Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga.
Jesús vino a destruir todas las obras del diablo, y por eso somos llamados a luchar contra todo tipo de tinieblas, incluyendo la enfermedad. Pero, ¿qué implica esta lucha? No significa que automáticamente pidamos que Dios nos ayude en todas nuestras necesidades y enfermedades. Más bien, primero debemos dirigirnos a la muerte de Cristo y reconocer nuestra propia culpa por el pecado y el sufrimiento en el mundo, incluyendo la enfermedad en nuestros propios cuerpos.
Nuestra prioridad debe ser que Dios entre en nuestras vidas por derecho propio. En otras palabras, debemos hacer todo lo que podamos para luchar contra cualquier cosa que busca explotar la gracia y misericordia de Dios, cualquier cosa que convierta a Cristo, nuestro Salvador, en nuestro pequeño sirviente. Dios no está obligado al deber por nosotros. Somos nosotros los que tenemos que negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz. Es a la gloria de Dios a la que debemos servir, y debemos estar preparados para renunciar a todo y volvernos pobres, para que solo Cristo sea exaltado.
Abandonemos cualquier actitud de importunidad ante Dios y en su lugar busquemos cómo hacer justicia para su causa. Pon tus propias necesidades a un lado y haz obras dignas de arrepentimiento, y hazlo con alegría, sin quejas ni lamentos. Permite que seas juzgado, cambia radicalmente tu vida interior, y deja de mirarte a ti mismo y a tus propias necesidades. Más bien, sacrifícate por el reino de Dios. Sé un celoso por él, y Dios no dejará que tu vida quede en vergüenza. Descubrirás que tu sufrimiento y angustia desaparecerán por sí solos.
Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida. Por medio del Espíritu fue y predicó a los espíritus encarcelados ... Por esto también se les predicó el evangelio aun a los muertos, para que, a pesar de haber sido juzgados según criterios humanos en lo que atañe al cuerpo, vivan conforme a Dios en lo que atañe al espíritu.
Después de su muerte, Jesús descendió al infierno, porque incluso en el infierno debe tener gente que quiere escucharlo. En toda enfermedad, en todo tipo de tinieblas, también debe tener gente que quiera escucharlo. Así que no hay nada que no pueda sanarse, nada que no pueda liberarse, no tenemos ninguna razón para perder la esperanza.
Si permites que el Salvador entre en tu situación, sin importar lo difícil y preocupante que sea, entonces la redención se hará realidad en ti y por medio de ti. Es más importante orar: «Señor, tómame en tus manos, déjame estar bajo tu reinado», que vivir libre del sufrimiento. Quien tenga esta actitud puede desempeñar una verdadera función en el reino de Dios.
Tu sufrimiento no es en vano si solo tienes en tu mente el reino de Dios y estás dispuesto a compartir la carga de Jesús. Por tanto, abre el camino para que pueda entrar en tu ser, en tu sufrimiento, y sírvele ahí. Tendrás que estar involucrado por completo en la lucha, pero luego el Salvador vendrá. Tendrás que renunciar a todas las medias tintas y desechar lo que sea tu pseudodios, pseudoayuda, pseudoesperanza o pseudoalegría. Una esperanza, una fe, una alegría y un amor: ese es nuestro Padre del cielo, con quien queremos estar.
No asumas que puedes tomar una pequeña ramita de fe, otra de desesperación, una ramita de alegría y otra de tristeza, y ponerlas todas juntas en un hermoso ramo. Eso no tiene nada de sincero. Lo que Dios quiere es un «¡Aleluya!» de todo corazón. Debemos lanzarnos en cuerpo y alma, y dejar que nuestro sufrimiento sea para el honor y la gloria de Dios.
Recuerda, eres un hijo de Dios. Permanece fiel a lo que eres y a lo que te ha dado. Si te aferras a esta esperanza, entonces en medio de la máxima desgracia y oscuridad, incluso en la muerte, recibirás fortaleza, consuelo y la victoria final.
Extraído de El Dios que sana.