerca. Nuestros pies todavía caminan en pecado, nuestras manos no logran hacer nada bueno. A nuestro alrededor hay miles y miles de personas que están sumergidas en el fango de la corrupción. Mueren en masa. Parece que no hay día sobre la tierra. Pero nuestra fe lo demanda, nuestro amor a Dios, nuestra esperanza en Dios lo demanda, por eso decimos: a pesar de todo, la noche se aproxima a su fin, ya casi empieza el día. Esto fue lo que sucedió cuando Jesús nació: el día llegó.
¿Qué es el día? El día es el amor de Dios. Y el amor de Dios desvanece todo lo malo, todo lo sórdido, todo lo que representa desesperación. El amor incluso vence la muerte. Pero tiene que ser un amor divino que ame también a los enemigos; un amor que no rechace a nadie ni a nada; un amor que avance con determinación en medio de todo, como un héroe, y no será insultado, despreciado ni rechazado; un amor que avance por el mundo con el yelmo de la esperanza en su cabeza.
¿Qué es el día? El día es el amor de Dios.
No hemos sido muy valientes para proclamar este amor: que Jesús nació y que todos los seres creados son amados en verdad. No nos hemos atrevido por la simple razón de que estamos demasiado satisfechos. Es como si disfrutáramos ser pecadores. Pero en realidad nadie disfruta ser un pecador. Todos gimen bajo el peso de su pecado. Cada persona moribunda está sufriendo y suspirando.
El amor de Dios avanza con valentía entre nosotros los pecadores, que gemimos en la muerte. El amor de Dios, que se volvió plenamente humano, se derrama en nuestros corazones. Jesús quiere que nosotros y toda la gente conozca que él es el amor ilimitado de Dios. Con este amor quiere ser la llama por la que seremos purificados. Porque solo el amor nos recibe en su juicio. Es el amor que quiere liberarnos de todo lo que nos esclaviza y nos hace infelices.
Agradezcamos al Padre del cielo que en Jesús ha llegado el día. Que este día —ya comenzado— se manifieste en tu vida. Lucha por la resurrección y la vida, aun si te encuentras en terrible dificultad, temor y angustia. Con agradecimiento en tu corazón, deja que la luz del amor de Dios irradie los rayos de un nuevo día.
Traducción de Raúl Serradell
Extracto del libro El Dios que sana (de próxima publicación), disponible en inglés como The God Who Heals.